El domingo 12 de febrero de 2012 pasé de ser corredora a maratonista, la vida me regaló esta oportunidad y con esfuerzo y dedicación lo logré. Llegar a la meta para ostentar ese título es solamente un instante que cierra un arduo proceso con implicancias físicas, emocionales y afectivas.
El inicio
Determinar un inicio se me hace difícil, no puedo fijar el embrión de este proyecto pues recuerdo múltiples ocasiones: el día en que llegó la invitación para hacer esta carrera, cuando comencé a correr e hice mi primera 10 k. En un instante aparecen imágenes del momento en que contactamos a la entrenadora, tantas aventuras de running durante los últimos dos años, la primera reunión del grupo con la gente de Uruguay por Livestrong, mi consulta con el deportólogo… todos estos momentos son inicios de un sueño que comenzaba a tomar forma con entusiasmo, alegría, nervios y miedos.
El desafío
En febrero de cada año se corre el Maratón del Cruce de los Andes (una carrera non stop de equipos que une Chile y Argentina desde La Serena a San Juan). Los equipos se forman con doce corredores, cada participante recorre 42 k para contabilizar 506 k en total.
A los arduos 42 k hay que agregarles otras dificultades: hidratación, alimentos, horario de carrera, topografía, desnivel, falta de oxígeno en altura, inclemencias del tiempo, etc. Dicen que la carrera es una de las pruebas de fondo más exigentes del planeta y requiere además de una logística compleja (conformar el equipo, escoger el medio de transporte hacia San Juan, contratar vehículos para cruzar la cordillera, los hoteles y un largo etcétera).
El equipo
El equipo fue formándose, en un momento creció hasta albergar quince aspirantes y luego, por lesiones propias de una preparación de esta naturaleza, quedó en doce y con una baja de último momento.
Los D-Mentes (uruguayos con la participación de un ultramaratonista argentino) nació para homenajear la vida y beneficiar a dos entidades: el Instituto de Neurología del Hospital de Clínicas de la Universidad de la República y Uruguay por Livestrong (UxL) con Florencia —sobreviviente de cáncer y ejemplo de vida— como madrina.
El entrenamiento
Fueron cuatro meses de intenso entrenamiento, el compromiso implicaba entrenar seis de los siete días de la semana. Con viento, lluvia, sol, frío, calor, de día y de noche Osmar y yo hicimos pasadas, fondos, bici, abdominales, lumbares, pesas y corrimos. Corrimos y recorrimos pequeñas, medianas y grandes distancias. Participamos de cuanta carrera pudimos (running y mountain bike) y hasta nos aventuramos con un triatlón. En el transcurso de esos cuatro meses inauguramos la media maratón y al finalizar el proceso (con Osmar lesionado) hice el gran fondo y prueba de fuego: los 32 k.
No hubo oportunidad para decir “no tengo ganas” y el “estoy cansada” también quedó fuera de lugar. Para llegar a correr la distancia olímpica del running había que poner garra y corazón. Los grandes momentos del entrenamiento tuvieron su reconocimiento con fotos, posteos en Facebook y aplausos virtuales y reales. Todo sumó y ayudó. El cuerpo respondía y día a día se acumulaba el esfuerzo para deleitar los logros. Claudia, la entrenadora, cuidó todos los aspectos: la hidratación, la alimentación, la ropa, el calzado y la mente. Probamos todo con la clara y conocida consigna de “en la carrera no se estrena nada”.
La lista
El grupo nació para celebrar la vida y correr en nombre de los sobrevivientes, víctimas y familias afectadas por cáncer. Teníamos como consigna elaborar una lista colectiva y también personal con el nombre de personas-tributo.
Mi lista me acompañó mentalmente en muchos entrenamientos, creció y se fortaleció en mi interior. La disfruté durante meses, la redacté mentalmente cientos de veces y finalmente la semana previa la escribí. La llevé impresa y grabada en el corazón porque un sobreviviente de cáncer —Osmar— es la causa por la que me involucré en este emprendimiento.
