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En
el tiempo que usted emplea en madrugar, desplazarse y cumplir la
jornada laboral, recoger la casa y salir a hacer unos recados hay un
ramillete de deportistas superdotados que suben y bajan 10 veces a un
pico de 1.000 metros. No es una cuestión de que su ritmo de vida sea el
de una tortuga. De manera sucinta, lo que ocurre es que las facultades
deportivas de gente como François d'Haene,
Kilian Jornet o Iker Karrera están lejos de toda normalidad.
Son los atletas más rápidos sobre las distancias más largas. Observará que no estoy mencionando los archiconocidos apellidos africanos del maratón.
Ni Bekele ni Korir, Gebreselassie o Kipchoge. En unas líneas entenderá la razón de ello.
Me explico: el otro día participé en una prueba en la que lo normal
era subir al trote una montaña durante dos horas para bajar, volver a
ascender y bajar y así, mientras llovía y se hacía de noche. Es el '
trail running',
el nuevo reto: más duro, más lejos. Lo duro, más desnivel acumulado, en
argot, es sinónimo de espectacular. Olvidando la premisa del comienzo
del texto, la de nuestra inferioridad de facultades físicas ante los
Jornet o d'Haene,
lo que se inició como una filiación aventurera del deporte de correr se ha convertido en una pandemia. Hoy es un hecho la existencia de una generación de urbanitas que se ha lanzado a imitar a los campeones de lo extremo.
Era la autodenominada cita cumbre de las carreras de 'trail running'.
Si usted es un profano, son las carreras de larga distancia que se
celebran lejos de la ciudad, en montañas, valles, sendas perdidas o
bosques. Si es un corredor habitual, poco tengo que decirle.
Efectivamente le hablo de los eventos alrededor de esa prueba monstruo
que surgió en 2004: el
Ultra Trail del Mont Blanc
(en adelante UTMB). El príncipe de los Alpes y el prefijo 'ultra',
asociados en una especie de geografía del dolor voluntario y ocioso.
El UTMB mide la friolera de
168 kilómetros, que consisten en
rodear el perímetro de todo el macizo alpino, saliendo y llegando desde
la localidad de Chamonix. Sitúese en mi lugar: me considero un
corredor entrenado pero no lo suficiente. Voy a disfrutar de semejante
monumento del deporte y de la geografía de los glaciares pero estoy un
buen trecho por debajo de los superentrenados deportistas de acero como
Jornet, Ryan Sandes, Núria Picas o Tófol Castanyer.
© The North Face® Ultra-Trail du Mont-Blanc®
MICHEL COTTIN
Los retos y las etiquetas
Soy uno más dentro de esta nueva fiebre.
Nuestros mayores corrieron en los años 80 para sentirse mejor,
de manera barata y fácil y, probablemente, para dejar de fumar. Más
tarde empezamos con el bendito 'running' vestidos con colores e
influidos por una corriente de aire fresco que venía de las revistas
norteamericanas. La siguiente oleada llegó con Internet y, con ella
hemos descubierto cuantas exageraciones contaban otros y la posibilidad
de contar las nuestras propias.
La superación de escalones y etapas en el deporte aficionado es evidente.
Ya no basta completar distancias desde los 10 a los míticos y festivos 42 kilómetros y 195 metros. Y se plantean peros. Éticos o de conciencia, afectan a esta aparente maravilla del esfuerzo humano.
Eran poco más de las 10 de una soleada mañana a los pies del Mont
Blanc. Cargados como locos subíamos todo recto a buscar las praderas
alpinas de la
Téte de la Tronche (2.571m). La mayoría,
callados. Se observaban pocos síntomas de camaradería de las montañas.
Más comunicación con las alertas de los móviles y el seguimiento de
Facebook de la carrera o los whatsapps de los familiares que con tu
colega de trote.
Y aquí es donde vengo a exponer las reflexiones de una decepción. El
entorno digital y narcisista de la ciudad moderna manda en nuestro ocio.
