lunes, 12 de junio de 2023

Expedición al techo de América (Aconcagua 2023) - "Quienes no llegan a la cima a menudo hablan de fracaso. El único fracaso para mí es no volver a casa." (Pierre Mathey)


Los orígenes

No tengo claras las razones de esta pasión por las montañas, que se me ha despertado en los últimos años. He intentado hurgar en la memoria y en antecedentes familiares, sin tener éxito. Vengo de una zona muy al norte de Uruguay -Artigas, allá en la frontera con Brasil-, donde prácticamente las referencias a la “penillanura suavemente ondulada” que nos enseñan en la escuela, encuentran evidencias claras. A nivel familiar, no encuentro referencias a actividades de este tipo, aunque lo más cercano es la predilección por las carreras de calle que mi padre desarrolló entre sus 50 y 70 años, hasta que dejó de correr por una operación de cadera. Hablábamos semanalmente para ponernos al día en nuestras actividades, y era frecuente que me preguntara si “todo estaba bien”, cuando le contaba sobre alguna de las “locuras” de ultradistancia que encaraba. Su mayor orgullo fue haber corrido tres medias maratones, en tanto puedo decir con satisfacción que llevo 72 competencias de 42 kilómetros y más, en Uruguay, la región y el mundo. Seguía viviendo en Artigas, y su mayor distancia en viajes entiendo que fue hasta Porto Alegre y alguna zona en Argentina, cerca de la frontera. Creo que nunca estuvo en Buenos Aires, por ejemplo. Como ya lo he señalado, comencé a correr con 46 años, cuando mi padre dejó de hacerlo -tenía 76 años en ese momento-, y no pude parar.

Mi hermana menor -Cely Estela, con quien tuve mucha cercanía- falleció un poco antes del ascenso al Campo Base del Everest, después de una terrible lucha contra un cáncer. Continúa siendo una fuente de inspiración permanente, por su impresionante capacidad y entereza frente a las adversidades que la vida le planteaba, sin perder jamás el optimismo y la esperanza. Recuerdo con claridad que, pese a la gravedad de su situación, cuando le preguntaba por su estado siempre me respondía con tenacidad, entereza y convicción, que todo andaba bien, acompañado por una sonrisa que buscaba minimizar la lucha que estaba enfrentando. Estaba siempre al tanto de mis aventuras y me decía que, si algún día se mejoraba, me iba a acompañar en alguna oportunidad. No fue posible. En el campo base del Everest quedó una hilera de banderitas (Lungta, como se denominan) en su honor.

Hurgando un poco más atrás, recuerdo que en la niñez disfrutaba mucho de los campamentos que en alguna oportunidad hacía acompañando a mi padre, en especial cuando íbamos a cazar perdices o salíamos de pesquería con sus compañeros de trabajo, así como de las escapadas a las costas del río Cuareim o algún arroyito cercano.

Las lecturas “obligadas” por ser hijo de maestra, cuando me sancionaban sin poder salir a jugar después de volver de la escuela, eran un refugio que disfrutaba mucho “devorando” en particular las colecciones de Emilio Salgari y sus historias de piratas (me imaginaba cada uno de los lugares que se describían), los libros de Julio Verne repletos de aventuras, que se complementaron en la época liceal con las lecturas de los clásicos. Pasé entonces de soñar con esas aventuras en la niñez y adolescencia, a la pasión por disfrutarlas en la medida de lo posible, ya en la madurez. Hace poco, mi hermana mayor -Graciela- me dijo que tiene en su poder todos los libros que leía en mi niñez, así que espero rescatar esa parte de mi historia.

Descubrí en las montañas la oportunidad de probarme al límite, de desarrollar estrategias, de identificar metas ambiciosas y trazar planes de acción con resultados parciales que sirvan como retroalimentación, de planificar y ejecutar la logística en condiciones de relativa incertidumbre, de construir sentido de equipo con quienes habitualmente no compartimos otras actividades y preferencias sino que -por el contrario- somos bastante diferentes, de asumir desafíos extremos con responsabilidad, de saber hasta dónde llegar y cuando corresponde desistir, de tomar decisiones con escasa información, de soportar condiciones extremas con optimismo, de ser paciente y perseverar, es decir, aprendizajes para la vida. Me encanta también el cuidado del ambiente en el cual estoy, el respeto por las condiciones naturales y la permanente intención de minimizar cualquier efecto de mi pasaje por allí.


Expedición al Aconcagua

El ascenso al Aconcagua surgió casi sin querer, aunque a cuatro meses de la experiencia, debo considerarla como bastante lógica. Recuerdo que en ocasión de la expedición al Cordón del Plata -junto a Jean Paul Beauvois, "Caroteno" Chabalgoity, Martín Zanabria y Paola Nande-, llegamos hasta el campamento denominado Hoyada y decidimos bajar, atendiendo a las condiciones climáticas, y desde ese momento me quedó la intención de volver a intentarlo.

Le siguió el ascenso al Campamento Base del Everest (5368 msnm) y cumbre del Kala Patthar (5.550 msnm) en 2017, la cumbre del volcán Lanín (3800 msnm) en 2020 y del Mera Peak (Nepal, 6476 msnm) en 2022 con Dardo Parentini. Allí empezamos a conversar sobre la posibilidad de intentar un “7000”, en esta loca idea de siempre buscar algo más, aunque suene a un sinsentido, en especial si considero que ya tengo 63 años. Parecía lógico que intentáramos algo más cerca, y por tanto la posibilidad del Aconcagua empezó a tomar forma.

Las gestiones con Luis Fabra -guía de montaña de San Martín de los Andes- dieron sus frutos, y nos armó una propuesta incluyendo un período de aclimatación en el Cordón del Plata y el posterior ascenso al Aconcagua por la denominada “Ruta 360”. Se sumaron Caroteno -que ya había hecho un intento infructuoso en 2019 y Sebastián Peralta -a quien no conocíamos-, así que el grupo quedó conformado. En las coordinaciones previas, decidimos ir en dos vehículos considerando el equipaje que debíamos llevar y los diferentes planes al retorno.

Salimos desde Montevideo a las 9:00 del día sábado 28 de enero, para hacer un viaje placentero hasta nuestra escala en Villa María (Córdoba), donde llegamos poco después de las 17:00, en tanto Caroteno y Seba llegaron 18:30. Descubrimos esa preciosa ciudad cordobesa, donde habitualmente seguimos de largo en nuestros viajes a Argentina. Al día siguiente, continuamos hasta Mendoza en un viaje bastante rápido -llegamos alrededor de las 14:30- en tanto Luis nos había avisado que ya estaba en el destino, aguardando por nosotros para ir hasta la casa que habíamos alquilado en Godoy Cruz. Durante ese domingo 29 y el lunes 30, hicimos compras de las provisiones que necesitábamos para los días de aclimatación y alquilamos los equipos para la alta montaña.

Aclimatación en el Cordón del Plata

El martes 31, comenzamos el período de aclimatación después de dejar la camioneta de Luis (en la que fuimos) en el refugio Mausi a 2800 msnm. Durante la primera jornada subimos hasta Veguita Superior -3460 m-, donde nos esperaba un clima bastante húmedo. Dormimos dos noches allí como parte del proceso, en tanto el día 2 hicimos el ascenso hasta la cumbre del Cerro Adolfo Calle, 4290 msnm, que nos llevó unas 4 horas. Fue una jornada muy interesante, con una mañana soleada que nos permitió disfrutar de la primera cumbre y una vista espectacular. Descendimos en 1h 40 minutos, y volvimos a descansar con la cercanía de un grupo de guanacos que andaba cerca de las carpas.



Al día siguiente ya en nuestra 4ª jornada, hicimos el ascenso hasta Salto de Agua -4280 msnm- después de pasar por el campamento Piedra Grande y la zona conocida como el “Infiernillo” (a 3950 m). Fue una jornada dura, que hicimos a un ritmo bien suave en 3 horas 30 minutos y un clima inhóspito con permanente llovizna que por momentos se transformaba en una muy tenue nevada. El campamento estaba bastante concurrido, dado que habitualmente es el punto que los montañistas usan como base para las cumbres cercanas, en especial el Plata y el Vallecitos.