El viaje
La logística de la carrera es sumamente complicada y luego de cientos de correos electrónicos elegimos viajar a San Juan por avión. El grupo salió el martes 7 de febrero y por motivos laborales yo recién partí el jueves 9. Esa tardecita volé a Buenos Aires y en la noche repasé el entrenamiento, volví a leer los artículos que Claudia me había mandado, envié varios mensajes de agradecimiento y ensayé técnicas de respiración y relajación. La ansiedad era parte de mi cotidianeidad, vivía con ella desde hacía varios días.
En la mañana del viernes aterricé en San Juan. Era temprano y ya hacía calor, velozmente llegué a la cinta para esperar mi equipaje pues parte del grupo me esperaba para viajar hacia Rodeo y Jáchal (pueblos en los que se hospedaban los relevos 8, 9, 10, 11 y 12). Vi pasar el equipaje de casi todo el avión pero mi valija no llegó. Me exasperé y con angustia sentí que el proyecto se desmoronaba. Era imposible imaginar la carrera con el equipo que tenía (calzas, remera y zapatillas deportivas pero no técnicas). El equipaje —que con esmero, dedicación y casi obsesión— había armado no estaba conmigo. Hacer el reclamo fue un trámite tercermundista en toda su expresión y carente de preocupación y comprensión. Esos minutos, mientras el grupo me esperaba ansiosamente para partir, fueron de angustia y desesperación. Logré llorar en un momento y así comenzó la recuperación. Tenía un nuevo desafío: “armarme” nuevamente y en doble sentido, porque debía armar un nuevo equipo y además tenía que reconstruirme emocionalmente.
Hacia Jáchal
Llegué al estadio de San Juan, el ómnibus y mis compañeros me esperaban. Sentí afecto y el abrazo de todos, de los que más conocía y de aquellos que en ese momento solo eran compañeros de travesía (hoy son amigos y “hermanos de maratón”). Partimos hacia Rodeo, una y otra vez relaté el momento en que no apareció mi valija y fui dándome cuenta de todo lo que no tenía… Me consolaban diciéndome que no importaba, que podía correr y también caminar (las zapatillas que tenía no habían sido probadas para un fondo tan largo) y yo me negaba pues me había entrenado para hacer mi primera maratón corriendo.
A media mañana llegamos a Rodeo y dejamos a Fernando, Christian y Sylvana. Fernando tenía asignada la etapa 8 y Christian la 9. Con calor nos despedimos de ellos, Sylvana (la novia de Christian) quedó con la fundamental tarea de apoyo emocional. Los demás continuamos rumbo a nuestro destino.
Con 40 grados de calor arribamos a Jáchal, un pueblo a 156 k de San Juan. Si tuviese que elegir un lugar para recrear Pedro Páramo (Juan Rulfo) no lo dudaría: Jáchal es el escenario perfecto. El hostal asignado era muy bueno; sin dudas nuestro alojamiento fue privilegiado, con un apartamento con dos dormitorios, baño, y cocina-comedor-estar. El aire acondicionado fue lo mejor, aunque la primera siesta fue soporífera porque el de nuestro dormitorio (el que compartí con Fernanda) no funcionaba.
Nos recomendaron un lugar para almorzar, cerca del hostal y a metros de la plaza principal. Llegamos y Marcelo objetó el olor, las demás (Viviana, Fernanda y yo) le restamos importancia pues el apetito era más fuerte que la higiene. El lugar tenía una pésima ambientación pero cuando llegó el almuerzo quedó establecido como nuestro proveedor de almuerzos y cena. Fueron días de pasta ya que había que alimentar las reservas de carbohidratos.