Ya no corremos o nos inscribimos en una prueba popular, buscamos retos. El hecho de terminar una carrera ha pasado a la necesidad de engrosar un parcelario exclusivo: ser
'finisher'. Etiquetas. Claro que todo el mundo tiene derecho a correr como y cuanto quiera. Pero son etiquetas.
La organización del UTMB ha dado con la fórmula de sacar el animal
competidor y extremo que llevamos dentro. No es la única que lo hace,
puesto que
se calcula que hay más de 400 carreras 'ultra' sólo en Europa. Pero es equiparable a la de un
Tour de Francia o del Maratón de las Arenas, curiosamente todas carreras-gigante francesas. En
10 años
de formato han conseguido que el mundo del correr sepa de su
existencia. Y de qué modo. Se ha generado una especie de necesidad. Si
no se corre tal o cual 'ultra' algún día, te faltará algo. No serás
consciente hasta que, quienes sí lo hicieron, te lo recuerden en un
ejercicio de sadismo y de superioridad.
¿Todo pasa a ser colosal o desmedido?
7.500 personas conseguimos un dorsal para alguna de las diferentes carreras de la semana. Por el camino habían quedado la otra mitad de los
14.000 aspirantes. Nos presentábamos en la salida para triturar nuestros huesos por las sendas de gran recorrido de
Francia, Italia y Suiza.
Ha leído bien. Se trata de una carrera que atraviesa tres países que,
precisamente, no son las onduladas áreas fronterizas de Bélgica y Países
Bajos ni el estuario del Guadiana entre los lados portugués y español.
Ascendimos al pie de glaciares. Nos vapulearon descensos eternos hasta
los valles en Arnuva o La Fouly. Subir y bajar.
¿Cómo explicar el significado de esta carrera y de sus homónimas
'ultra', sin caer en el dogmatismo ni en la ciega épica? Estos son mis
pensamientos, masticados durante
horas subiendo praderas y collados colindantes con nieves perpetuas,
bajando con los músculos de las piernas doliendo como si los estuvieran
cortando con cuchillas de afeitar o sentado mirando el fondo de un
cuenco de plástico lleno de sopa caliente.
© The North Face® Ultra-Trail du Mont-Blanc®
FRANCK ODDOUX
Superada la ladera que mira al lado sur del macizo, mientras corríamos por una senda hacia el espeluznante
Grand Col de Ferret (2.527m), pensé que todo se resumía en un
juego de adjetivación. Juguemos a los académicos.
Es fácil plantearlo en estos términos: arrastrar el cuerpo por curvas
y contracurvas bajo la mirada de un glaciar puede ceñirse a dos grupos
de calificativos. Bien a la fila de lo épico, titánico, monumental o
sobrehumano que, como todos sabemos, expulsa de su lado todo cuanto hay
de meramente humano. O bien a lo innecesario, soberbio y arriesgado.
Me posicioné a favor de someter al 'ultra trail' a un pequeño juicio
público. Con independencia del resultado. Sin tener en cuenta mis
pensamientos descendiendo durante dos horas por barro y hierba hacia La
Fouly o calculando en qué kilómetro me caería la noche, húmeda e
implacable. He estado en otras similares.
La distancia me ha vencido en algunas ocasiones y se ha dejado ganar en algunas otras. Pero los sondeos previos y posteriores me dan pistas inequívocas.
En pocos deportes queda tan bien plantada la expresión "se agotan los calificativos". Que un corredor como el mallorquín
Tófol Castanyer, que llegó a meta en apenas
21 horas, reconozca que siente una curiosidad insana por saber
cómo se comportará su cuerpo después de recorrer 130 kilómetros
es sobrenatural. Si lo dijese aturdido por la altitud o la falta de
sueño podríamos entender que algo ha fallado en su sentido de la
proporción. Pero lo reconocía relajado, confiado en los ritmos brutales
que maneja en sus entrenamientos y los desniveles que entrena. Es un
corredor de élite del trail planetario.