El sábado 4 amaneció con un clima espectacular, absolutamente despejado y un cielo casi sin nubes. Aprovechamos que fue día de descanso, para salir a hacer una caminata suave con Dardo y Caroteno como parte del proceso de aclimatación. Nos seguíamos sintiendo muy bien, así que la confianza estaba a pleno. El domingo 5 después de desayunar abundantemente y disfrutando de una mañana nuevamente soleada, iniciamos el ascenso hasta Vallecitos. Después de una hora 40 minutos de marcha, cruzamos por el campamento Hoyada (4670 msnm) y continuamos el ascenso hasta el col ubicado a 5200 msnm, donde el camino se separa hacia el Plata y el Vallecitos. Tuve que cambiarme las botas que había alquilado, pues se me habían despegado las suelas, así que volví a usar las zapatillas de aproximación Salewa (menciono la marca pues son de excelente calidad y me salvaron la expedición).

Ya llegando a la zona más alta con manchones de nieve a los costados del sendero, dejamos las mochilas para trepar por la muy peligrosa zona de piedras hasta la cumbre del Vallecitos, tramo en el que Luis nos ató con cuerdas y nos ayudó a subir y bajar de a uno. Fue la excepcional culminación de este proceso de aclimatación, alcanzando los 5465 msnm. Al retorno, nuevamente descansamos un poco en el col, oportunidad en la que hicimos un almuerzo rápido, para continuar bajando hasta el campamento. Al día siguiente, ya el lunes 6 de febrero, levantamos las carpas e hicimos el descenso de un tirón, hasta el refugio Mausi donde habíamos dejado la camioneta. Poco después de mediodía y habiendo disfrutado de una preciosa remojada en el hilo de agua que baja de la montaña con la compañía de un perro de la zona, iniciamos el camino rumbo a Mendoza. Fue una jornada que me resultó interminable, al extremo que llegué con un malhumor que se notaba claramente, sucio y cansado.

Aprovechamos a almorzar “como los dioses” en un restaurante en el camino rumbo a la ciudad, y -debo reconocerlo- iba madurando la idea de darme por satisfecho con la experiencia, renunciando al ascenso al Aconcagua. Fue una extraña mezcla de sentimientos, con la satisfacción del proceso de aclimatación y a la vez, la sensación de “saturación” de los días de aislamiento en la montaña, cuestionándome sobre el sentido de lo que estaba haciendo. Es más, recuerdo que cuando llamé a casa con la idea de avisar que retornaba, recibí un “reto” por esa idea de volver y dejar a mis compañeros de equipo. Recuerdo que en una conversación con Dardo, me comentó que había percibido mi saturación y que entendía perfectamente las sensaciones que estaba viviendo.

"Allá arriba los sentimientos se transforman en claras sensaciones espirituales que renuncian a las palabras. La cumbre es apreciación personal y en lo privado debe quedar la austeridad, el esfuerzo y el sacrificio que han sido necesarios para alcanzar un sueño absurdo y feliz, dos entidades que casan benévolamente con gran facilidad. Todo absurdo, pero, justo por ello, quizás incluso real." (Jorge Egocheaga, médico y alpinista español)

Por tanto, ese día 6 de febrero volvimos al alojamiento y lo dedicamos a descansar, comprar todas las provisiones necesarias para las duras etapas que íbamos a enfrentar y alquilar el resto de los equipos. En mi caso, pude cambiar las botas que había alquilado para la aclimatación en Vallecitos y que se habían despegado las suelas, además de un sobre de dormir de -20 grados, pues el que había llevado era muy grande y pesado. A la noche, fuimos a cenar a una preciosa zona de Mendoza donde encontramos a un grupo de montañistas que habían hecho cumbre en el Aconcagua.

El desafío en el Aconcagua por Ruta 360

El día 7, ya con los permisos de ingreso al Parque Provincial Aconcagua –“Ascenso Vacas con asistencia”-, viajamos hasta Penitentes donde nos alojamos y terminamos de acomodar todo el equipaje, en particular en el Refugio Cruz de Caña donde está el local de Lanko. Allí pusimos todos los alimentos y equipo en los “petates” que viajarían en las mulas por las tres etapas siguientes, hasta el Campamento Base en Plaza Argentina. Fue una tarea compleja pues debíamos distribuir adecuadamente el peso -no más de 20 kilos en cada uno y no más de 60 kilos por mula en las 3 que habíamos pedido- además de separar los alimentos que cargaríamos nosotros. Fuimos hasta la entrada principal del Parque por la Laguna de Horcones a dejar la camioneta de Luis, para poder trasladarnos al retorno ya que volvíamos por allí. A la noche, cenamos abundantemente en el restaurante que está frente al complejo donde nos alojamos.

El día miércoles 8 de febrero después de desayunar y dejar los vehículos en el garaje cerrado del alojamiento gracias a las gestiones de Caroteno, fuimos a esperar el traslado hasta el ingreso por Punta de Vacas. Una anécdota: estaba usando una camiseta de alternativa de Peñarol, y uno de los muchachos del alojamiento, cuando abrió el portón del garaje y al identificar esa remera, me pidió que a la vuelta se la dejara para su hijo, que es hincha (uno más). Adelanto que, obviamente, cumplí con el pedido.

Junto a un grupo de tres amigos argentinos (con uno de ellos habíamos estado en Salto de Agua) -ya los voy a nombrar-, a las 11:15 iniciamos el ascenso desde Punta de Vacas con un clima espectacular y cielo totalmente despejado. Salimos caminando a ritmo fuerte bordeando siempre el arroyo Vacas que baja cargado de sedimentos desde la montaña. Tan fuerte iba que en un momento pisé una piedra redonda suelta, volé y terminé cayendo casi golpeándome la cabeza contra una roca y torciéndome un dedo de la mano derecha. Sirvió como alerta, pues a partir de allí me lo tomé con mucho más calma. “Venís muy calzado”, me dijo Seba. Durante el recorrido hasta el primer campamento -Pampa de Leñas-, nos pasaron varios grupos de mulas que subían con sus cargas. Muy cerca de la culminación de esta etapa, paramos a refrescarnos en una bajada de agua límpida.


Hicimos 14 kilómetros de marcha en 5 horas 15 minutos hasta Pampa de Leñas, campamento ubicado a 2900 msnm. Los muleros se encargaron de preparar el asado que habíamos llevado, al igual que el de un grupo de americanos que estaba haciendo el mismo recorrido que nosotros. Dado que el clima estaba muy lindo, a la noche decidimos “vivaquear” (aunque sin Vivac, esa protección impermeable que se coloca por fuera del sobre de dormir), sin armar las carpas y durmiendo en los sobres al aire libre, al lado de la casa de piedra de los guardaparques que estaba cerrada. Fue una experiencia muy interesante, pues a la madrugada se podía ver con absoluta claridad la Vía Láctea en el cielo absolutamente despejado.

A las 7:50 de la mañana del jueves 9, iniciamos el camino desde Pampa de Leñas hacia Casa de Piedra, ubicada a 3400 msnm. Salimos temprano para evitar en lo posible, el calor que iba a comenzar una vez que el sol se hiciera sentir. Hicimos un largo trecho por el lecho seco del río, que se llena de agua en época de deshielo. Ya cuando estábamos muy cerca del campamento de destino, en la zona donde ya había un caudal de agua más importante, nos superaron las mulas que habían salido bastante más tarde. En esa zona, ya divisamos a lo lejos la cumbre del Aconcagua en una zona de quebradas entre las montañas. Llegamos al final de esta 2ª etapa de 16 kilómetros, en 5 horas 30 minutos (estuvimos detenidos 50 minutos para almorzar y refrescarnos). Aproveché el buen tiempo y viento, para lavar alguna ropa y ponerla a secar.

La jornada se hizo larga. Hicimos varias ruedas de mate, picamos queso y bondiola, estuvimos presenciando a los muleros mientras herraban a algunas mulas, e incluso uno de ellos recibió una patada que lo dejó bastante mareado durante un rato.


