Quiero empezar mi crónica felicitando a todos mis compañeros de carrera: Victor, Rai, Jorge, Pablo y Raul. De cada uno de ellos destaco algunas virtudes que pude apreciar como un simple observador. De Raul (lamentablemente mi cuñado) destaco su fuerza de voluntad y su planificación SILENCIOSA para cada carrera, de Pablo (mi futturo compañero para el 14) su entrega y el no aflojar después de venir de un parate por lesiones, de Jorge el hecho de que por tratar de dar lo mejor de sí y ser competitivo, no deja que estos aspectos lo nublen para disfrutar y entregarse con alegría y optimismo ante cada desafío. De Rai me quedo con su gran fuerza de voluntad y que aunque me dice que no hay que mirar el reloj estoy seguro que el domingo lo habrá mirado más de una vez siendo su peor enemigo, junto con la distancia que le faltaba para llegar. Finalmente dejo el último comentario para Victor, quien supo acompañarme gran parte del camino, destaco de este compañero la garra, el atrevimiento y el coraje que demostró, principalmente en las bajadas, que sólo alguien medio loco o con mucho valor las baja como las bajó y sin conocer el terreno.
Con respecto al recorrido, quiero destacar algunos mojones en el recorrido, en particular, por ejemplo en el km13, antes de cruzar la Interbalnearia.Allí pasé a Victor haciendo una bajada suicida donde me le adelanté a él y a unos diez competidores más. Dicho sea de paso es un descenso como el de las canteras del Parque Rodó (igual de pronunciado y de alto) en dónde hay que bajar a pie con la bici de tiro. Luego tiramos juntos con Victor y ahí le di unos pequeños consejos con los cambios, para mejorar su rendimiento y seguimos juntos hasta el Km 17 (Pueblo Gerona). Allí paramos y le ayudé con su campera que ya le estaba haciendo perder algunos litros de sudor. Seguí atrás de él hasta la Nativa donde me alcanzó Raul en el Km 30. Una vez que pasamos la planta Nativa nos adentramos en campo comenzando a ascender en las sierras. Luego de un rato pedaleando entre el barro, las piedras, el pasto, las bostas, etc, llegamos a una pradera hermosísima, recuerdo a mi derecha allá por el Km 34 un montón de vacas esparcidas en un pedazo de campo grande como un estadio, las cuales mujían y parecían comunicarse entre ellas comentando el pasaje de esa caravana de "bichos raros" que eramos nosotros con nuestas bicis y disfraces de ciclistas, los cuales nos darían un aspecto de extraterrestres para estos vacunos confundidos por tanto alboroto. Más adelante en la bajada del Castellanos Km 36 al 42 pasé a Victor al cual ví bajar como un loco, aunque ese descenso de 4 km hay que bajarlo así para sentirse vivo y lleno de adrenalina. En esa bajada la bici da saltos de medio metro, se pasa a toda velocidad por cañadas, desniveles, piedras, curvas cerradas, un camino que no se deja descubrir a más de diez metros, por los montes que nos van cerrando la visión a cada curva, y es así que uno no sabe que es lo que se va a encontrar después de una curva. La sensación es muchas veces similar a la que experimentamos cuando fuimos por primera vez al ten fantasma, la diferencia es que aquí el vehículo que nos tansporta va muy pero muy rápido. Todo este descenso que acabo de describir es a un promedio de 55 a 60 Km/ hora, uno ahí aprende a querer su bicicleta la cual en definitiva es tan sólo un montón de hierros bien soldados, allí el hombre y la máquina se hermanan para dejar entrar el vértigo, la adrenalina y esa sensación hermosa de libertad. En ese descenso espectacular me paraba en los pedales y me entregaba a ese sentimiento dejando de lado mis temores y los problemas de la vida mundana, a cada metro que avanzaba ganaba en años, me reencontraba con lo más simple e íntimo de mi ser LA LIBERTAD.
Siguiendo con mi relato luego de esa bajadita pasé a mi amigo Victor, al cual lo tuve atrás por unos 15 km. Por allá por el Km 52 (previa subida al Betete) decidí bajar a orinar, no sé si por tener tantas ganas, o por sentirme ya parte de la naturaleza, en esos paisajes hermosos de praderas y sierras. Ahí mismo mientras orinaba placidamente me pareció oir una voz que me llamaba, era mi traidor compañero que valiéndose de mi vulnerabilidad y por tener mis manos ocupadas me pasa raudamente perdiéndose en el verde del horizonte. Allí fui atrás de él hasta el Km 60 donde comenzaron mis primeros amagues de calambre, entonces decidí guardar energías para subir el cerro Betete, el cual por momentos se transforma en una muralla de piedra. Allí si uno abría sus oidos era hermoso, pues era como escuchar una sinfonía de pájaros. Los cantos de los pájaros, que venían de los montes de pino que estaban al costado del camino, eran tantos que costaba saber cuantos había en realidad. Pocas veces en mi vida escuché tanta variedad de pájaros como en esta oportunidad. Luego de llegar arriba del Betete vino un descenso de unos dos km entre monte espeso barro y piedras muy grandes y la mayoría sueltas, ahí volví a pararme en los pedales bajando al mejor estilo equilibrista. En esos lugares la bicicleta pasa siempre muy justa entre piedras, y donde pasa la rueda de adelante la de atrás no lo hace de tan justo que es el trillo, es el lugar ideal para las caídas, por suerte lo disfruté con mucha adrenalina y sin ningun raspón más que el de las ramas del monte. Al salir de la sierra me esperaban 25 km de camino y pensé: "bueno ahora sí a pedalear" pero mis piernas seguían con calambres y como siempre pasa en toditas las carreras faltaba la frutillita de la torta: un viento en contra que fue mi compañero inseparable durante la hora y poco que me llevó llegar Piriápolis. Finalmente a falta de sólo dos km para llegar tomo la rambla y ahí sí dije "voy a rematar a toda velocidad" pero mi fiel e inseparable amigo comenzó a soplar más fuerte y bien de frente como para decirme "no te olvides de mí que te voy a escoltar hasta el arco". Esta fue una buena carrera no le faltó nada, como siempre me queda esa sensación de que podría haber dado un poco más, pero lo importante de todo esto es que mientras estemos vivos siempre hay una PRÓXIMA CARRERA.