Lo bestial se muestra no cuando Castanyer o Tim Olson sufran
no una sino varias pájaras
en una carrera que rodea todo el macizo del Mont Blanc, la cumbre
geográfica de los Alpes y 4.810 metros, sino cuando llega a meta después
de
comprimir en 20 horas una ruta montañera que se hacía tradicionalmente en una semana. Agote ahora los adjetivos que recuerde de sus lecturas y colóquelos detrás de esa demostración deportiva.
Como referencia, con mi experiencia en el mundo de correr, terminadas
decenas de pruebas de maratón y más allá, en ese carretillo de horas
yo apenas había hecho 60
y logrado entrar en ritmos de cierre de control en el avituallamiento
de Champex-Lac. Que ya es otra barbaridad por sí misma. Pregunte ahora a
sus conocidos si sus trotes de 10 o 15 kilómetros siguen pareciendo un
deporte de locos.
No son, como vemos, adjetivos injustificados.
Lo ultra se come el planeta 'running'
La Federación Internacional de Atletismo (IAAF) califica como
'ultradistancia' toda carrera que supera los 42 kilómetros del maratón.
Más adjetivos. Aquello que durante años acumuló los calificativos de
'sobrehumano' o 'demencial', incluso algo tan 'dañino' como
correr un maratón es hoy una fiesta que, más lento o más rápido, moviliza solo en EEUU a más de medio millón de personas.
Pues bien. Hoy día se estima que 70.000 participantes se embarcan cada
año en pruebas de que superan esa distancia del maratón. En la mayoría
de los casos se supera con mucho y se generaliza más cerca que lejos
sobre los 100 kilómetros.
Es una pulsión planetaria.
En el UTMB hubo este año 77 países representados. El país anfitrión no llega a copar en 2014 ni la mitad de los dorsales. Adivinen qué país aporta casi 700 corredores. La
fiebre en España
ha multiplicado las pruebas hasta el infinito, ha puesto en alerta a
las autoridades medioambientales y ha logrado que las inscripciones se
agoten en horas. Sin ir más lejos
los 101km de Ronda agotan 3.500 plazas en unas horas. Quizá 10.000 adultos estén pendientes una noche entera de la apertura del plazo delante de sus ordenadores.
© The North Face® Ultra-Trail du Mont-Blanc®
FRANCK ODDOUX
Adjetivando:
lo extremo es global. Correr 80 o 100
kilómetros concentra multitudes de miles de corredores en sitios tan
dispares como la Comrades Marathon (Sudáfrica), Ronda (España) o la
SainteLyon (Francia). A lo largo de una mañana y una tarde de carrera
hablé con gente de tres continentes y, a la vez, con conocidos de
conocidos.
El
Facebook del UTMB congrega más fans que los masivos y
legendarios maratones de Chicago, París o Londres.
Un factor contribuye a ello y a que, durante la celebración de la
prueba, los fans de esa red social hayan aumentado casi en 10.000. La
curiosidad y el emocionante seguimiento de los corredores, por razones obvias mucho más excitante que una prueba que termina en cuatro o cinco horas.
Y, por tanto, mucho más viral.
Es evidente que existe una posibilidad cierta. El participante podría
abandonar, quedar fuera de carrera o sufrir un percance. La seguridad
que mueve el UTMB y la
lista de material de montaña que debíamos acarrear
a nuestras espaldas -otro factor a unir al hecho de correr tal burrada
de kilómetros- no quita la preocupación al familiar o amigo que lo sigue
por los canales habituales. ¿Qué tal le va a fulano? ¿Se le puede
seguir? ¿No lo traerán con los pies por delante?
En una de las pausas para sacar ropa de abrigo y dar un respiro a las
piernas se lo comentaba con cierta sorna a un participante británico
mientras me abrochaba de nuevo la mochila. Estábamos ascendiendo por
encima de los 2.400 metros y soplaba un fino aire desde los glaciares
del Mont Dolent. "
Hay más gente pendiente ahora de si desaparezco que el día de mi boda".