La espera
Marcelo, Vivana, Fernanda y yo hicimos una previa digna de verdaderos deportistas: descanso, alimentación, charlas y más descanso. Las conversaciones fueron profundas y nos ayudaron a descubrir lo mejor de cada uno de nosotros. Disfruté de una sesión de reiki (obsequio de Viviana) que me ayudó a ponerme en orden y me sirvió como una estrategia más al momento de luchar contra las ganas de parar que emergen en la maratón. Conversé sobre mil temas con Fernanda y entre todos detallamos y comparamos los entrenamientos. Marcelo compartió su experiencia y nos brindó gentilmente sus tácticas.
Pensar y armar el nuevo equipamiento fue tarea del viernes, como el ave fénix resurgí y me apronté para afrontar lo que sea. Fernanda fue vital, siempre solícita y atenta a mis necesidades. Y el sábado de mañana me enteré que mi equipaje había aparecido y en la noche podía contar con todo. Respiré y comencé a disfrutar a pesar de los nervios (mi carrera se acercaba).
La carrera
El Maratón del Cruce de los Andes comenzó el viernes a la tarde. El Chino corrió la primera etapa y supimos de ese momento a través de un mensaje de texto. Celebramos el momento porque el sueño ya era realidad. Después fue el turno de Alejandro y las primeras etapas de montaña eran responsabilidad de JX, Víctor, el Abeja y Ricky. El descenso comenzaba con Jorge, seguía con Fernando y terminaba en Jáchal con Christian porque en esa ciudad toda la carrera se reunía para continuar luego con las últimas tres etapas. Tuvimos poca información y la ansiedad se acumulaba.
El sábado de tardecita apareció el grupo en la camioneta, venían cansados, exhaustos, hambrientos y liderados por Osmar (el gran capitán). Cenamos en nuestro restaurant favorito —el único que conocimos en Jáchal— y ya mi panza hacía estragos. El susto se había apoderado de mi cuerpo, en horas comenzaba a correr… La mezcla de tallarines y miedo produce una pelota esto-macal indescriptible.
La etapa 10 (de Fernanda) se largó tarde en la noche, esperamos su salida y con una sonrisa en los labios Fernanda nos despidió. Seguimos 42 k más adelante para esperar mi gran momento. En la camioneta intenté, en vano, descansar. En la madrugada comenzaron los últimos aprontes: el filtro solar, la vaselina, el gorro y revisar la mochila para cotejar la hidratación, los alimentos y la música. Llegaron las últimas recomendaciones, los saludos y un susto tremendo que no me permitía hablar. Entre las 6 y las 6 y media (no recuerdo exactamente a qué hora) llegó el primero de los corredores del relevo 10 y ocho participantes (siete experimentados maratonistas y yo) largamos.
Salí y casi enseguida me emocioné. Comencé a disfrutar y a los 20 minutos ya no vi más las lucecitas rojas que mis compa-ñeros corredores tenían en sus espaldas. Los primeros 45 minutos de carrera fueron de noche, una luna esplendorosa y cientos de estrellas me guiaron mientras ajustaba el paso. Con las primeras luces paró una camioneta y dos fotógrafos con equipamiento profesional retrataron el momento. Saludé, tiré besos, me emocioné y apuré el paso con una sonrisa de oreja a oreja… gozaba cada instante. El sol asomó y con luz dorada bañó el valle. A mi derecha se desplegaba una sierra escarpada en tonos ocres, parecía eternamente larga, y oronda agradecía la luz solar para mostrar toda su belleza.
A la hora me encontré con el primer puesto de hidratación que debía estar a los 12 k pero estoy segura que estaba a los 10 pues yo corría a marcha “crucero”, esto es: 6 minutos por kilómetro.
A las dos horas los chicos de la hidratación me esperaban en el segundo puesto y minutos más tarde apareció la camioneta con mis compañeros. Estaba eufórica y pude dedicarle la carrera a Osmar. Me sacaron fotos y me dieron aliento. Ellos siguieron rumbo al k 32 para que Vivi se aprontara y comenzara sus 10 k junto a mi último tramo.
