jueves, 9 de junio de 2022

Nadie nos dijo que fuéramos, nadie nos dijo que lo intentáramos, nadie nos dijo que sería fácil ...

 Esa afirmación pertenece a Kilian Jornet. Durante algunos momentos del recorrido rumbo a la cumbre del Mera Peak (Himalaya) -en particular, los más duros- recordé esa frase como manera de reforzar el compromiso con el objetivo final. Cuando intentaba darle un cierto toque de humor, refería al relato de Marciano Durán en “Esos locos que corren”, diciendo que iba a escribir mi propio poema que titularía “Esos locos que trepan montañas”.

¿Cómo ubicar el inicio de este desafío? No lo tengo claro; quizás tenga que ver con esa fascinación por las montañas que nació a partir de las carreras en Villa La Angostura, en las sierras de Córdoba y en Mendoza. El sueño hecho realidad de llegar al Campamento Base del Everest -5368 msnm- y el ascenso a la cumbre del Kala Patthar -5550 msnm- a fines de 2017, fueron disparadores de la búsqueda de nuevos desafíos. Lo siguió en 2019 el fallido intento de hacer cumbre en el Volcán Lanín (Patagonia argentina), oportunidad en la que debimos bajar por razones de seguridad cuando estábamos muy cerca, y el éxito en ese mismo lugar en enero de 2020.

En mayo de 2020 proyectamos hacer el ascenso al Mera, pico ubicado en el Makalu Barun National Park, zona central de Nepal cerca de la frontera con Tibet, junto a Andrés Silva y Dardo Parentini, nuevamente con la organización de Martín Olascoaga (DestinOriente). La pandemia llevó a postergar el viaje, que finalmente pudimos concretar entre el 27 de abril y el 20 de mayo pasados. Pudimos hacer todos los cambios de pasajes, para volar finalmente el 27.04 en vuelo de Iberia 6012 hasta Madrid (12 horas), siguiendo el 28 en Qatar (vuelo QR 150) con escala en Doha para finalmente llegar a Kathmandú (vuelo QR 652) el 29 en la mañana. En Madrid, tuvimos la enorme fortuna de poder despachar los equipajes apenas llegamos, gracias a la extraordinaria amabilidad del personal de Qatar, que incluso nos ayudó con las declaraciones juradas de salud. Ello nos permitió ingresar a sala VIP a las 8:30 AM, en un día que se presentaba frío y bastante nublado. 

La escala corta en Doha, cerca de la medianoche, nos permitió disfrutar de un muy moderno aeropuerto ya engalanado para el próximo campeonato mundial de fútbol de la FIFA, sintiéndonos “ciudadanos del mundo” pues las vestimentas y costumbres de las personas en esa parte del planeta, nos muestra una enorme diversidad cultural que nos sigue sorprendiendo. Mientras esperábamos para embarcar en el tramo final, estuvimos conversando con un colombiano que estaba viajando en solitario, rumbo al campamento base del Everest.

Llegamos al aeropuerto de destino -Tribhuvan International, con edificios recientemente construidos- a las 8:20 AM del viernes 29 (las 23:35 del jueves 28 en Uruguay, dado que tenemos 8 horas 45 minutos de diferencia horaria; ¡qué cosa más rara esos 45 minutos!). Como en el año 2017, nos alojamos en el Kasthamandap Boutique Hotel, ubicado en un rinconcito de Thamel, muy cerca de la zona más comercial de la ciudad. Nos esperaba Krishna y el caótico tránsito de Kathmandú, lleno de motos (donde solamente el conductor usa casco), bicicletas, automóviles y vehículos de transporte colectivo de todo tipo, que me sigue sorprendiendo pues no he presenciado ningún accidente, y por la increíble paciencia de los conductores en zonas donde difícilmente crucen dos vehículos.

Los días 29 y 30 fueron usados para comprar los equipos faltantes y recibir las excelentes camperas de Goretex y de plumas con el logo de DestinOriente con las que Martín nos esperaba.

El día domingo 1 a primera hora de la mañana, volamos en un bimotor de Sita Air al aeropuerto Tenzing-Hillary de Lukla (uno de los aeropuertos más peligrosos del mundo, con su pista de 450 metros en desnivel en la ladera de la montaña, a 2860 msnm), en un viaje de escasos 25 minutos. El equipo se completó con Chandra -el guía especialista en el Mera Peak-, Krishna, Nawa (los tres hermanos) y los porteadores Khumba, Milan y Thilen. A la llegada, fuimos hasta el refugio donde nos alojaríamos al retorno, para terminar de preparar los equipos. Emprendimos el camino bajando desde los 2840 msnm de Lukla hasta Surke -2290 msnm- donde paramos a tomar té, almorzar (sí, el tradicional "dal bhat" nepalí) y descansar, para posteriormente continuar nuevamente en ascenso hacia Paiya -2730 msnm-, ya con una leve llovizna, en un recorrido que ya nos hacía recordar el famoso “plano nepalí”. ¿En qué consiste? En iniciar y culminar un recorrido prácticamente a la misma altura sobre el nivel del mar, pero en el trayecto hacer ascensos y descensos fuertes. En 3 hs 57m hicimos un total de 8.6 kilómetros. En el refugio, pude disfrutar de una ducha caliente, mate, tortas fritas (Tibetan bread) y charlas sobre lo que estábamos viviendo. Chandra y los porteadores salieron a cazar algún pollo para hacer una sopa. Mientras esperábamos la cena, probamos “rakshi” (bebida fuerte, muy similar al sake japonés, hecha a partir del destilado de arroz, mijo y maíz). Las dos niñas del refugio, Yuti y Siutín, hicieron que la jornada fuera muy entretenida, pues recordamos juegos de la infancia, pese a las dificultades para hacernos entender en nuestros diferentes idiomas.