En las pruebas extremadamente largas un participante debe añadir a su
peso corporal no menos de dos kilos. Todo ello es debido a que la
organización, además de
experiencia demostrable, exige siempre un
material obligatorio y específico
para aguantar temperaturas y meteorología de alta montaña, venda
elástica, luces frontales, alimento y bebida para llegar al próximo
punto de avituallamiento. "Debe ser desagradable llamar a casa de un
corredor para explicar que se les ha despeñado". Humor negro de cerebros
en deuda de oxígeno.
© The North Face® Ultra-Trail du Mont-Blanc®
FRANCK ODDOUX
Se exige un
seguro al participante porque, desde
2009, se han producido no menos de 15 evacuaciones de corredores en
helicóptero y 70 traslados a hospitales. Por tanto, como por arte de
magia, se unen la expectación, el miedo y la admiración por la aventura
casi épica. Espíritu trail en estado puro.
La escala de valores del esfuerzo
De cara a la voraz sociedad urbana,
correr es un mero entretenimiento de oficinista.
¿En qué queda el atletismo de ruta, los medios maratones o los grandes
pelotones de corredores populares que cubren el centro de las ciudades
varias veces al año? ¿No quedamos que la aspiración superior era emular
-de aquella manera- a los galgos del continente negro? Etiopía contra
Kenia, el surgir de los maratonianos casi suicidas del país del Sol
Naciente, los ligeros maratonianos españoles e italianos de las décadas
de los 90 y siguientes. Pero nos hemos instalado en el más allá. No hay
una proporcionalidad.
El periodismo cantaba la dureza del maratoniano y las crónicas
igualan a las de los ciclistas y sus jornadas. Pero hoy día,
probablemente siempre, desde los orígenes del pedestrismo, existen
corredores de ambos sexos capaces de recorrer los mismos kilómetros que
un ciclista. Campo a través.
Sus 10 kilómetros se convierten en infinitesimales. Se ha enterado de
que un conocido correrá 70 kilómetros, qué se yo, en pleno invierno y
por la noche. Y se produce un terremoto en considerar qué es épico.
Cuando corremos monte abajo se produce una agitación nerviosa en el
escalafón de valores
de todo el deporte de correr. Montañas abajo, encarando una carpa donde
podrás sentarte en un tablón y la lluvia o el sol impío dejarán de
empapar tu gorra y pantalones. Podrás comer trozos de plátano cortados
con sabe Dios qué y cargar tus botes con agua que fluye de un depósito
montado en caballetes. Nadie se ocupa de si sudas, vas embarrado o de
tus ojos enrojecidos.
Como si una parte del confort urbano nos expulsara al disfrute
ascético. Disfrutamos gastando toneladas comodidad en pos de una
'maravillosa experiencia'. Más calificativos.
© The North Face® Ultra-Trail du Mont-Blanc®
PASCAL TOURNAIRE
El lado oscuro
Recuerde que al principio jugábamos a colocar adjetivos. Faltan los
de este otro lado. Los que probablemente no quiera leer su amigo o
familiar corremontañas.
Antes mencioné la experiencia que exige el UTMB para admitir su
inscripción a trámite. Bien. Es de las poquísimas que lo hace. Carreras
más largas no tienen filtro alguno. La existencia de un material
obligatorio en todas las pruebas podría estar jugando en contra de la
seguridad. La
estúpida suficiencia del deportista
engreído se une a la justificación de que todo está controlado. Además
ha gastado dinero en el mejor material. Pero
la montaña no es justa. Es cruel.
Existen los engreídos y los temerarios hasta en el más puro y
ecológico de los deportes, no se confunda. En julio pasado un montañero
norteamericano,
Patrick Sweeney, se vio sorprendido por
una avalancha mientras escalaba el 'corredor de la muerte' del Mont
Blanc con sus hijos de 11 y nueve años. La mezcla entre temeridad,
suficiencia y la búsqueda de batir un reto, un récord de precocidad.
¿Qué teclas ha tocado lo extremo en nuestro interior? ¿Ha dado en alguna neurona equivocada?