La sierra terminó en un momento, no me acuerdo exactamente cuándo ni dónde. La carretera era una infinita cinta oscura y a ambos lados solamente había tierra arenosa y matas. En todo el camino vi tres solitarios árboles porque en la geografía de San Juan se olvidaron de colocarlos. Pasadas las tres horas me encontré con el último puesto de hidratación y unos kilómetros más adelante con el equipo y Viviana pronta para acompañarme. Les grité que el “muro” y/o el sol estaban haciendo estragos en mí. Ya había comenzado la lucha interna, una parte de mi cuerpo quería que parase y la otra se aferraba a la oportunidad del momento: pasar a la categoría de maratonista.
Los últimos 10 k fueron eternos, duros, difíciles. Padecí el tramo pero no lo sufrí… porque decidí no sufrirlo. Puse a prueba mi cuerpo y mi voluntad. Ejercité cada una de las tácticas estudiadas y ensayadas mientras el sol me achicharraba. Me imaginé sombras de árboles inexistentes y cada camión que a los lejos transita se me aparecía como el arco.
Casi al final apareció la camioneta de la ambulancia y los paramédicos nos preguntaron cómo estábamos. Viviana también padecía el calor, se marchitaba minuto a minuto y con una fortaleza insuperable me daba ánimo. Las piernas me pesaban pero con voz firme les contesté que estaba bien. Nos ofrecieron agua y comenzamos a correr al costado de la camioneta. El calor era tremen-do (el del sol y el que desprendía la ambulancia) pero al menos había algo de sombra. Pregunté a los paramédicos insistentemente cuánto faltaba y con paciencia llamaron a la organización y averiguaron: restaban solo 3 kilómetros. Los tres mil metros más largos de mi vida hasta que divisé un cono naranja. Volví a insistir y decidieron ir a ver, volvieron con la mejor de las noticias: era la meta, sin arco pero la meta al fin.
La ambulancia me escoltó con la música de Rocky Balboa. Y llegué. Hubo fotos, aplausos, abrazos. Y les dije “¡Cuánto voy a disfrutar mi próxima maratón! Para Buenos Aires voy a estar mejor entrenada, no hará este calor y tendré público” porque la soledad de la carrera es infinitamente maldita y te come el cerebro. Estaba exhausta y cuando paré necesité ir al baño. No podía creerlo: ¡tenía que ponerme en cuclillas luego de haber corrido 4 horas y 40 minutos! Resolví esa gestión y me entregaron la medalla, la remera y firmé la planilla.
Intenté estirar y nos subimos a la camioneta. Devoré ferozmente un pelón casi en mal estado, una naranja, una manzana y ciruelas disecadas. Tomé un jugo caliente y mi cuerpo se apoderó de un desasosiego indescriptible. Me paré, me senté y volví a estirar hasta que llegamos a Rawson para esperar al Chino que valientemente asumió la etapa 12 luego de haber hecho la 1.
Al mediodía (luego de caminar, acostarme en el pasto, volver a caminar, sentarme y desear tener un cuerpo nuevo) divisamos al Chino y a algunos de los compañeros que habían ido a buscarlos. Me emocioné profundamente y las lágrimas que esperaban desde hacía meses finalmente brotaron. Corrí con ellos dos cuadras, mis piernas no respondían pero la voluntad fue mayor. Llegamos empapados de sudor y de lágrimas, nos abrazamos y celebramos el triunfo. D-Mentes había logrado el objetivo: doce etapas finalizadas en homenaje a millones de sobrevivientes, víctimas y familias afectadas por el cáncer y en especial dos: Osmar y Florencia.
En suma
Ya soy maratonista y ahora planifico próximos desafíos. Estrené la condición con una carrera sumamente compleja y lo logré. Mi mente se sobrepuso al cansancio extremo y con este reto celebro la vida y me apronto para nuevas oportunidades.