El día lunes 2 nos llevó desde Paiya en ascenso lleno de barro hasta Kari La -3145 msnm-, donde también paramos a descansar y tomar té. En ese punto, cruzamos hacia el valle en una larga caminata bastante limpia hacia Karthe -2670 msnm- donde paramos a almorzar. Habíamos hecho 6.8 kilómetros en 3 horas 30 minutos. El almuerzo y descanso nos llevó una hora, para seguir posteriormente bajando hasta los 2415 msnm, para después subir y subir, pasando por todos los climas (frío, nublado, sol a pleno, llovizna). Llegamos a Panggom -2900 msnm- después de un total de 6 horas 10 minutos para hacer los 12 kilómetros de distancia de esta jornada. Al refugio llegó una pareja de Bérgamo (Italia) que estaban haciendo su recorrido sin guías y se habían perdido. Al final de la jornada, Andrés nos comunica que había decidido bajar, lo cual llevó a que Nawa lo acompañara a efectos de apoyarlo en el retorno a Kathmandú.

Ya en la 3ª jornada, al amanecer, disfrutamos de una preciosa vista del Numbur, un pico que coronaba el horizonte. Emprendimos camino a Nashing Dingma, con una fuerte subida que nos llevó en 1200 metros de distancia, a alcanzar los 3160 msnm y divisar por primera vez, el imponente Mera Peak y sus tres picos (Norte, Central y Sur). Siguió una bajada “violenta” hasta los 2050 msnm que nos hizo sufrir bastante, al extremo que hicimos 6 kilómetros en 3 horas. Las vistas de las pequeñas cascadas cual “velo de novia” que caían de la montaña hasta el río y formaban espectaculares piscinas naturales, le daban un toque mágico al lugar. Almorzamos en un muy humilde refugio, donde el cocinero era el padre de familia, mientras las mujeres (su esposa y dos hijas) cargaban enormes cestas con ramas y hojas para hacer abono natural. Una de las niñas se lastimó haciéndose una herida profunda, lo que llevó a que Martín la curara con una compresa del botiquín y le dejara otro par para que continuara con la protección. El gato del lugar estaba “pasando por un mal momento”, como dijera Martín, lo que ha generado múltiples comentarios jocosos, pues en realidad aparentaba haberse ya rifado seis de sus vidas.

Cruzamos por el puente colgante cercano al lugar -el primero que veíamos en este recorrido- a 2010 msnm, para comenzar a subir hacia Nashing, ubicado en una altiplanicie muy prolija -un coqueto escenario, diría el periodista Andrés Reyes a través del personaje de radio Lubo Adusto Freire-, a 2640 msnm. En la jornada, completamos un total de 8.8 kilómetros en un total de 5 horas 10 minutos. Pudimos lavar ropa en la llegada aprovechando el buen clima que había, pero no contábamos con la Ley de Murphy. Al anochecer, el clima cambió radicalmente y estuvo lloviendo durante prácticamente toda la madrugada.

En la 4ª jornada, fuimos conversando al inicio del recorrido recordando a Gabriel García Márquez en “Cien Años de Soledad”, señalando que se había desbordado el cielo como en Macondo. Nos llevó una hora 20 minutos para hacer una distancia de 1.9 kilómetros, subiendo desde los 2640 hasta 3010 msnm, punto donde cruzamos al otro lado de la montaña para continuar subiendo, ahora por un sendero empedrado. A 3200 metros de altura, nos cruzamos con una pareja de canadienses, con sus años bien vividos y algunos kilos de más, acompañados por sus guías y porteadores. Continuamos avanzando sin detenernos dado el mal clima, hasta nuestro destino en Choleem Kharka (3560 msnm). Hicimos un total de 6 kilómetros en 3 horas 29 minutos. Después del almuerzo, hicimos una buena siesta hasta que paró la lluvia. La tarde estuvo matizada con buena lectura (Almas de Vagar, de Tato López), ron nepalí, miel, noodles crudos (fideos secos) con condimentos, mientras secábamos ropa en la estufa y conversábamos con los porteadores. Obviaré todos los comentarios filosóficos y políticos, dado que fueron motivo de particulares discusiones -a veces, acaloradas y subidas de tono-, a fin de mantener el buen hilo de esta crónica centrándome en los aspectos vinculados con la montaña. ¡Y miren que hubo momentos de discrepancias fuertes!

El jueves 5 amaneció despejado, aunque al rato se nubló totalmente. Subimos desde Choleem hasta el Paso de Hurhure (4270 msnm), en un recorrido de 2.5 kilómetros que nos llevó dos horas. El ascenso no culminaba allí, pues continuamos por una zona con una vista espectacular de las montañas hasta los 4460 msnm (acumulábamos 3 horas 10 minutos) y teníamos un precioso panorama del lago Panch Pokhari donde existe un santuario en honor al dios Shiva, lleno de tridentes y ofrendas. Casi enseguida, llegamos a nuestro destino de la etapa, Pokhari (4250 msnm), completando 6 kilómetros en 4 horas 5 minutos. Nos recibió una muy alegre propietaria del refugio, permanentemente riéndose cuando hacía cualquier tipo de comentarios. Aprovecho este recuerdo para señalar que no encontré a ningún nepalí "triste", pese a las condiciones en las que viven. Es digno de destaque el enorme optimismo y buena disposición que siempre muestran, con una impresionante capacidad para hacernos sentir muy bien en todo momento, independientemente de las condiciones físicas y del aislamiento social en el que en general están. Quizás pueda resumirlo diciendo que muestran una "pobreza digna" que resulta ser su señal de identidad. 

Me desperté de la siesta a las 15.45, con el clima que seguía muy inestable, absolutamente nublado y con lloviznas. La tarde fue ocupada en disfrutar del mate y en sentarnos a esperar que pasara el tiempo, como dirían en Las Papas (50 habitantes, “punto perdido” en los cerros de Tinogasta, Catamarca, cuando quedan aislados entre enero y marzo de cada año).