Con respecto al recorrido, quiero destacar algunos mojones en el recorrido, en particular, por ejemplo en el km13, antes de cruzar la Interbalnearia.Allí pasé a Victor haciendo una bajada suicida donde me le adelanté a él y a unos diez competidores más. Dicho sea de paso es un descenso como el de las canteras del Parque Rodó (igual de pronunciado y de alto) en dónde hay que bajar a pie con la bici de tiro. Luego tiramos juntos con Victor y ahí le di unos pequeños consejos con los cambios, para mejorar su rendimiento y seguimos juntos hasta el Km 17 (Pueblo Gerona). Allí paramos y le ayudé con su campera que ya le estaba haciendo perder algunos litros de sudor. Seguí atrás de él hasta la Nativa donde me alcanzó Raul en el Km 30. Una vez que pasamos la planta Nativa nos adentramos en campo comenzando a ascender en las sierras. Luego de un rato pedaleando entre el barro, las piedras, el pasto, las bostas, etc, llegamos a una pradera hermosísima, recuerdo a mi derecha allá por el Km 34 un montón de vacas esparcidas en un pedazo de campo grande como un estadio, las cuales mujían y parecían comunicarse entre ellas comentando el pasaje de esa caravana de "bichos raros" que eramos nosotros con nuestas bicis y disfraces de ciclistas, los cuales nos darían un aspecto de extraterrestres para estos vacunos confundidos por tanto alboroto. Más adelante en la bajada del Castellanos Km 36 al 42 pasé a Victor al cual ví bajar como un loco, aunque ese descenso de 4 km hay que bajarlo así para sentirse vivo y lleno de adrenalina. En esa bajada la bici da saltos de medio metro, se pasa a toda velocidad por cañadas, desniveles, piedras, curvas cerradas, un camino que no se deja descubrir a más de diez metros, por los montes que nos van cerrando la visión a cada curva, y es así que uno no sabe que es lo que se va a encontrar después de una curva. La sensación es muchas veces similar a la que experimentamos cuando fuimos por primera vez al ten fantasma, la diferencia es que aquí el vehículo que nos tansporta va muy pero muy rápido. Todo este descenso que acabo de describir es a un promedio de 55 a 60 Km/ hora, uno ahí aprende a querer su bicicleta la cual en definitiva es tan sólo un montón de hierros bien soldados, allí el hombre y la máquina se hermanan para dejar entrar el vértigo, la adrenalina y esa sensación hermosa de libertad. En ese descenso espectacular me paraba en los pedales y me entregaba a ese sentimiento dejando de lado mis temores y los problemas de la vida mundana, a cada metro que avanzaba ganaba en años, me reencontraba con lo más simple e íntimo de mi ser LA LIBERTAD.
Siguiendo con mi relato luego de esa bajadita pasé a mi amigo Victor, al cual lo tuve atrás por unos 15 km. Por allá por el Km 52 (previa subida al Betete) decidí bajar a orinar, no sé si por tener tantas ganas, o por sentirme ya parte de la naturaleza, en esos paisajes hermosos de praderas y sierras. Ahí mismo mientras orinaba placidamente me pareció oir una voz que me llamaba, era mi traidor compañero que valiéndose de mi vulnerabilidad y por tener mis manos ocupadas me pasa raudamente perdiéndose en el verde del horizonte. Allí fui atrás de él hasta el Km 60 donde comenzaron mis primeros amagues de calambre, entonces decidí guardar energías para subir el cerro Betete, el cual por momentos se transforma en una muralla de piedra. Allí si uno abría sus oidos era hermoso, pues era como escuchar una sinfonía de pájaros. Los cantos de los pájaros, que venían de los montes de pino que estaban al costado del camino, eran tantos que costaba saber cuantos había en realidad. Pocas veces en mi vida escuché tanta variedad de pájaros como en esta oportunidad. Luego de llegar arriba del Betete vino un descenso de unos dos km entre monte espeso barro y piedras muy grandes y la mayoría sueltas, ahí volví a pararme en los pedales bajando al mejor estilo equilibrista. En esos lugares la bicicleta pasa siempre muy justa entre piedras, y donde pasa la rueda de adelante la de atrás no lo hace de tan justo que es el trillo, es el lugar ideal para las caídas, por suerte lo disfruté con mucha adrenalina y sin ningun raspón más que el de las ramas del monte. Al salir de la sierra me esperaban 25 km de camino y pensé: "bueno ahora sí a pedalear" pero mis piernas seguían con calambres y como siempre pasa en toditas las carreras faltaba la frutillita de la torta: un viento en contra que fue mi compañero inseparable durante la hora y poco que me llevó llegar Piriápolis. Finalmente a falta de sólo dos km para llegar tomo la rambla y ahí sí dije "voy a rematar a toda velocidad" pero mi fiel e inseparable amigo comenzó a soplar más fuerte y bien de frente como para decirme "no te olvides de mí que te voy a escoltar hasta el arco". Esta fue una buena carrera no le faltó nada, como siempre me queda esa sensación de que podría haber dado un poco más, pero lo importante de todo esto es que mientras estemos vivos siempre hay una PRÓXIMA CARRERA.
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