Comenzamos la 3ª jornada en la madrugada a las 6:00, con linternas frontales encendidas para poder cruzar el arroyo cuando el caudal aún no era importante. Eso sí, estaba muy fría, casi congelante. Dado que nos íbamos a mojar, me saqué el pantalón y crucé descalzo. ¡Cómo costó! Entre la oscuridad y el frío del agua, fue un momento duro e inolvidable. Casi enseguida, sentimos que las mulas salían del campamento y algunos de los del grupo de americanos, cruzaba a lomo. El largo camino serpenteando por la quebrada, se hizo duro por el terreno y la casi permanente subida, exigiéndonos cada tanto parar a recuperar el aire. A las 11:40 llegamos al final de la etapa en Plaza Argentina, ubicado a 4200 msnm, en un tiempo que consideramos excelente, rodeados por vistas espectaculares del Ameghino y del Aconcagua. Tratándose del campamento base para quienes hacen la ruta 360, es un lugar con instalaciones y servicios para poder descansar y recuperar fuerzas. La amabilidad de las chicas de Lanko fue digna de destaque, ya que además de la permanente provisión de agua caliente y el uso del domo para nuestra permanencia allí, nos obsequiaron un par de budines. Allí estuvimos coordinando con los porteadores y guías, para que nos asistieran en las etapas siguientes y en particular, contar con un apoyo para el día de intento de cumbre.

Los amigos argentinos -Juan Martín Laborde (con quien habíamos estado aclimatando en Salto del Agua) y su hermano Sebastián, y “Mamuno” (Carlos Coudannes)- fueron una excelente compañía durante esas jornadas y más adelante, aunque en algunos momentos hicimos los trayectos en días diferentes. Incluso Mamuno se volvió un experto en “truco uruguayo” (con muestra), ya que aprendió rápido y le ganó a todos los que lo desafiaron. “Suerte del principiante”, diríamos.

Al día siguiente, el agua amanecía congelada así que era necesario mantener las caramañolas y botellas dentro de las carpas. Acomodamos el equipaje en las mochilas para hacer el porteo hasta el denominado Campo 1, ubicado a unos 5100 msnm. Fue un recorrido muy duro por el permanente ascenso, peligroso además por la carga que llevábamos en las mochilas, en una mañana que seguía presentándose muy despejada. Sucede que las mulas llegan hasta Plaza Argentina y por tanto el porteo a partir de ese punto, debe hacerse por parte de los montañistas (o contratar algún porteador), considerando además que la carga que se lleva debe alcanzar para todos los días de expedición que faltan, mientras se va haciendo la aclimatación. Al retorno al campo base, nos enteramos que un montañista se había accidentado y había sufrido un desplazamiento de una prótesis de cadera, razón por la cual estaba inmovilizado y aguardaban la llegada del helicóptero para bajarlo. Fue un momento de particular atención, que nos hizo vivir de cerca la experiencia de un rescate en la montaña y los riesgos que se enfrentan.


El domingo 12 fue un interminable día de descanso en Plaza Argentina, y de control médico. Dado que tenía la presión en 8/15, la doctora me mandó tomar mucho líquido y a controlarme nuevamente en la mañana del día siguiente, antes de entregarme el permiso para ascender. En la mañana del lunes 13 y pese a todo el líquido que tomé (me levanté 7 veces a orinar en la madrugada), seguía teniendo la misma presión sanguínea. Con la autorización para subir e instrucciones de hidratar muy bien, emprendimos el ascenso al Campo 1 cerca de mediodía, a ritmo muy suave demorando 4 horas 10 minutos para llegar.

El martes 14 dejamos Campo 1 e hicimos el ascenso al Campo 3 (Campamento Guanacos) ubicado a 5500 msnm. Cuando llegamos al col que une el Ameghino con el Aconcagua, se divisaba perfectamente el Glaciar de los Polacos hacia la cumbre del Aconcagua. Mientras descansábamos, bajaban tres porteadores, entre ellos Oscar, el que habíamos contratado para que nos ayudara a portear cosas hasta Guanacos, Cólera y para el intento de cumbre. Cruzamos por una zona de penitentes -esos manchones de nieve algo derretida formando picos que se mantienen en forma vertical- cuando ya estábamos llegando a nuestro final de etapa, que alcanzamos a las 15:00 horas, después de 3 horas 50 minutos de marcha.

Al día siguiente -descanso en Guanacos-, aprovechamos para entrenar el uso de botas con crampones y piquetas en una zona de nieve al lado del campamento, simulando caídas y formas de sostenernos. El agua debía conseguirse en algún hilo que se derrite con el sol, bajo el hielo, colocando un filtro de tela de esos que se usan para el café, para evitar los sedimentos. Resultó una tarea bastante compleja, aunque también implicó un muy interesante aprendizaje de sobrevivencia y atención a las condiciones del ambiente, con una particular solidaridad entre los montañistas en esas condiciones bastante extremas.


El 16 de febrero hicimos el muy peligroso ascenso desde Guanacos al campamento Cólera (casi 6000 msnm), nuevamente con una carga importante en las mochilas, al extremo que juramos no volver a correr ese tipo de riesgos (Seba estuvo a punto de caerse hacia atrás), por lo cual decidimos contratar todos los porteos que fueran necesarios, en los días siguientes. Después de 4 horas 35 minutos llegamos al final de esta etapa, rodeados por nieve, al extremo que los guías están permanentemente derritiendo hielo a efectos de tener agua.

El día 17 fue el intento de cumbre, aprovechando que habíamos aclimatado muy bien y que la previsión del clima se presentaba muy razonable, con una ventana de tiempo bastante despejado. Además del abrigo en el cuerpo, mi preocupación era protegerme adecuadamente las manos, ya que en ocasión de la cumbre del Mera (Nepal) había sufrido mucho, así que salí con guantes finos, los de pluma por arriba y mitones, además de ponerme un calentador químico en la palma de la mano. Después de un desayuno rápido y de cargar café y agua caliente en las botellas, salimos en la madrugada con linternas frontales encendidas y el apoyo de Oscar, que iba abriendo camino en tanto yo trataba de ubicarme en 2° lugar para no perderle pisada. En cuanto salimos, alcanzamos zonas con permanente hielo así que nos colocamos los crampones, al llegar a la zona conocida como Piedras Blancas (6050 msnm). En un determinado momento sentí que nos habíamos retrasado un poquito así que apuré el paso para alcanzar a Oscar. Me sentí ahogado por el esfuerzo y el escaso oxígeno a esa altura, así que pedí parar un poco a recuperar aire. Casi enseguida, Seba empezó con problemas en un crampón que se le salía de la bota, en tanto Dardo comenzó también con un igual problema en las suyas. Luis estuvo haciendo intentos para solucionarlo, aunque claramente la situación era peligrosa. Cruzamos por la zona de Piedras Negras (6300 msnm) y seguíamos con muchas dificultades en los crampones; llegamos al Campamento Independencia ubicado a 6400 msnm, una muy vieja construcción en madera bastante deteriorada, chica y con el techo caído. Allí, Oscar y Luis nos plantearon la compleja situación que enfrentábamos; por un lado, Dardo y Seba con serios problemas en sus crampones y por otro, yo con el ahogo cuando me apuré un poquito. “Así no pueden seguir, es muy peligroso”, fue su sentencia. “Nos queda un tramo difícil hasta el Col del Viento” nos señaló Oscar -a escasos 50 metros de desnivel- para posteriormente seguir hacia la zona más compleja, el verdadero “comienzo del intento de cumbre” como en general se identifica esa parte final, donde ya no hay marcha atrás. “El Dedo”, “La Cueva” (ya a 6650 mnsm), “La Canaleta” (6700 msnm), el “Filo del Guanaco” (6930 msnm) y la cumbre a 6962 msnm. Eran las 7:00 AM y habíamos hecho un ascenso de 400 metros. Las estimaciones optimistas marcaban que necesitábamos un mínimo de 7 horas más para alcanzar la cumbre, así que junto a mis compañeros -con la molestia/enojo de Seba por las dificultades técnicas que tenía- decidimos volver al campamento con la compañía de Oscar, en tanto Caroteno quería seguir de cualquier manera (recuerden que era su 2° intento de cumbre) junto a Luis.

Hicimos un descenso bastante razonable hasta Cólera, donde llegamos con algún resbalón en la nieve. En cuanto entramos a las carpas, comenzó a nevar. Estuvimos descansando durante la tarde y alimentándonos con lo que teníamos a mano, para evitar ir a cocinar algo hasta el domo donde estaba Oscar. Las estimaciones eran de que nuestros compañeros iban a retornar alrededor de las 18:00, suponiendo que habían tenido éxito en el intento. Efectivamente, habían avisado por radio que estaban en la Canaleta bajando a ritmo muy lento. No puedo dejar de destacar que teníamos mucho temor de que a Caroteno le hubiese pasado algo, dado que el tiempo pasaba y no teníamos noticias más frescas. A las 22:00 llegaron con la satisfacción de haber alcanzado la cumbre alrededor de las 15:00 horas.