La 6ª jornada nos llevó temprano en la mañana desde Pokhari bajo llovizna permanente, hasta los 4400 msnm. Bajamos por una zona de piedras mojadas y con barro, hasta los 3420 msnm. Si, hicimos un descenso de casi 1000 metros, transitando por zonas de bosques, llenos de piedras y barro, hasta que salimos al borde del río que baja de la montaña. No tuve más remedio que gritarle a Dardo que aflojara el paso, pues le seguía el ritmo a Chandra y me llevaban "al palo". "Dejalo que se vaya, no lo sigas", le dije casi implorando. Decidí pasar yo al 2° lugar, para frenar un poco el ímpetu de mis compañeros. Nuevamente debimos tomar el sendero hacia arriba, hasta los 3580 msnm de Khote, donde llegamos en un tiempo exacto de 4 horas para completar los 8.5 kilómetros de distancia, mojados y con frío. Durante este tramo, fuimos conversando con Dardo -aprovechando que Chandra no entiende español- diciendo que estaba perdido y que no lo quería reconocer. Cuando nos dimos cuenta que no, dijimos que en realidad se quería vengar de alguno de nosotros y nos estaba haciendo sufrir. Es más, fue declarado “enemigo” y lo puse en primer lugar en mi lista negra. ¡Hasta me puse a cantar "Mi lista negra" del Cuarteto de Nos!

En las instalaciones de Kothe, pudimos disfrutar de una ducha con agua caliente, un buen almuerzo cómodamente instalados y señal de wifi para reportar noticias a las familias. En el refugio, estuvimos intercambiando con un grupo de montañistas polacos (9 personas) que habían hecho cumbre el día anterior, que nos comentaron sobre el clima espectacular que les tocó. Vimos cómo colgaron su bandera en el techo del refugio y prometimos hacer lo mismo con la nuestra si conseguíamos hacer cumbre.

El día sábado 7 nos recibió con un cielo más despejado y preciosas vistas del Mera, con el sol que nos ayudaba a avanzar por el costado del río Inkhu. Después de una hora 54 minutos y con 4.5 kilómetros recorridos (es indudable que el clima y el desnivel nos ayudaron a avanzar más rápido), paramos a tomar té con limón en un refugio a 3970 msnm. Continuamos para completar 9.3 kilómetros en un tiempo total de 3 horas 35 minutos hasta Tangnag o Thangnak (4290 msnm), una linda villa rodeada de montañas y con algunos refugios. Unos 1000 metros antes, paramos en un monasterio al costado del camino, donde hicimos nuestras ofrendas y recibimos las bendiciones para el ascenso. Si, aún los más agnósticos nos volvemos algo místicos en el contacto con la naturaleza en su forma más pura.

Enseguida de llegar al refugio, sentimos un fuerte ruido a la distancia y pudimos ver muy lejos una avalancha de nieve que caía. El día se presentaba soleado, hasta que a partir de las 14:30 se nubló totalmente y empezó a llover. Si, antes de eso habíamos lavado alguna ropa… ¡Se repitió la Ley de Murphy! A las 19:00 horas cenamos, mientras seguía lloviendo. Otra vez Macondo.

La 8ª jornada fue un día de descanso activo con base en Tangnag. Subimos a hacer un trekking de aclimatación hasta la cumbre que está cerca del refugio, donde están instaladas unas antenas. Alcanzamos los 4800 msnm en un par de horas, en tanto el descenso nos llevó 45 minutos. En alguna ventana de buen clima, pudimos sacar algunas fotos desde la cumbre, desplegando las banderas de Peñarol y Uruguay, aprovechando además que Dardo no había llevado su banderita. En oportunidad de los almuerzos y cenas, Dardo seguía con su fidelidad a las papas y huevos fritos, recordándonos que si en algún momento era necesario, tenía su stock de atún y sardinas en lata en la mochila.

Cada vez más cerca del objetivo. Con la expectativa a flor de piel, en la 9ª jornada subimos hasta Khare (4800 msnm) en un recorrido de 5.2 kilómetros que completamos en 2 horas 53 minutos. Durante el recorrido cayó una muy suave nevisca, en tanto podíamos apreciar el Mera cuando el cielo se despejaba un poco. ¿Qué decir del refugio en Khare? Con seguridad, fue el de mejores instalaciones aunque no tenía ducha de agua caliente, sino que debíamos pedir un tacho con agua para higienizarnos… estábamos a 4800 msnm, así que la idea de estar a esa altura, mojándonos de a poco con agua, nos llevó a desistir y seguir fieles a la higiene con toallitas húmedas. Tanto la zona de restaurante como el solárium al costado, sin dudas fueron de lo mejor que pudimos disfrutar en los refugios. Además, allí ofrecen bizcochos y tortas, café “de máquina” y chocolate caliente, en un servicio digno de destaque. Acompañamos las tortas fritas con dulce de leche Tuku Tuku (de Salto), que Dardo había llevado y que causó sensación. El frasco casi vacío quedó como testimonio en los estantes del refugio.

Ya en nuestra 10ª jornada el martes 10, hicimos aclimatación subiendo hasta el Campo Base del Mera (5200 msnm) en una hora 30 minutos, para posteriormente retornar al refugio completando un total de 3.3 kilómetros. El clima seguía estando bastante inestable, con varios montañistas “anclados” en el refugio a la espera de sus helicópteros para bajar (no volaban por la impresionante niebla) desde hacía 3 días. A la tarde, estuvimos descansando en el solárium, para posteriormente probarnos las botas de nieve, crampones y hacer un entrenamiento de ascensos y descensos con cuerdas.

En el refugio compartimos con un numeroso grupo de montañistas eslovacos y un matrimonio galés, que proyectaban un plan similar al nuestro. En la tarde, vimos también llegar a un “veterano” en helicóptero con su guía, que llamaba la atención por la vitalidad que transmitía y su idea de hacer la cumbre del Mera para posteriormente hacer la del Manaslu (8156 msnm). 