En la fila de la recogida de dorsales del UTMB se comenta, se chequea
y se trafica en contra de la seguridad determinada por la organización.
Pronto aparece un experto que recomienda un cambio, una reducción.
Estoy de pie detrás de dos participantes de Cerdeña. Les pillo en mitad
de chanchullos para pasar el control de material pero luego ahorrar en
peso. Horas más tarde la directora de la prueba,
Catherine Poletti,
nos recordaba en la plaza de la italiana localidad de Courmayeur todas
las responsabilidades que adquiríamos. Poletti manejaba dos argumentos
de peso: el cielo con amenazantes nubes y las 24 horas que pasaríamos
subiendo a esas mismas nubes y bajando a los torrentes.
¿Por qué trampear por el hecho de ahorrar medio kilo a las espaldas?
Finalizada la paliza evaluaba junto con el bloguero y corredor-aventurero
Sergio Fernández
las tripas de esta partida de blancas contra negras. A nuestro
alrededor no había camiseta o chaleco que no acreditasen haber terminado
la prueba más larga, más correosa. A más prefijos 'super', 'gran' o
'ultra', a más 'extreme', más consideración en aquella pasarela que eran
las terrazas de la Rue Joseph Vallot. Era el escenario de los
machos-alfa que se puede ver repetido en cualquier carrera extrema, o
paseando por el aeropuerto o las cafeterías en las horas siguientes a su
finalización.
El dolor de piernas me encaminaba a pensar si aquellos compañeros
míos del alma, con quienes había compartido el privilegio de correr por
las sendas del UTMB (insisto, no la prueba completa), valoraban más el
hecho de terminar a toda costa que el proceso que les llevaba a la
prueba.
El resultado frente a la preparación.
Los
márgenes de riesgo que maneja el participar en
una carrera popular, en general, son reducidos. Salvo el propio esfuerzo
y tener previsto afrontar distancias normales a ritmos adecuados, no
hay riesgo alguno en inscribirse a carreras populares. Tampoco en salir a
correr, si se desea y con cabeza, todos los días de la vida de uno.
Pero estamos hablando de
estirar la fina cuerda del riesgo.
Kilómetros verticales en los que se asciende a pie desde el valle hasta
la cumbre, récords de velocidad en ascensiones y descensos de los picos
más emblemáticos, agencias de viaje que ascienden a sus clientes al
Himalaya...
Le aseguro que perdí más de media hora por las precauciones que tomé
en cada uno de los momentos en que este 'ultra trail' podía cobrarse su
peaje. Un tobillo roto o una clavícula desencajada son la diferencia de
volver con el orgullo y el físico herido o con ganas de seguir corriendo
en los montes. Pisar firmemente en lugar de saltar un arroyo sobre la
caliza mojada me alejarán de poder batir mis propias (y tristísimas)
marcas en estas carreras.
Sentarse un momento a mirar lo que rodea a la aventura no tiene precio. Tirarse al suelo un minuto en la pradera del refugio Bonatti y masajearse los gemelos castigados nos unió para un buen rato a
Joao,
corredor ultra portugués, y a mí. Al instante compartíamos filiación,
aspiraciones, comentarios sobre sus doloridas plantas de los pies y lo
bueno que estaba el caldo que ofrecía el avituallamiento.
Son los
valores del ejercicio compartido, aun casi
inhumano, los que podrán sostener las carreras de ultradistancia. Desde
mi experiencia y ya en el sofá de casa, la deificación del esfuerzo
extremo habrá de ser puesta en entredicho. Total, solo hace falta un
chaparrón nocturno helador, un fallo con el cálculo de lo que comes o
bebes o un tropezón que haga caer mal sobre un brazo para que todo,
épica y esfuerzo previos, no valga nada. Al menos, que valga mucho menos
que una vida disfrutando de todo lo que nos rodea.
(*)
Luis Arribas es bloguero, escritor (su última novela es 'Periferia negra') y runner. @_spanjaard