En cuanto se acostaron a descansar, confirmé con Luis que al día siguiente y sin perjuicio del cansancio, íbamos a emprender el descenso ya que estaba bastante saturado de la permanencia a 6000 msnm, en condiciones tan difíciles. Efectivamente, en la mañana y después de acomodar todo el equipaje y entregar a Oscar el porteo que iba a hacer, comenzamos a bajar rumbo a Plaza de Mulas, el campamento base de la ruta normal, ubicado a 4300 msnm.


"La convivencia en una expedición se construye sobre los pilares de la tolerancia y la paciencia llevadas hasta el límite de sus convexos bordes. La soledad, la dureza física, ambiental y psicológica, la añoranza de los seres queridos que se han quedado a muchos kilómetros de distancia, facilitan la sucesión de momentos delicados que han de ser siempre superados sobre los cimientos correctamente asentados, siempre salpimentado con elevadas dosis de buen humor y positividad. Son muchas las horas pasadas con tu compañero en un reducido espacio en condiciones difíciles. Resulta infinitamente milagroso no poder recordar ni una sola discusión." (Jorge Egocheaga)

El inicio del descenso, ya en el día 18 -recuerden que habíamos ganado un día en el ascenso, al haber aclimatado muy bien-, fue bastante peligroso en su primer tramo, apenas salimos de Cólera rumbo a Nido de Cóndores -5300 msnm-, donde al principio tuvimos que bajar asegurándonos con cuerdas fijas en una pendiente muy pronunciada, con piedras, hielo y nieve. Cruzamos al costado del campamento y continuamos bajando hacia Campo 1, Canadá -4900 msnm-, que también bordeamos para encarar el tramo final por una zona de acarreos bastante molesta, con muchas piedras sueltas y tierra. Quería sacarme las botas dobles y ponerme las zapatillas de aproximación, pero Luis no me dejaba dado que me iba a llenar de piedritas. Me estaban molestando bastante, aunque indudablemente debía seguir con las botas dado lo difícil del terreno. En esa zona, me resbalé y rompí el pantalón en las piedras. Cuando ya estábamos llegando a Plaza de Mulas y el terreno era más firme, ahí sí pude cambiarme el calzado. ¡Qué alivio! La saturación emocional también hacía de las suyas, pues llevábamos bastante tiempo sufriendo el descenso, con la vista del campo base de Plaza de Mulas casi siempre al alcance.

Cuando estábamos llegando, siento que me gritan “Jota”. Era Martín Olascoaga, que estaba aclimatando en el campo base junto al grupo de montañistas con los que iba a hacer cumbre. Yo llevaba -como casi siempre- la campera celeste de DestinOriente, así que era sencillo identificarme a la distancia. Además, un grupo de montañistas españoles ya le habían adelantado que nos habían visto y veníamos bajando. ¡Qué abrazo nos dimos! En esos momentos, todos los sinsabores se olvidan.


"En numerosas ocasiones, tras mucho esfuerzo y dedicación, no he alcanzado la meta propuesta. En nuestro medio a este hecho se le llama fracaso. Pero no fracasa el que no alcanza el fin sino aquel que no intenta recorrer el camino. Fracasa aquel que se queda en la barra del bar lamentándose de todo lo que no ha hecho por circunstancias de la vida, cuando estas son en realidad las que uno escoge libremente. Aunque, como siempre, resulta más fácil engañarse con falsas excusas." (Jorge Egocheaga)

En cuanto llegamos, nuevamente comenzó a nevar así que tuvimos que armar las carpas rápidamente para poder protegernos. En la tarde, fuimos hasta un domo donde estaba instalado un bar, a conseguir conexión por internet y tomar unas buenas cervezas, mientras caía un poco de nieve. Pudimos descansar muy razonablemente, y al día siguiente armamos todo el equipaje que íbamos a despachar en las dos mulas que habíamos contratado, así que pudimos bajar con mucho menos peso en las mochilas.

Ese último día de bajada fue bastante largo, ya que desde Plaza de Mulas (4260 msnm) hasta el ingreso principal (para nosotros fue la salida) por Laguna de Horcones a 2700 msnm, pusimos 8 horas 25 minutos para los casi 30 kilómetros de distancia, incluyendo un descanso de una media hora en Confluencia (3450 msnm), donde pudimos tomar un refresco y comer algo. Fue un recorrido bastante largo, aunque teníamos la obsesión de llegar antes de las 18:00 horas para poder hacer los trámites de salida en condiciones “normales”, pues a esa hora cierra la oficina principal. Completamos un total de 101 kilómetros en toda la Ruta 360.

Llegamos antes que las mulas que traían nuestro equipaje, así que tuvimos que esperar un poco para recibirlo. Nos alojamos en el mismo lugar donde habíamos dejado los vehículos, y tal como había prometido a la ida, me saqué la camiseta de Peñarol (toda “chivada” después de varios días de uso) y se la entregué al amigo del edificio, quien filmó las escenas para enviarlas a su hijo.

El retorno

Después de un buen baño y de terminar de lastimarme un dedo al retirarme las banditas adhesivas, fuimos a cenar al restaurante que está frente al alojamiento. Milanesa napolitana con papas fritas y abundante vino, fue la selección que hicimos. Pudimos dormir muy adecuadamente, y al día siguiente emprendimos el retorno con Dardo, saliendo alrededor de las 7:30. Paramos en Uspallata a poner combustible y comprar algo para desayunar, y continuamos nuestro rumbo pensando en parar a dormir por Victoria o Gualeguay (ya en Entre Ríos), aunque no contábamos con que era lunes de carnaval.

El viaje fue muy tranquilo, pese al tránsito que enfrentamos en algunos tramos. En particular, nos dimos cuenta que el GPS nos estaba guiando por ruta 7, hacia abajo como rumbo a Buenos Aires, para posteriormente subir, así que alrededor de las 17:00 decidimos poner rumbo hacia Rosario. Cruzamos y cuando paramos en Victoria a poner combustible, averiguamos por alojamientos. “No van a encontrar nada, por el feriado largo”, nos respondieron. Decidimos seguir hasta Gualeguay, donde nos pasó algo similar, así que empezamos a manejar la posibilidad de parar a dormir en algún puesto de policía sobre la ruta. Dado que me sentía bien, decidimos continuar e intentar en Gualeguaychú. Fracaso total. Continuamos y poco después de las 22:00 estábamos en el puente internacional, cruzando hacia Uruguay, ya planificando parar en Fray Bentos. Con buen criterio, Dardo me sugiere seguir hasta Mercedes para evitar salir de la ruta, ya que estábamos a escasos 30 kilómetros. Finalmente, a las 23:00 conseguimos lugar en el Hotel Brisas del Hum, frente a la plaza principal. Pudimos cenar “como los dioses” y darnos un buen baño. Al día siguiente, después de desayunar abundantemente y preparar el mate, continuamos hacia Montevideo, para llegar poco antes de mediodía del martes 21 de febrero.

 "Cuidar la vida" es la principal premisa en esas condiciones, así que consideré más que suficiente el esfuerzo que hicimos hasta el refugio Independencia ubicado a 6400 msnm, aunque haya estado muy cerca de la cumbre. Siendo importante, entiendo que la clave en las expediciones de montaña no está allí sino en el camino, en el proceso generado hasta ese momento, en el sentido de equipo, en la responsabilidad con uno mismo y con los demás compañeros.

El futuro

En aventuras en la montaña, ya coordinamos con Luis Fabra para hacer el ascenso al Volcán Domuyo (en el Departamento Chos Malal, al norte de la provincia de Neuquén), que con sus 4713 msnm es la montaña más alta de la Patagonia, donde nace la Cordillera del Viento. Es una expedición que haremos -somos al menos 8 hasta el momento- entre el 1 y el 4 de noviembre próximo. También tengo la intención de hacer en junio de 2024, la expedición al Kilimanjaro (Tanzania) con DestinOriente, para poder coronar el techo de África.

 


jueves, 9 de junio de 2022

Nadie nos dijo que fuéramos, nadie nos dijo que lo intentáramos, nadie nos dijo que sería fácil ...