Miércoles 11 fue el día previo al intento de cumbre. Fuimos desde Khare al Campo Alto (“High Camp” suena mejor), ubicado a 5780 msnm. Durante la primera hora y media del recorrido, hasta el Campo Base, usamos las botas de nieve, y a partir de allí continuamos con los crampones por nieve permanente. En el recorrido, se sumó una perrita que avanzaba jugando en la nieve, mientras nosotros enfrentábamos el duro ascenso. En los momentos que salía el sol, el calor se volvía insoportable, en tanto lo tolerábamos bastante bien en la mayor parte del recorrido, cuando se nublaba. Nos llevó 4 horas 54 minutos para completar 4.7 kilómetros. Un poco después de nosotros, llegó el veterano en remera de manga corta y bermudas…

Me tocó compartir carpa con Dardo, así que el espacio era bastante reducido. Al rato, Thilen nos ofreció un té y una sopa con fideos. Cuando me senté, ante un leve movimiento de mis piernas, terminé con media sopa sobre mi pierna, mojando la calza y el sobre de dormir. Creo que la “p…” (¿o debí escribir “maldición”?) se escuchó en todo el campamento.

12 de mayo, día de cumbre. Nos despertamos a las 2:00, hicimos un desayuno rápido, preparamos el equipo y nos abrigamos para salir al ataque a la cumbre. Increíblemente, la madrugada se presentaba absolutamente estrellada, que nos permitía incluso ver luces de linternas en las montañas cercanas. Iniciamos el ascenso a las 3:00 AM a ritmo lento, en dos grupos: Chandra, Dardo y yo por un lado, y Krishna, Martín y Thilen por otro.

El montañista galés había salido más temprano, ya que su esposa se había quedado ante alguna molestia como efecto de la altura. También veíamos más adelante al “veterano” con su guía. El avance por la nieve en zigzag como forma de evitar los ascensos muy fuertes, nos llevó a cruzar algunas grietas en la nieve, todos atados con arneses. Al rato, vimos que uno de los grupos que había salido antes, retornaba. Era el “veterano” que estaba con malestar estomacal y dolor de cabeza, y que volvía al refugio en Khare, donde al día siguiente tomó un helicóptero.

Después de un ascenso complejo, duro y con mucho frío, en especial en las manos, a las 7:00 AM hicimos cumbre en una mañana absolutamente despejada y con el cielo totalmente celeste. Fueron momentos de profunda emoción, para recordar a los seres queridos que nos permiten encarar estos desafíos, mirando lejos que también es la mejor forma de mirar hacia adentro. Tuvimos la oportunidad para hacer algunos videos y tomar fotos durante aproximadamente media hora. Nos llevó 4 horas para hacer los dos kilómetros de distancia con un ascenso de 700 metros.

Emprendimos el retorno, ya con algunos tramos de nieve un poco más derretidos, así que tuvimos que extremar los cuidados. El sol que brillaba, hizo que parara a sacarme la campera de plumas. Al intentar guardarla en la mochila de ataque que llevaba (20 litros de capacidad), se me cayó una de las botellas de aluminio que llevaba. Bajó a toda velocidad por la ladera de la montaña llena de nieve, hasta que se perdió de vista y habrá culminado en alguna grieta.

A las 9:30 estábamos nuevamente en el High Camp, así que pude dormir un rato hasta cerca de mediodía. Cuando me desperté, el día se había nublado totalmente. Después de alimentarnos rápidamente, emprendimos el retorno -difícil, duro- hacia el refugio en Khare, acompañados por la perrita, guiándonos por las pisadas en la nieve pues no se veía prácticamente nada a más de 5 metros. En el camino, cruzamos a los montañistas eslovacos y a un grupo de indios, que estaban haciendo el ascenso al High Camp. Al llegar al Base Camp, donde se termina la nieve, nos sacamos los crampones para continuar el camino. Resultó interminable, dadas las condiciones en las que avanzábamos por el camino lleno de piedras mojadas y con botas de nieve bastante rígidas, y con una neblina persistente que impedía ver lejos.

Ahora bien, pese a lo duro del camino, volver con la satisfacción del objetivo conseguido resulta indescriptible. Uno se siente -en cierta forma- un privilegiado por haber alcanzado la cumbre tan ansiada, en tanto los montañistas que están haciendo el camino y que encontramos en los refugios, nos miran y escuchan con cierto grado de admiración. Recuerdo el comentario de Fabiana, la uruguaya que hizo el camino al Base Camp del Everest con DestinOriente y que encontramos en el hotel a nuestra llegada, cuando nos dijo que en ese grupo nos identificaban como los “grossos” que iban al Mera Peak.

Temprano en la mañana de la 13ª jornada en Khare, nos avisó Martín que en el refugio vecino, un montañista francés de 39 años había fallecido en la noche, por complicaciones de salud derivadas del mal de altura. Había bajado sintiéndose mal y solicitó el apoyo de un helicóptero para poder bajar, que no fue posible dadas las condiciones del clima. Fue un baño de realidad, que nos trajo nuevamente a los riesgos de la actividad que habíamos encarado.

Bajamos a Tangnag, donde almorzamos y continuamos hasta Kothe (3580 msnm). El recorrido total de 14.3 kilómetros, nos llevó un total de 4 horas 30 minutos, bastante más rápido que a la ida. En el refugio, después del baño reparador con agua caliente (¿cuántos días hacía que no me bañaba?), preparamos la bandera uruguaya con los nombres de todos los integrantes de la expedición y la colgamos en el techo del refugio en un lugar privilegiado, junto a la entrada. Es la única bandera de un país de América Latina en el refugio. En todo el descenso, nos acompañaron los dos perros (la hembra que encontramos en la subida desde Khare hasta el High Camp, y un macho que se le juntó en el refugio).