Dedicatoria
Por los que están lejos…
Por mi abuelo que me enseñó lo que pueden la entereza, la voluntad y la fuerza del carácter.
Mi abuela y la mejor falda del mundo en la que un niño puede mecerse. Mi padre que me legó la determinación.
Por los que están cerca…
Por mi madre que alimentó el fervor por la lectura y me animó a abrir las puertas para conocer el mundo.
Por mi hermana y su proyecto, para darle las fuerzas necesarias para el cambio.
Por Giova y Gabriel y el futuro que han planificado.
Por las amigas de infinitas catarsis.
Por los amigos de toda la vida y los de ahora.
Por aquellos que me apoyaron y por los que ni siquiera se percataron de todo el esfuerzo que significa entrenar para una maratón. Por los que nos alientan los sábados y celebran los domingos, los que aportan “me gusta”, “adelante”, “felicitaciones” y dan ánimo, mucho ánimo.
Por mis compañeros de trabajo que acompañaron este proceso y me dieron aliento semanalmente, celebraron los pequeños triunfos y se sorprendieron con el avance.
Por y para todos aquellos que he conocido en el deporte: personas que se sobreponen a la lluvia, al frío, al calor, que se visten de deportistas y con la frente en alto salen y entrenan a pesar de las adversidades.
Es un lugar común decir “por mi entrenadora que cree en mí”, pero es cierto: Claudia creyó en mí y suavemente, con profesionalidad y alegría, me llevó a este momento. También en homenaje a sus padres.
Por los niños, espero ser una inspiración: Juani mi sobrino; Manuel mi ahijado; Clara y sus ojos bonitos; Natasha y Fernando; Agustina, Martina y Sofía; Julieta; Magdalena y Matilde; Emilio y María Helena; Anastasia; Martín; Oriana. Y Manu que ya es un adolescente.
Por mi tía Nenón, Pedro Martino, Marta Ponzoni, Adolfo Tomé, la hermana de Miti, Marga Frisch, Alicia Chaves, Annabell Wolf, Sylvia Pereira, Alicia Díaz.
Por Flor Machado porque ella es una verdadera luchadora.
Por Osmar… por él y para él corrí mi primera maratón.
Los nombres
María Rosa Carminatti.
Rodolfo Cabrera Cerini.
Cristina Gayoso. Alicia de Armas.
Victoria Cordova. María Ana Duhagon. Elvira Benitez y Ferrer
Fernando Berdaguer (Argentina).
Silvia González. Mauricio Pastorino. Nicolás Fierro. Carmen Pereira. Raúl Laviña. Bagheera (Colombia). Carlos Broglia. Inmaculada Forcada (España). Delia Castro. Manuel González (España). Allys Negroto. Zulema Vaio. La mamá de Mónica. Raúl Pérez. Juli. Alicia Otero. Carmencita Sosa. Julio Alberti. Nair Castro
Ramona Ballejo. Wilson de Oliveira. Poupee. Jorge Diz. Isaías Barreiro. Bernardeth Molina. Manne Camarano. Patricia Albiles. Fernando Rampoldi. La mamá de Fernanda. Susana Córdoba.
Hace un tiempo que pienso, maduro y reflexiono esta dedicatoria. Porque hace un tiempo que anhelo este momento: hoy tuve la oportunidad de pasar de ser corredora a maratonista. Con seguridad me olvidé de mencionar a muchos, les pido disculpas. Quiero que sepan que todos los afectos han estado conmigo durante este proceso que comenzó hace cuatro meses.
Este es el emocionante -y emocionado- relato de Gabriela sobre su experiencia en ocasión del Cruce de los Andes - La Serena a San Juan 506K (12x42K), junto al equipo D-Mentes, entre el 10 y el 12.02.2012. Espero que lo disfruten, tanto como lo hice yo.
1 comentario:
Pa... re emotivo. Una genia Gabi!!
FELICITACIONES
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