 Esa afirmación pertenece a Kilian Jornet. Durante algunos momentos del recorrido rumbo a la cumbre del Mera Peak (Himalaya) -en particular, los más duros- recordé esa frase como manera de reforzar el compromiso con el objetivo final. Cuando intentaba darle un cierto toque de humor, refería al relato de Marciano Durán en “Esos locos que corren”, diciendo que iba a escribir mi propio poema que titularía “Esos locos que trepan montañas”.

¿Cómo ubicar el inicio de este desafío? No lo tengo claro; quizás tenga que ver con esa fascinación por las montañas que nació a partir de las carreras en Villa La Angostura, en las sierras de Córdoba y en Mendoza. El sueño hecho realidad de llegar al Campamento Base del Everest -5368 msnm- y el ascenso a la cumbre del Kala Patthar -5550 msnm- a fines de 2017, fueron disparadores de la búsqueda de nuevos desafíos. Lo siguió en 2019 el fallido intento de hacer cumbre en el Volcán Lanín (Patagonia argentina), oportunidad en la que debimos bajar por razones de seguridad cuando estábamos muy cerca, y el éxito en ese mismo lugar en enero de 2020.

En mayo de 2020 proyectamos hacer el ascenso al Mera, pico ubicado en el Makalu Barun National Park, zona central de Nepal cerca de la frontera con Tibet, junto a Andrés Silva y Dardo Parentini, nuevamente con la organización de Martín Olascoaga (DestinOriente). La pandemia llevó a postergar el viaje, que finalmente pudimos concretar entre el 27 de abril y el 20 de mayo pasados. Pudimos hacer todos los cambios de pasajes, para volar finalmente el 27.04 en vuelo de Iberia 6012 hasta Madrid (12 horas), siguiendo el 28 en Qatar (vuelo QR 150) con escala en Doha para finalmente llegar a Kathmandú (vuelo QR 652) el 29 en la mañana. En Madrid, tuvimos la enorme fortuna de poder despachar los equipajes apenas llegamos, gracias a la extraordinaria amabilidad del personal de Qatar, que incluso nos ayudó con las declaraciones juradas de salud. Ello nos permitió ingresar a sala VIP a las 8:30 AM, en un día que se presentaba frío y bastante nublado. 

La escala corta en Doha, cerca de la medianoche, nos permitió disfrutar de un muy moderno aeropuerto ya engalanado para el próximo campeonato mundial de fútbol de la FIFA, sintiéndonos “ciudadanos del mundo” pues las vestimentas y costumbres de las personas en esa parte del planeta, nos muestra una enorme diversidad cultural que nos sigue sorprendiendo. Mientras esperábamos para embarcar en el tramo final, estuvimos conversando con un colombiano que estaba viajando en solitario, rumbo al campamento base del Everest.

Llegamos al aeropuerto de destino -Tribhuvan International, con edificios recientemente construidos- a las 8:20 AM del viernes 29 (las 23:35 del jueves 28 en Uruguay, dado que tenemos 8 horas 45 minutos de diferencia horaria; ¡qué cosa más rara esos 45 minutos!). Como en el año 2017, nos alojamos en el Kasthamandap Boutique Hotel, ubicado en un rinconcito de Thamel, muy cerca de la zona más comercial de la ciudad. Nos esperaba Krishna y el caótico tránsito de Kathmandú, lleno de motos (donde solamente el conductor usa casco), bicicletas, automóviles y vehículos de transporte colectivo de todo tipo, que me sigue sorprendiendo pues no he presenciado ningún accidente, y por la increíble paciencia de los conductores en zonas donde difícilmente crucen dos vehículos.

Los días 29 y 30 fueron usados para comprar los equipos faltantes y recibir las excelentes camperas de Goretex y de plumas con el logo de DestinOriente con las que Martín nos esperaba.

El día domingo 1 a primera hora de la mañana, volamos en un bimotor de Sita Air al aeropuerto Tenzing-Hillary de Lukla (uno de los aeropuertos más peligrosos del mundo, con su pista de 450 metros en desnivel en la ladera de la montaña, a 2860 msnm), en un viaje de escasos 25 minutos. El equipo se completó con Chandra -el guía especialista en el Mera Peak-, Krishna, Nawa (los tres hermanos) y los porteadores Khumba, Milan y Thilen. A la llegada, fuimos hasta el refugio donde nos alojaríamos al retorno, para terminar de preparar los equipos. Emprendimos el camino bajando desde los 2840 msnm de Lukla hasta Surke -2290 msnm- donde paramos a tomar té, almorzar (sí, el tradicional "dal bhat" nepalí) y descansar, para posteriormente continuar nuevamente en ascenso hacia Paiya -2730 msnm-, ya con una leve llovizna, en un recorrido que ya nos hacía recordar el famoso “plano nepalí”. ¿En qué consiste? En iniciar y culminar un recorrido prácticamente a la misma altura sobre el nivel del mar, pero en el trayecto hacer ascensos y descensos fuertes. En 3 hs 57m hicimos un total de 8.6 kilómetros. En el refugio, pude disfrutar de una ducha caliente, mate, tortas fritas (Tibetan bread) y charlas sobre lo que estábamos viviendo. Chandra y los porteadores salieron a cazar algún pollo para hacer una sopa. Mientras esperábamos la cena, probamos “rakshi” (bebida fuerte, muy similar al sake japonés, hecha a partir del destilado de arroz, mijo y maíz). Las dos niñas del refugio, Yuti y Siutín, hicieron que la jornada fuera muy entretenida, pues recordamos juegos de la infancia, pese a las dificultades para hacernos entender en nuestros diferentes idiomas.

El día lunes 2 nos llevó desde Paiya en ascenso lleno de barro hasta Kari La -3145 msnm-, donde también paramos a descansar y tomar té. En ese punto, cruzamos hacia el valle en una larga caminata bastante limpia hacia Karthe -2670 msnm- donde paramos a almorzar. Habíamos hecho 6.8 kilómetros en 3 horas 30 minutos. El almuerzo y descanso nos llevó una hora, para seguir posteriormente bajando hasta los 2415 msnm, para después subir y subir, pasando por todos los climas (frío, nublado, sol a pleno, llovizna). Llegamos a Panggom -2900 msnm- después de un total de 6 horas 10 minutos para hacer los 12 kilómetros de distancia de esta jornada. Al refugio llegó una pareja de Bérgamo (Italia) que estaban haciendo su recorrido sin guías y se habían perdido. Al final de la jornada, Andrés nos comunica que había decidido bajar, lo cual llevó a que Nawa lo acompañara a efectos de apoyarlo en el retorno a Kathmandú.

Ya en la 3ª jornada, al amanecer, disfrutamos de una preciosa vista del Numbur, un pico que coronaba el horizonte. Emprendimos camino a Nashing Dingma, con una fuerte subida que nos llevó en 1200 metros de distancia, a alcanzar los 3160 msnm y divisar por primera vez, el imponente Mera Peak y sus tres picos (Norte, Central y Sur). Siguió una bajada “violenta” hasta los 2050 msnm que nos hizo sufrir bastante, al extremo que hicimos 6 kilómetros en 3 horas. Las vistas de las pequeñas cascadas cual “velo de novia” que caían de la montaña hasta el río y formaban espectaculares piscinas naturales, le daban un toque mágico al lugar. Almorzamos en un muy humilde refugio, donde el cocinero era el padre de familia, mientras las mujeres (su esposa y dos hijas) cargaban enormes cestas con ramas y hojas para hacer abono natural. Una de las niñas se lastimó haciéndose una herida profunda, lo que llevó a que Martín la curara con una compresa del botiquín y le dejara otro par para que continuara con la protección. El gato del lugar estaba “pasando por un mal momento”, como dijera Martín, lo que ha generado múltiples comentarios jocosos, pues en realidad aparentaba haberse ya rifado seis de sus vidas.

Cruzamos por el puente colgante cercano al lugar -el primero que veíamos en este recorrido- a 2010 msnm, para comenzar a subir hacia Nashing, ubicado en una altiplanicie muy prolija -un coqueto escenario, diría el periodista Andrés Reyes a través del personaje de radio Lubo Adusto Freire-, a 2640 msnm. En la jornada, completamos un total de 8.8 kilómetros en un total de 5 horas 10 minutos. Pudimos lavar ropa en la llegada aprovechando el buen clima que había, pero no contábamos con la Ley de Murphy. Al anochecer, el clima cambió radicalmente y estuvo lloviendo durante prácticamente toda la madrugada.