Al día siguiente -14ª jornada- enfrentamos una muy larga caminata casi siempre en ascenso hasta Thuli Karka (4150 msnm) con la compañía de los perritos. Aunque al amanecer estaba despejado, en cuanto desayunamos se volvió a nublar. Salimos con la tranquilidad de la meta conseguida y con una llovizna casi permanente, bajando al principio por un sendero al costado del río, desde los 3580 msnm hasta los 3400 msnm. Recuerdo que me detuve en el camino a tomar una fotografía de una casa de piedras con riesgo de caerse, sostenida por parantes de madera, y comenté que se parecía a la vida. Ese comentario quedó grabado en Krishna, según me comentó días después cuando nos invitó a su casa, a lo que agregó que "Jota tiene el doble de edad que Martín" (quien cumplió 31 durante nuestra expedición).

A partir de allí, comenzamos a subir hasta los 4300 msnm, momento en el que hicimos una escala a media mañana para almorzar. Allí nos encontramos con dos chicas árabes (según Martín, debían ser indias, aunque nos dijeron que venían de Emiratos Árabes), que estaban haciendo el ascenso, a ritmo muy lento, pues les había llevado 12 horas llegar hasta ese punto el día anterior. Finalmente llegamos a nuestro destino -Thuli Karka- después de 7.5 kilómetros, que completamos en un tiempo total de 5 horas, lo que demuestra lo duro del camino en ascenso. Nos esperaba un precioso refugio, con la estufa prendida ya que el clima seguía absolutamente húmedo. En ese momento, hicimos el cálculo de la distancia recorrida -110 kilómetros- y el desnivel acumulado -18000 metros-, cuando aún nos restaba una jornada más. Habíamos perdido a los perros, así que asumimos que se habían ido a cazar algún animalito para alimentarse.

La 15ª jornada arrancó con la buena noticia de que los perritos nos estaban esperando fuera del refugio. Salimos con el día absolutamente nublado y una tenue llovizna desde Thuli Karka -4150 msnm- con la indicación de Krishna de que íbamos a subir unos 300 metros durante no más de media hora, para comenzar a bajar. Si en algún momento comparten una expedición con Krishna, no le crean. Subimos hasta los 4600 metros y nos llevó 59 minutos. Ese desnivel de 450 metros lo hicimos en una distancia de 1.4 kilómetros. Después de tomar un té con limón en el punto más alto, comenzamos el descenso hacia Lukla. Durante casi todo el recorrido estuvo lloviznando, lo que provocó algunos resbalones fruto de las piedras mojadas y el barro. Eso sí, tuvimos siempre la muy grata compañía de los perros, y la oportunidad de tomar fotografías de la flor nacional de Nepal con sus variantes de colores. Almorzamos en Chutang, donde llegaron los galeses que venían un poco más lentos. Finalmente, llegamos a Lukla -2840 msnm- completando un total de 11.9 kilómetros en 6 horas 46 minutos (incluyendo la hora de almuerzo).


Nos alojamos en el refugio Hikers Inn, donde debimos quedarnos un día completo ya que el clima tan inestable hacía que el aeropuerto no funcionara desde hacía tres jornadas. Finalmente, el día martes 17 amaneció con el cielo despejado, lo que nos permitió volar en Tara Air a Kathmandú, en un viaje algo movido que demoró 40 minutos (a la ida, fueron 25 minutos). Pasamos así del frío de Lukla a los 30 grados de la capital nepalí. Dado que nuestro viaje de retorno empezaba el viernes 20, aprovechamos para conocer Bhaktapur, ciudad cultural fundada en el siglo VIII que fue la capital de Nepal entre los siglos XII y XV. El jueves a la noche, Krishna y familia nos invitaron a una “barbacoa nepalí” en su casa (carne de cerdo y pollo), toda una experiencia para nosotros tan acostumbrados a la carne vacuna a las brasas. Finalmente, el viernes emprendimos el largo retorno a Uruguay, con interminables escalas en Doha y Madrid, en un viaje que en total nos llevó 46 horas.

Ya sobre el final, recordemos lo del principio: “nadie nos dijo que fuéramos, nadie nos dijo que lo intentáramos, nadie nos dijo que sería fácil. Alguien dijo que somos nuestros sueños; que si no soñamos, estamos muertos” (Kilian Jornet).

¿Qué sigue? Es claro que ante el éxito en una aventura de este tipo, los desafíos pasan por encontrar alguna otra montaña de mayor altitud para intentar hacer cumbre. Empezamos a soñar con locuras, del tipo ¿por qué no intentar hacer un 8000? ¿O al menos un 7500?

A mi edad -62 años-, debo reconocer que puede ser momento de pensar en otras actividades menos riesgosas, que supongan un esfuerzo menos intenso y que a la vez me permita seguir disfrutando de estas aventuras. Una opción podría ser la del Camino de Santiago, o el denominado Camino de Costa Rica, país que siempre quise conocer. También surgió la idea de sumarme a algún grupo con DestinOriente a la cumbre del Kilimanjaro -alcanzando así el pico más alto de África-, o incluso de hacer el ascenso al Aconcagua con sus casi 7000 metros, el más alto de Sudamérica. Este último tiene el atractivo de que se hace relativamente cerca, en los meses de enero y febrero, que normalmente son bastante más tranquilos en términos de actividades. En un primer análisis, surgió también la opción de volver a Nepal para intentar hacer cumbre en la 6ª montaña más alta del mundo, el Cho Oyu (8201 msnm), que siendo uno de los ochomiles, es el que menores riesgos presenta. Estamos en esa etapa fermental lanzando ideas, para determinar quiénes, cuándo y dónde encararemos el próximo gran desafío.  

Y no puedo terminar sin parafrasear a mi amigo Marciano Durán, en “Esos locos que corren”.

