Nunca aprendí a correr, pero de correr he aprendido mucho.
Nunca me enseñaron a trotar, pero trotando me di cuenta de todo lo que me enseñó un simple trote.Así seguí hasta que me enfrenté a uno de los más grandes desafíos para mi …”el Maratón”.
El Maratón es un espacio gigante en nuestras vidas…
Es una cita a solas con nosotros mismos, donde todo está a flor de piel. Nos sentimos eufóricos solo por el hecho de estar allí, un cosquilleo corre por cada centímetro de la piel cuando esperamos esa pasada por debajo del arco, ese que no veremos, sino hasta dentro de tres, cuatro, cinco o seis horas.
En el Maratón nos sentimos muchas veces impotentes, con un cuerpo que parece prestado, pues a medida que avanza el cansancio cada vez lo desconocemos más.
Vamos regalando sonrisas, que intentamos sean bien distendidas y no den muestra de cansancio, aunque nuestros rostros no pueden dejar de estar rígidos por el esfuerzo.
Vamos mimando a nuestro cuerpo, lo escuchamos, le hablamos y nos hablamos, le exigimos y le pedimos disculpas, en esos momentos hay una magia y una química muy especial entre el cuerpo, la mente y el espíritu.
Calculamos cada paso, tratando de pisar parejo, pues cada piedrita que pisamos parece una roca, cada desnivel un esfuerzo mayor para una de nuestras piernas, que pide a gritos que repartamos esfuerzo.
Algunas veces nos frustramos cuando vemos a otros pasar raudos y perderse al final de la calle, otras veces tratamos de ayudar con alguna frase al que dejamos atrás, lo alentamos y lo cuidamos como si fuera un amigo, sabemos de sus dolores porque también lo venimos padeciendo, sabemos de su enorme temor a no llegar porque alguna vez casi no llegamos.
El Maratón es una prueba a nuestro temple, nos deja ver a flor de piel nuestras mejores carencias y virtudes y en su pasaje por nuestras vidas nos hace humildes y de buen corazón. Nos hace saber de lo infinitamente pequeños y frágiles que somos.
Más de una vez pensamos en abandonar, inventamos y magnificamos dolores para auto convencernos que eso no es para nosotros. Es ahí donde contamos los kilómetros que faltan y pasito a pasito vamos conquistando de a 100 metros, completando cada kilómetro como si fuese una carrera de 10 km.
Hay algo extraño en un Maratón, yo lo he sentido, cuando las fuerzas no están y todo queda expuesto y a la vista hay sentimientos encontrados que permanentemente nos van atravesando, hay lágrimas, júbilo, orgullo, garra, desmoralización, tensión, temores, etc. Todo ello en un mismo fluir, un torbellino de sentimientos bien distintos con el que tenemos que correr.
Llega un punto del recorrido en que nos sinceramos y ya no corremos por el aliento de los que nos quieren, sino por nosotros mismos. Es una lucha en solitario, en silencio y desde adentro.
En ocasiones nos falta el aire hasta cuando caminamos, vamos aprendiendo un poco más de nuestra anatomía, cuando los calambres fluyen de un músculo a otro. Van recorriendo músculos que ni siquiera sabíamos que teníamos. Los músculos se inflan y tiemblan casi sin control, los dedos de los pies se arrollan y crujen nuestras rodillas. Todo es a la vez y no sabemos que atender primero, pero ahí estamos pidiéndole fuerzas al cuerpo para hacer 5 km más.
Es un cuestionarse constantemente. A veces uno se pregunta en la soledad de su trote: ¿a quién necesitamos demostrar que somos capaces de hacer cosas que otros no hacen?, ¿por qué tanto esfuerzo y sufrimiento?, ¿cuándo empezó esta locura?, ¿y si esta fuera mi última maratón?, ¿qué pensarán mis hijos cuando sean hombres y mujeres de este loco de calza, de gorro y lentes negros?, ¿dónde está el final del camino y por qué lo haría 100 veces más?
Las preguntas van y vienen y casi ninguna tiene una respuesta racional, solo silencio encontramos en ellas.
Ya sobre el final nuestros championes ya casi no se levantan del suelo, sino que se arrastran para adelante y lo que 35 km atrás era un paso firme ahora es un movimiento rastrero como si estuviésemos patinando.
Ahí uno queda atónito ante lo que el cuerpo está haciendo casi de manera instintiva, poniendo en movimiento para ganar fuerza músculos que uno nunca pensó utilizar para correr, las manos, el abdomen, los hombros, la cabeza, el cuello, todo vale con tal de avanzar. Cuando estamos agotados y sensibles, en la soledad de nuestros pensamientos, aprendemos a darnos cuenta de todo lo que tenemos e increíblemente nos percatamos de que no nos falta nada.
Algunas veces nuestro espíritu recuerda a esos afectos, que ya no están, ellos corren siempre a nuestro lado, dándonos vueltas en nuestra cabeza. Estamos en paz con nosotros mimos y con el mundo.
Cuando ya no podemos más nuestras piernas quieren parar, nuestra mente también, entonces en ese justo momento, sale confundiéndose con la transpiración esa gotita de espíritu que es capaz de poner en movimiento todo lo demás. Ahí aprendemos a conocernos y sentimos que nuestro espíritu es algo formidable, nos muestra esa esencia prácticamente desconocida. A esa altura es lo único que va quedando intacto, pues mente y cuerpo quedaron 15 km atrás.
Cada Maratón es una conquista a uno mismo, es energía en movimiento, esa que sale de no se donde, es un desafío a nuestras barreras, un salto a la sorpresa, una manera más de conocernos, un suspiro robado a la vida.
Es un reencuentro con lo más primitivo de nosotros mismos, un rinconcito en el mundo, donde nos conectamos con lo más simple y genuino que llevamos dentro.
Fuente: http://www.pablolapaz.blogspot.com
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