En la 4ª jornada, fuimos conversando al inicio del recorrido recordando a Gabriel García Márquez en “Cien Años de Soledad”, señalando que se había desbordado el cielo como en Macondo. Nos llevó una hora 20 minutos para hacer una distancia de 1.9 kilómetros, subiendo desde los 2640 hasta 3010 msnm, punto donde cruzamos al otro lado de la montaña para continuar subiendo, ahora por un sendero empedrado. A 3200 metros de altura, nos cruzamos con una pareja de canadienses, con sus años bien vividos y algunos kilos de más, acompañados por sus guías y porteadores. Continuamos avanzando sin detenernos dado el mal clima, hasta nuestro destino en Choleem Kharka (3560 msnm). Hicimos un total de 6 kilómetros en 3 horas 29 minutos. Después del almuerzo, hicimos una buena siesta hasta que paró la lluvia. La tarde estuvo matizada con buena lectura (Almas de Vagar, de Tato López), ron nepalí, miel, noodles crudos (fideos secos) con condimentos, mientras secábamos ropa en la estufa y conversábamos con los porteadores. Obviaré todos los comentarios filosóficos y políticos, dado que fueron motivo de particulares discusiones -a veces, acaloradas y subidas de tono-, a fin de mantener el buen hilo de esta crónica centrándome en los aspectos vinculados con la montaña. ¡Y miren que hubo momentos de discrepancias fuertes!

El jueves 5 amaneció despejado, aunque al rato se nubló totalmente. Subimos desde Choleem hasta el Paso de Hurhure (4270 msnm), en un recorrido de 2.5 kilómetros que nos llevó dos horas. El ascenso no culminaba allí, pues continuamos por una zona con una vista espectacular de las montañas hasta los 4460 msnm (acumulábamos 3 horas 10 minutos) y teníamos un precioso panorama del lago Panch Pokhari donde existe un santuario en honor al dios Shiva, lleno de tridentes y ofrendas. Casi enseguida, llegamos a nuestro destino de la etapa, Pokhari (4250 msnm), completando 6 kilómetros en 4 horas 5 minutos. Nos recibió una muy alegre propietaria del refugio, permanentemente riéndose cuando hacía cualquier tipo de comentarios. Aprovecho este recuerdo para señalar que no encontré a ningún nepalí "triste", pese a las condiciones en las que viven. Es digno de destaque el enorme optimismo y buena disposición que siempre muestran, con una impresionante capacidad para hacernos sentir muy bien en todo momento, independientemente de las condiciones físicas y del aislamiento social en el que en general están. Quizás pueda resumirlo diciendo que muestran una "pobreza digna" que resulta ser su señal de identidad. 

Me desperté de la siesta a las 15.45, con el clima que seguía muy inestable, absolutamente nublado y con lloviznas. La tarde fue ocupada en disfrutar del mate y en sentarnos a esperar que pasara el tiempo, como dirían en Las Papas (50 habitantes, “punto perdido” en los cerros de Tinogasta, Catamarca, cuando quedan aislados entre enero y marzo de cada año).

La 6ª jornada nos llevó temprano en la mañana desde Pokhari bajo llovizna permanente, hasta los 4400 msnm. Bajamos por una zona de piedras mojadas y con barro, hasta los 3420 msnm. Si, hicimos un descenso de casi 1000 metros, transitando por zonas de bosques, llenos de piedras y barro, hasta que salimos al borde del río que baja de la montaña. No tuve más remedio que gritarle a Dardo que aflojara el paso, pues le seguía el ritmo a Chandra y me llevaban "al palo". "Dejalo que se vaya, no lo sigas", le dije casi implorando. Decidí pasar yo al 2° lugar, para frenar un poco el ímpetu de mis compañeros. Nuevamente debimos tomar el sendero hacia arriba, hasta los 3580 msnm de Khote, donde llegamos en un tiempo exacto de 4 horas para completar los 8.5 kilómetros de distancia, mojados y con frío. Durante este tramo, fuimos conversando con Dardo -aprovechando que Chandra no entiende español- diciendo que estaba perdido y que no lo quería reconocer. Cuando nos dimos cuenta que no, dijimos que en realidad se quería vengar de alguno de nosotros y nos estaba haciendo sufrir. Es más, fue declarado “enemigo” y lo puse en primer lugar en mi lista negra. ¡Hasta me puse a cantar "Mi lista negra" del Cuarteto de Nos!

En las instalaciones de Kothe, pudimos disfrutar de una ducha con agua caliente, un buen almuerzo cómodamente instalados y señal de wifi para reportar noticias a las familias. En el refugio, estuvimos intercambiando con un grupo de montañistas polacos (9 personas) que habían hecho cumbre el día anterior, que nos comentaron sobre el clima espectacular que les tocó. Vimos cómo colgaron su bandera en el techo del refugio y prometimos hacer lo mismo con la nuestra si conseguíamos hacer cumbre.

El día sábado 7 nos recibió con un cielo más despejado y preciosas vistas del Mera, con el sol que nos ayudaba a avanzar por el costado del río Inkhu. Después de una hora 54 minutos y con 4.5 kilómetros recorridos (es indudable que el clima y el desnivel nos ayudaron a avanzar más rápido), paramos a tomar té con limón en un refugio a 3970 msnm. Continuamos para completar 9.3 kilómetros en un tiempo total de 3 horas 35 minutos hasta Tangnag o Thangnak (4290 msnm), una linda villa rodeada de montañas y con algunos refugios. Unos 1000 metros antes, paramos en un monasterio al costado del camino, donde hicimos nuestras ofrendas y recibimos las bendiciones para el ascenso. Si, aún los más agnósticos nos volvemos algo místicos en el contacto con la naturaleza en su forma más pura.

Enseguida de llegar al refugio, sentimos un fuerte ruido a la distancia y pudimos ver muy lejos una avalancha de nieve que caía. El día se presentaba soleado, hasta que a partir de las 14:30 se nubló totalmente y empezó a llover. Si, antes de eso habíamos lavado alguna ropa… ¡Se repitió la Ley de Murphy! A las 19:00 horas cenamos, mientras seguía lloviendo. Otra vez Macondo.

La 8ª jornada fue un día de descanso activo con base en Tangnag. Subimos a hacer un trekking de aclimatación hasta la cumbre que está cerca del refugio, donde están instaladas unas antenas. Alcanzamos los 4800 msnm en un par de horas, en tanto el descenso nos llevó 45 minutos. En alguna ventana de buen clima, pudimos sacar algunas fotos desde la cumbre, desplegando las banderas de Peñarol y Uruguay, aprovechando además que Dardo no había llevado su banderita. En oportunidad de los almuerzos y cenas, Dardo seguía con su fidelidad a las papas y huevos fritos, recordándonos que si en algún momento era necesario, tenía su stock de atún y sardinas en lata en la mochila.

Cada vez más cerca del objetivo. Con la expectativa a flor de piel, en la 9ª jornada subimos hasta Khare (4800 msnm) en un recorrido de 5.2 kilómetros que completamos en 2 horas 53 minutos. Durante el recorrido cayó una muy suave nevisca, en tanto podíamos apreciar el Mera cuando el cielo se despejaba un poco. ¿Qué decir del refugio en Khare? Con seguridad, fue el de mejores instalaciones aunque no tenía ducha de agua caliente, sino que debíamos pedir un tacho con agua para higienizarnos… estábamos a 4800 msnm, así que la idea de estar a esa altura, mojándonos de a poco con agua, nos llevó a desistir y seguir fieles a la higiene con toallitas húmedas. Tanto la zona de restaurante como el solárium al costado, sin dudas fueron de lo mejor que pudimos disfrutar en los refugios. Además, allí ofrecen bizcochos y tortas, café “de máquina” y chocolate caliente, en un servicio digno de destaque. Acompañamos las tortas fritas con dulce de leche Tuku Tuku (de Salto), que Dardo había llevado y que causó sensación. El frasco casi vacío quedó como testimonio en los estantes del refugio.

Ya en nuestra 10ª jornada el martes 10, hicimos aclimatación subiendo hasta el Campo Base del Mera (5200 msnm) en una hora 30 minutos, para posteriormente retornar al refugio completando un total de 3.3 kilómetros. El clima seguía estando bastante inestable, con varios montañistas “anclados” en el refugio a la espera de sus helicópteros para bajar (no volaban por la impresionante niebla) desde hacía 3 días. A la tarde, estuvimos descansando en el solárium, para posteriormente probarnos las botas de nieve, crampones y hacer un entrenamiento de ascensos y descensos con cuerdas.