Esos locos que trepan montañas

A algunos los conozco. Los he visto pocas veces, aunque siento que compartimos muchas vivencias desde siempre. Son muy raros. Inician sus desafíos muy temprano en la mañana, o incluso en la madrugada cuando la gente normal descansa, con la seguridad de ganarle al sol. Están muy cuerdos, aunque para muchos parezcan locos. No entienden de estaciones del año ni de temperaturas, salvo para encontrar el mejor momento para intentar una cumbre. Hablan de “ventanas” para referir a los períodos en que el clima les permite alcanzar sus objetivos. Se cansan durante horas y kilómetros, para poder dormir o descansar sin importar la hora. Es más, se guían por la luz del sol más que por el reloj. Sufren cuando hace frío, llueve o cae nieve, aunque después se vanaglorian de las condiciones que tuvieron que enfrentar pues eso les permite sentirse plenos.

Hablan diferentes idiomas aunque en cuestiones fundamentales, vaya si se entienden. Son capaces de los mayores gestos de solidaridad, sin pedir nada a cambio. Les molestan las zonas de bosques, arboladas o con suave pendiente. Prefieren los ascensos y descensos sostenidos, las laderas y piedras, el barro y la nieve, antes que disfrutar de un día de sol o en la arena de una playa.

Conocen mucho sobre ropa y equipos técnicos de marcas extrañas. Recuerdan sin ninguna dificultad los nombres de montañistas de diferentes países, saben sobre quienes han alcanzado récords en ascensos y descensos, ubican por su nombre a los 14 picos de más de 8000 metros en el mundo… ¡y los pronuncian correctamente! 

Escuchan los sonidos de la naturaleza, se emocionan con el canto de los pájaros -así sea un cuervo-, conversan con los lugareños aunque hablen idiomas diferentes, comparten comidas y bebidas desconocidas sin preocuparse por sus ingredientes. Son capaces de compartir largas jornadas en silencio, sin otra razón que ver el tiempo pasar.

Cruzan arroyos por frágiles troncos, saltan entre las piedras, atraviesan puentes colgantes y comparten los caminos con animales de carga. ¿Comparten? No, les dan prioridad. Pierden el sentido del olfato durante varias jornadas en las que no pueden disponer de un baño con agua caliente, apelando a toallitas húmedas, talco y desodorantes (cuando se acordaron de llevarlos). Cargan agua en los cursos que encuentran en el camino, y si es necesario, derriten hielo para poder hidratarse. Aprenden a detectar dolores en los pies que pueden derivar en ampollas, y si ello sucede, se curan sin dificultades. Están pendientes de la correcta hidratación, los efectos de la altura y los niveles de oxigenación en sangre, más que de la alimentación.

He compartido desafíos con ellos. Están muy bien de la cabeza ... y del corazón. Usan botas, van atados con arneses, llevan cuerdas como demostración de que están cuerdos, se ríen cuando se hunden en la nieve o cuando se caen, saltan por grietas como si estuvieran jugando en una plaza, y comparten su comida con los perros que los acompañan. Pueden pasar del frío extremo y no sentir las extremidades en la madrugada, al calor intenso cuando el sol sale y se refleja en la nieve, encontrándolos muy abrigados.

Festejan sus éxitos con alguna bebida alcohólica, permitiéndose todo lo que no hicieron durante las etapas de aclimatación. Se respetan enormemente, escuchando con atención los comentarios de quienes los preceden para registrar las dificultades que pueden encontrar. Sufren durante las largas jornadas de entrenamiento aunque disimulen diciendo que no pueden vivir sin ello, disfrutan contándoles -incluso a quienes no lo preguntan- sobre su próxima meta, adornándola con algún riesgo como forma de hacerla más épica. Registran todos los lugares por los que cruzan, tomando fotografías y grabando videos, que suben a sus redes sociales (cuando tienen señal).

Más que de distancias recorridas, hablan de desniveles acumulados, tiempos y alturas. Atraviesan el mundo con tal de encarar una nueva cumbre. Miran con desdén a quienes "solamente" llegaron hasta el campamento base del Everest, casi como si fueran turistas. Hablan con humor de las condiciones de los baños disponibles en los refugios. Disfrutan mirando muy lejos, pues de esa manera también están miran hacia adentro. En los momentos de descanso, prefieren siempre la soledad, aunque en las etapas de ascensos y descensos sean un ejemplo de trabajo en equipo.

Le ganaron a la muerte, aunque siempre estén tuteándose con ella. Y también le ganaron a la vida. Están completamente cuerdos.

En las fotos: Dardo, Martín, Milan, Khumba, Krishna (@krishna_khaling_rai), Thilen (@lamathilen) y Chandra. Y no dejen de seguir a Thilen: "don't follow your dreams, follow me", decía su perfil, que ahora reza: "Nothing is impossible. Born to rock and roll" (¡qué personaje!)








  

sábado, 29 de febrero de 2020

Aconcagua Ultra Trail 60K - Objetivo conseguido


Canta Buitres en “Condenado el corazón”:

“Sus ojos miran como los de un animal
Sin lugar a donde escapar
Que lame sus heridas y vuelve a correr
Sin pensar que habrá una última vez”

En febrero de 2018, tuve el privilegio de participar de Aconcagua Ultra Trail en la distancia de 70K, de los cuales hice 58K ya que me faltó el ascenso y descenso a la Quebrada de Vargas. En esa ocasión, recuerdo que la inspiración estuvo originada por el ascenso hasta Confluencia –primer campamento después del ingreso en Horcones- cuando hicimos la expedición al Cordón del Plata (noviembre/2016). Esa experiencia fue compartida con Jonatan Torena, David Vega y Alejandra Isabella (que no pudo correr, por un esguince de tobillo una semana antes).

En oportunidad de la carrera de 10k del Campeonato de la AAU en Las Piedras en 2019, quiso el destino que estacionara mi auto frente a la casa de David y Alejandra, así que cuando me volvía, toqué timbre y estuvimos conversando brevemente sobre su experiencia en Eco-Challenge, y los planes futuros. Quedó definida la participación en Aconcagua Ultra Trail 2020, a la que se sumó poco después Dardo Parentini. Marcela Correa y Pedro Hernández también se sumaron en el último mes (viajaron en su auto).

Salimos el miércoles 19 poco después de mediodía, para descansar a la noche en Parador 9 sobre la autopista Rosario – Córdoba, muy cerca de Bell Ville, después de unos 800 kilómetros. Seguimos viaje temprano –a las 6:45 ya estábamos saliendo- para continuar hasta nuestro destino en Uspallata (Mendoza), donde nos alojamos en Cabañas Inca Roca, un precioso lugar con una vista espectacular de las montañas, a unos tres kilómetros del centro. Después de instalarnos, fuimos hasta el Hotel Ayelén en Penitentes (a 2600 msnm) ubicado a 60 kilómetros, donde retiramos el kit de carrera correspondiéndome el N° 647. Después de cumplir con las formalidades, seguimos hasta el Cristo Redentor (3800 msnm) donde estuvimos tomando fotos y comprando algunos recuerditos.


El viernes 21 fue día de relativo descanso. Fuimos hasta el Puente del Inca y posteriormente asistimos a la charla técnica de 100K y 60K, en tanto Alejandra, Marcela y Pedro se quedaron a la de 42K y 25K. A la noche, hicimos una cena de pastas en la cabaña, como corresponde a corredores responsables. Dejamos las mochilas prontas y temprano ya nos fuimos a dormir (o intentarlo), pues acordamos levantarnos a las 2:00. David largó a las 4:00, en tanto Dardo y yo lo hicimos a las 5:00, así que fuimos juntos. Enseguida de la largada de David, en una noche fría y despejada -7 grados de temperatura- intentamos descansar un poco más en el auto.

“Corrí una noche alejándome
Y sin embargo hoy estoy aquí otra vez”


Largamos con linternas encendidas por senderos al costado de la ruta que une Argentina con Chile, en un “falso plano” que se hizo sentir, ya que subimos unos 200 metros de desnivel hasta el ingreso al parque. El recorrido nos llevó a pasar por el Cementerio de los Andinistas, el Puente del Inca y posteriormente cruzar bajo un puente, para ingresar al Parque Nacional Aconcagua por el sendero que usan las mulas que cargan provisiones hacia la altura. Con las primeras luces del día, llegamos a Horcones (2800 msnm), el punto de ingreso formal al parque, con 11 kilómetros de recorrido en 1 hora 55 minutos. Íbamos relativamente bien, dentro de lo previsto aunque en los primeros kilómetros me sentí ahogado, muy posiblemente por la altura sobre el nivel del mar a la cual nos encontrábamos.


Nos alimentamos brevemente en el PC1, para seguir hacia Confluencia, punto donde confluyen todos los senderos de ascenso ubicado a 3450 msnm. Teníamos 4 horas desde la largada como “corte” para llegar hasta allí, y lo hicimos en 3 hs. 42 minutos, con 19 kilómetros de recorrido. Recordaba que en 2018, había llegado a este PC2 en 3 hs. 25 minutos, y muy posiblemente haya influido la convicción de que podía llegar sin mayores dificultades, lo que llevó a no extremar esfuerzos. El sendero es bastante desparejo, con muchas piedras sueltas, que hace que el avance sea en general algo lento. Ya la mañana estaba a pleno –llegamos con Dardo a las 8:42- y seguíamos con el mismo equipo con el que habíamos salido –remera térmica manga larga y camiseta Compressport, calzas cortas, medias de compresión y guantes “livianos”-, así que después de alimentarnos (la variedad de sólidos y líquidos es envidiable, con una atención a cargo de corredores digna del mayor elogio). ¡Hasta pizza con muzzarella calentita!. Tomé un par de vasos de sopa, un café y seguimos camino, ya con la idea de disfrutar del recorrido y comenzar a sacar fotos.

El camino de Confluencia a Plaza Francia es algo más limpio que el que habíamos hecho, ya que se trata de un sendero único, y por tanto está más claro por dónde avanzar. Subimos desde los 3450 msnm hasta los 4200 msnm, en un tramo de 8 kilómetros casi siempre en subida, con una vista espectacular de las montañas y el “monstruo blanco” –el Aconcagua- al frente de nuestro camino delimitando el horizonte. Mucha calma fue lo que prevaleció en ese recorrido, con Dardo permanentemente esperándome para avanzar juntos. Durante la primera parte, ambos sentimos un frío cortante en los dedos de las manos, que no podíamos superar pese a los movimientos que intentamos, hasta que finalmente pasó fruto del avance y el sol que cada vez calentaba más.


En ese tramo, los corredores de 100K ya estaban bajando, entre quienes encontramos a David que venía con dolor de cabeza casi desde la largada. Conversamos brevemente y nos sacamos algunas fotos, y el malestar se le notaba en la cara. Allá por los 4000 msnm, encontramos un largo tramo casi sin desnivel, con algunos vestigios de hielo cuando atravesamos algún hilo de agua, y la enorme masa de nieve a la izquierda del camino como una lengua que baja, semicubierta por la tierra que disimula su presencia. Sentimos un trueno y pudimos ver una avalancha de nieve a lo lejos, como una enorme nube que caía por la ladera de la montaña. Impresionante e inolvidable; debe haber durado aproximadamente un minuto, para volver a la calma enseguida, en una especie de recuerdo de la majestuosidad de la naturaleza.

“Malditos tus ojos
Tienen condenado el corazón
Al juego de su luz”



Finalmente, llegamos al PC 3 ubicado en el Mirador de Plaza Francia, 4200 msnm, con una vista soñada de la pared sur del Aconcagua, alrededor de mediodía. Mientras nos alimentábamos, nos indican que debíamos salir del parque antes de la hora de cierre -17:00 horas- lo que nos sorprendió ya que nunca nadie nos había indicado eso ni aparecía en ninguna de las informaciones aportadas oficialmente.