En el refugio compartimos con un numeroso grupo de montañistas eslovacos y un matrimonio galés, que proyectaban un plan similar al nuestro. En la tarde, vimos también llegar a un “veterano” en helicóptero con su guía, que llamaba la atención por la vitalidad que transmitía y su idea de hacer la cumbre del Mera para posteriormente hacer la del Manaslu (8156 msnm). 

Miércoles 11 fue el día previo al intento de cumbre. Fuimos desde Khare al Campo Alto (“High Camp” suena mejor), ubicado a 5780 msnm. Durante la primera hora y media del recorrido, hasta el Campo Base, usamos las botas de nieve, y a partir de allí continuamos con los crampones por nieve permanente. En el recorrido, se sumó una perrita que avanzaba jugando en la nieve, mientras nosotros enfrentábamos el duro ascenso. En los momentos que salía el sol, el calor se volvía insoportable, en tanto lo tolerábamos bastante bien en la mayor parte del recorrido, cuando se nublaba. Nos llevó 4 horas 54 minutos para completar 4.7 kilómetros. Un poco después de nosotros, llegó el veterano en remera de manga corta y bermudas…

Me tocó compartir carpa con Dardo, así que el espacio era bastante reducido. Al rato, Thilen nos ofreció un té y una sopa con fideos. Cuando me senté, ante un leve movimiento de mis piernas, terminé con media sopa sobre mi pierna, mojando la calza y el sobre de dormir. Creo que la “p…” (¿o debí escribir “maldición”?) se escuchó en todo el campamento.

12 de mayo, día de cumbre. Nos despertamos a las 2:00, hicimos un desayuno rápido, preparamos el equipo y nos abrigamos para salir al ataque a la cumbre. Increíblemente, la madrugada se presentaba absolutamente estrellada, que nos permitía incluso ver luces de linternas en las montañas cercanas. Iniciamos el ascenso a las 3:00 AM a ritmo lento, en dos grupos: Chandra, Dardo y yo por un lado, y Krishna, Martín y Thilen por otro.

El montañista galés había salido más temprano, ya que su esposa se había quedado ante alguna molestia como efecto de la altura. También veíamos más adelante al “veterano” con su guía. El avance por la nieve en zigzag como forma de evitar los ascensos muy fuertes, nos llevó a cruzar algunas grietas en la nieve, todos atados con arneses. Al rato, vimos que uno de los grupos que había salido antes, retornaba. Era el “veterano” que estaba con malestar estomacal y dolor de cabeza, y que volvía al refugio en Khare, donde al día siguiente tomó un helicóptero.

Después de un ascenso complejo, duro y con mucho frío, en especial en las manos, a las 7:00 AM hicimos cumbre en una mañana absolutamente despejada y con el cielo totalmente celeste. Fueron momentos de profunda emoción, para recordar a los seres queridos que nos permiten encarar estos desafíos, mirando lejos que también es la mejor forma de mirar hacia adentro. Tuvimos la oportunidad para hacer algunos videos y tomar fotos durante aproximadamente media hora. Nos llevó 4 horas para hacer los dos kilómetros de distancia con un ascenso de 700 metros.

Emprendimos el retorno, ya con algunos tramos de nieve un poco más derretidos, así que tuvimos que extremar los cuidados. El sol que brillaba, hizo que parara a sacarme la campera de plumas. Al intentar guardarla en la mochila de ataque que llevaba (20 litros de capacidad), se me cayó una de las botellas de aluminio que llevaba. Bajó a toda velocidad por la ladera de la montaña llena de nieve, hasta que se perdió de vista y habrá culminado en alguna grieta.

A las 9:30 estábamos nuevamente en el High Camp, así que pude dormir un rato hasta cerca de mediodía. Cuando me desperté, el día se había nublado totalmente. Después de alimentarnos rápidamente, emprendimos el retorno -difícil, duro- hacia el refugio en Khare, acompañados por la perrita, guiándonos por las pisadas en la nieve pues no se veía prácticamente nada a más de 5 metros. En el camino, cruzamos a los montañistas eslovacos y a un grupo de indios, que estaban haciendo el ascenso al High Camp. Al llegar al Base Camp, donde se termina la nieve, nos sacamos los crampones para continuar el camino. Resultó interminable, dadas las condiciones en las que avanzábamos por el camino lleno de piedras mojadas y con botas de nieve bastante rígidas, y con una neblina persistente que impedía ver lejos.

Ahora bien, pese a lo duro del camino, volver con la satisfacción del objetivo conseguido resulta indescriptible. Uno se siente -en cierta forma- un privilegiado por haber alcanzado la cumbre tan ansiada, en tanto los montañistas que están haciendo el camino y que encontramos en los refugios, nos miran y escuchan con cierto grado de admiración. Recuerdo el comentario de Fabiana, la uruguaya que hizo el camino al Base Camp del Everest con DestinOriente y que encontramos en el hotel a nuestra llegada, cuando nos dijo que en ese grupo nos identificaban como los “grossos” que iban al Mera Peak.

Temprano en la mañana de la 13ª jornada en Khare, nos avisó Martín que en el refugio vecino, un montañista francés de 39 años había fallecido en la noche, por complicaciones de salud derivadas del mal de altura. Había bajado sintiéndose mal y solicitó el apoyo de un helicóptero para poder bajar, que no fue posible dadas las condiciones del clima. Fue un baño de realidad, que nos trajo nuevamente a los riesgos de la actividad que habíamos encarado.

Bajamos a Tangnag, donde almorzamos y continuamos hasta Kothe (3580 msnm). El recorrido total de 14.3 kilómetros, nos llevó un total de 4 horas 30 minutos, bastante más rápido que a la ida. En el refugio, después del baño reparador con agua caliente (¿cuántos días hacía que no me bañaba?), preparamos la bandera uruguaya con los nombres de todos los integrantes de la expedición y la colgamos en el techo del refugio en un lugar privilegiado, junto a la entrada. Es la única bandera de un país de América Latina en el refugio. En todo el descenso, nos acompañaron los dos perros (la hembra que encontramos en la subida desde Khare hasta el High Camp, y un macho que se le juntó en el refugio).

Al día siguiente -14ª jornada- enfrentamos una muy larga caminata casi siempre en ascenso hasta Thuli Karka (4150 msnm) con la compañía de los perritos. Aunque al amanecer estaba despejado, en cuanto desayunamos se volvió a nublar. Salimos con la tranquilidad de la meta conseguida y con una llovizna casi permanente, bajando al principio por un sendero al costado del río, desde los 3580 msnm hasta los 3400 msnm. Recuerdo que me detuve en el camino a tomar una fotografía de una casa de piedras con riesgo de caerse, sostenida por parantes de madera, y comenté que se parecía a la vida. Ese comentario quedó grabado en Krishna, según me comentó días después cuando nos invitó a su casa, a lo que agregó que "Jota tiene el doble de edad que Martín" (quien cumplió 31 durante nuestra expedición).

A partir de allí, comenzamos a subir hasta los 4300 msnm, momento en el que hicimos una escala a media mañana para almorzar. Allí nos encontramos con dos chicas árabes (según Martín, debían ser indias, aunque nos dijeron que venían de Emiratos Árabes), que estaban haciendo el ascenso, a ritmo muy lento, pues les había llevado 12 horas llegar hasta ese punto el día anterior. Finalmente llegamos a nuestro destino -Thuli Karka- después de 7.5 kilómetros, que completamos en un tiempo total de 5 horas, lo que demuestra lo duro del camino en ascenso. Nos esperaba un precioso refugio, con la estufa prendida ya que el clima seguía absolutamente húmedo. En ese momento, hicimos el cálculo de la distancia recorrida -110 kilómetros- y el desnivel acumulado -18000 metros-, cuando aún nos restaba una jornada más. Habíamos perdido a los perros, así que asumimos que se habían ido a cazar algún animalito para alimentarse.

La 15ª jornada arrancó con la buena noticia de que los perritos nos estaban esperando fuera del refugio. Salimos con el día absolutamente nublado y una tenue llovizna desde Thuli Karka -4150 msnm- con la indicación de Krishna de que íbamos a subir unos 300 metros durante no más de media hora, para comenzar a bajar. Si en algún momento comparten una expedición con Krishna, no le crean. Subimos hasta los 4600 metros y nos llevó 59 minutos. Ese desnivel de 450 metros lo hicimos en una distancia de 1.4 kilómetros. Después de tomar un té con limón en el punto más alto, comenzamos el descenso hacia Lukla. Durante casi todo el recorrido estuvo lloviznando, lo que provocó algunos resbalones fruto de las piedras mojadas y el barro. Eso sí, tuvimos siempre la muy grata compañía de los perros, y la oportunidad de tomar fotografías de la flor nacional de Nepal con sus variantes de colores. Almorzamos en Chutang, donde llegaron los galeses que venían un poco más lentos. Finalmente, llegamos a Lukla -2840 msnm- completando un total de 11.9 kilómetros en 6 horas 46 minutos (incluyendo la hora de almuerzo).


Nos alojamos en el refugio Hikers Inn, donde debimos quedarnos un día completo ya que el clima tan inestable hacía que el aeropuerto no funcionara desde hacía tres jornadas. Finalmente, el día martes 17 amaneció con el cielo despejado, lo que nos permitió volar en Tara Air a Kathmandú, en un viaje algo movido que demoró 40 minutos (a la ida, fueron 25 minutos). Pasamos así del frío de Lukla a los 30 grados de la capital nepalí. Dado que nuestro viaje de retorno empezaba el viernes 20, aprovechamos para conocer Bhaktapur, ciudad cultural fundada en el siglo VIII que fue la capital de Nepal entre los siglos XII y XV. El jueves a la noche, Krishna y familia nos invitaron a una “barbacoa nepalí” en su casa (carne de cerdo y pollo), toda una experiencia para nosotros tan acostumbrados a la carne vacuna a las brasas. Finalmente, el viernes emprendimos el largo retorno a Uruguay, con interminables escalas en Doha y Madrid, en un viaje que en total nos llevó 46 horas.

Ya sobre el final, recordemos lo del principio: “nadie nos dijo que fuéramos, nadie nos dijo que lo intentáramos, nadie nos dijo que sería fácil. Alguien dijo que somos nuestros sueños; que si no soñamos, estamos muertos” (Kilian Jornet).

¿Qué sigue? Es claro que ante el éxito en una aventura de este tipo, los desafíos pasan por encontrar alguna otra montaña de mayor altitud para intentar hacer cumbre. Empezamos a soñar con locuras, del tipo ¿por qué no intentar hacer un 8000? ¿O al menos un 7500?

A mi edad -62 años-, debo reconocer que puede ser momento de pensar en otras actividades menos riesgosas, que supongan un esfuerzo menos intenso y que a la vez me permita seguir disfrutando de estas aventuras. Una opción podría ser la del Camino de Santiago, o el denominado Camino de Costa Rica, país que siempre quise conocer. También surgió la idea de sumarme a algún grupo con DestinOriente a la cumbre del Kilimanjaro -alcanzando así el pico más alto de África-, o incluso de hacer el ascenso al Aconcagua con sus casi 7000 metros, el más alto de Sudamérica. Este último tiene el atractivo de que se hace relativamente cerca, en los meses de enero y febrero, que normalmente son bastante más tranquilos en términos de actividades. En un primer análisis, surgió también la opción de volver a Nepal para intentar hacer cumbre en la 6ª montaña más alta del mundo, el Cho Oyu (8201 msnm), que siendo uno de los ochomiles, es el que menores riesgos presenta. Estamos en esa etapa fermental lanzando ideas, para determinar quiénes, cuándo y dónde encararemos el próximo gran desafío.  

Y no puedo terminar sin parafrasear a mi amigo Marciano Durán, en “Esos locos que corren”.

Esos locos que trepan montañas

A algunos los conozco. Los he visto pocas veces, aunque siento que compartimos muchas vivencias desde siempre. Son muy raros. Inician sus desafíos muy temprano en la mañana, o incluso en la madrugada cuando la gente normal descansa, con la seguridad de ganarle al sol. Están muy cuerdos, aunque para muchos parezcan locos. No entienden de estaciones del año ni de temperaturas, salvo para encontrar el mejor momento para intentar una cumbre. Hablan de “ventanas” para referir a los períodos en que el clima les permite alcanzar sus objetivos. Se cansan durante horas y kilómetros, para poder dormir o descansar sin importar la hora. Es más, se guían por la luz del sol más que por el reloj. Sufren cuando hace frío, llueve o cae nieve, aunque después se vanaglorian de las condiciones que tuvieron que enfrentar pues eso les permite sentirse plenos.

Hablan diferentes idiomas aunque en cuestiones fundamentales, vaya si se entienden. Son capaces de los mayores gestos de solidaridad, sin pedir nada a cambio. Les molestan las zonas de bosques, arboladas o con suave pendiente. Prefieren los ascensos y descensos sostenidos, las laderas y piedras, el barro y la nieve, antes que disfrutar de un día de sol o en la arena de una playa.

Conocen mucho sobre ropa y equipos técnicos de marcas extrañas. Recuerdan sin ninguna dificultad los nombres de montañistas de diferentes países, saben sobre quienes han alcanzado récords en ascensos y descensos, ubican por su nombre a los 14 picos de más de 8000 metros en el mundo… ¡y los pronuncian correctamente! 

Escuchan los sonidos de la naturaleza, se emocionan con el canto de los pájaros -así sea un cuervo-, conversan con los lugareños aunque hablen idiomas diferentes, comparten comidas y bebidas desconocidas sin preocuparse por sus ingredientes. Son capaces de compartir largas jornadas en silencio, sin otra razón que ver el tiempo pasar.

Cruzan arroyos por frágiles troncos, saltan entre las piedras, atraviesan puentes colgantes y comparten los caminos con animales de carga. ¿Comparten? No, les dan prioridad. Pierden el sentido del olfato durante varias jornadas en las que no pueden disponer de un baño con agua caliente, apelando a toallitas húmedas, talco y desodorantes (cuando se acordaron de llevarlos). Cargan agua en los cursos que encuentran en el camino, y si es necesario, derriten hielo para poder hidratarse. Aprenden a detectar dolores en los pies que pueden derivar en ampollas, y si ello sucede, se curan sin dificultades. Están pendientes de la correcta hidratación, los efectos de la altura y los niveles de oxigenación en sangre, más que de la alimentación.

He compartido desafíos con ellos. Están muy bien de la cabeza ... y del corazón. Usan botas, van atados con arneses, llevan cuerdas como demostración de que están cuerdos, se ríen cuando se hunden en la nieve o cuando se caen, saltan por grietas como si estuvieran jugando en una plaza, y comparten su comida con los perros que los acompañan. Pueden pasar del frío extremo y no sentir las extremidades en la madrugada, al calor intenso cuando el sol sale y se refleja en la nieve, encontrándolos muy abrigados.

Festejan sus éxitos con alguna bebida alcohólica, permitiéndose todo lo que no hicieron durante las etapas de aclimatación. Se respetan enormemente, escuchando con atención los comentarios de quienes los preceden para registrar las dificultades que pueden encontrar. Sufren durante las largas jornadas de entrenamiento aunque disimulen diciendo que no pueden vivir sin ello, disfrutan contándoles -incluso a quienes no lo preguntan- sobre su próxima meta, adornándola con algún riesgo como forma de hacerla más épica. Registran todos los lugares por los que cruzan, tomando fotografías y grabando videos, que suben a sus redes sociales (cuando tienen señal).

Más que de distancias recorridas, hablan de desniveles acumulados, tiempos y alturas. Atraviesan el mundo con tal de encarar una nueva cumbre. Miran con desdén a quienes "solamente" llegaron hasta el campamento base del Everest, casi como si fueran turistas. Hablan con humor de las condiciones de los baños disponibles en los refugios. Disfrutan mirando muy lejos, pues de esa manera también están miran hacia adentro. En los momentos de descanso, prefieren siempre la soledad, aunque en las etapas de ascensos y descensos sean un ejemplo de trabajo en equipo.

Le ganaron a la muerte, aunque siempre estén tuteándose con ella. Y también le ganaron a la vida. Están completamente cuerdos.

En las fotos: Dardo, Martín, Milan, Khumba, Krishna (@krishna_khaling_rai), Thilen (@lamathilen) y Chandra. Y no dejen de seguir a Thilen: "don't follow your dreams, follow me", decía su perfil, que ahora reza: "Nothing is impossible. Born to rock and roll" (¡qué personaje!)