Después de alimentarnos, tomar fotos del lugar y de conversar sobre la avalancha, iniciamos el retorno un poco más rápido, con la preocupación del horario de cierre del parque, aunque de acuerdo con mis estimaciones, llegábamos sin mayores dificultades. Así, bajamos en unas 2 hs. 30 minutos hasta Confluencia (ahora, PC 4), donde encontramos corredores de 42K (habían largado a las 8:00) que estaban descansando y alimentándose. Nuevamente, la atención en el lugar es de destacar.

El siguiente tramo hasta Laguna de Horcones, ya saliendo “oficialmente” del parque (aunque seguíamos en sus senderos) fue también a mayor ritmo. Superamos a algunos pocos corredores de 42K, entre ellos el legendario Norberto González, que a sus 77 años sigue dando ejemplos de su enorme fortaleza y pasión por la montaña. Llegamos al PC a las 16:00 horas, nos hidratamos y alimentamos, para salir a cumplir con los últimos 11 kilómetros.
Dado que estábamos dentro de los tiempos previstos, nuevamente decidimos no “quemarnos” y hacerlo en formato trekking, con Dardo siempre esperándome ya que podía ir más rápido que yo. El tramo se hizo largo, pues completamos ese recorrido en 2 horas 21 minutos, llegando a la meta a las 18:21 (13 horas 21 minutos de carrera, para los 55 kilómetros que me marcó el GPS). No puedo quejarme, ya que llegué con el cansancio lógico de la distancia y altura, pero entero físicamente, sin ninguna molestia.

“Tan fácil, fácil, no es
horizonte lejano, correr y correr
el día que no llega
dura es la noche en soledad
pero el hombre que mira lejos no aprende a ver”

Carretera Perdida (Buitres)



Nuestros compañeros de 42 Km –Alejandra, Marcela y Pedro- ya habían completado su desafío, y se habían ido a la cabaña en Uspallata, según nos indicaron en un mensaje al celular y una anotación dejada en una nota en el parabrisas del auto. Después de hidratarnos, decidimos esperar por la llegada de David, tratando de dormitar un poco en el auto. Me enfrié, así que en cuanto recibimos el mensaje de Alejandra señalando que David llegaba alrededor de 21:30 horas, decidimos volver a la cabaña. Entrando a Uspallata, nos cruzamos con los compañeros que salían a esperar a nuestro “corredor estrella”; conversamos brevemente y acordamos pedir pizzas para cenar, sin necesidad de salir.



Fue mi Maratón & Ultramaratón N° 70, sumando 10.150 kilómetros en competencias oficiales hasta el momento. Alcancé la 3a posición en mi categoría (Caballeros +60), pero me enteré recién el domingo de mañana, así que no participé de la entrega de premios (me perdí una botella de vino y la medalla). Nos enteramos después que también habían corrido 42K, nuestros amigos uruguayos Osmar Telis (2° en su categoría) y Nicolás González.

Los resultados de nuestro equipo, fueron:

Nombre
Dist.
Tiempo
Pos. General
Pos. Categ.
David Vega
100
18:19:32
13
6
Dardo Parentini
60
13:21:08
39
9
Jorge Xavier
60
13:21:08
40
3
Marcela Correa
42
6:37:18
19
2
Alejandra Isabella
42
7:56:16
48
13
Pedro Hernández
42
8:23:06
65
10

Aconcagua Ultra Trail se define como la máxima expresión del desafío, con un exigente circuito trazado en el Parque Nacional Aconcagua, y una altimetría que llega a 4200 msnm. La invitación de la carrera dice: “Más lejos, más alto”. El imponente Aconcagua con sus 6962 msnm, es el pico más alto de América y meca del andinismo, atrayendo a miles de andinistas cada año. Como parte de esta experiencia, me comentó Dardo que junto a nuestros amigos de la expedición al Campamento Base del Everest en 2017, estaban conversando sobre la posibilidad de intentar hacer cumbre en el Aconcagua en enero/2021.

“Prefiero el salto que esperar
A decidirme”

Caída Libre (La Trampa)



Me vine con la enorme satisfacción de haber hecho 55 kilómetros en un lugar mítico, mágico, con la compañía de Dardo –un “capo” que me aguantó en todo el recorrido- y de los amigos de viaje, en otra experiencia inolvidable. Y me traje mis 3 puntos ITRA.

¡Qué me van a hablar del sentido de “equipo”!

martes, 4 de febrero de 2020

Colón Cross Country Adventure (Entre Ríos), 6 a 8.12.2019


"Lucha por conseguir un objetivo, para conocerte mejor, esfuérzate para tratar de averiguar dónde está tu límite" (Josef Ajram)

Nunca había estado en Colón (Entre Ríos), pese a la cercanía con Uruguay. Uno siempre se forma una idea sobre los diferentes lugares que va a visitar, y en este caso debo confesar que estuvo fuertemente influido por el Río Uruguay, las características geográficas y esa sensación de que pudimos haber sido parte de un mismo país, y que los avatares llevaron a que hoy seamos países hermanos pero diferentes.

En realidad, en ocasión de la Declaración de la Independencia de Uruguay -25.08.1825- simultáneamente se aprobó la integración a las Provincias Unidas del Río de la Plata (duró poco, hasta la Convención Preliminar de Paz firmada entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas en 1828, como resultado de la mediación del Reino Unido). Incluso un poco antes la Banda Oriental, como entonces se conocía a Uruguay, formó parte de la Liga Federal –el sueño de nuestro prócer José G. Artigas- junto a Entre Ríos (entre otras provincias argentinas). Ese origen común, con seguridad hace que nos sintamos parte de una misma comunidad, separada por autoridades de frontera y aduaneras, trámites y requisitos que debemos cumplir para atravesar los límites, que implican un elemento extraño en la vida diaria.

Buscando en mi imaginario, descubrí que también algunas de las aventuras vividas en mi niñez en la ciudad de Artigas (“uma terra pirdida nu Norte, que nao sai nos mapa”, diría Fabián Severo, poeta artiguense), trepando barrancas del Río Cuareim o de algunos arroyos cercanos, e incluso la cercanía con el Río Uruguay, me generaba una particular expectativa. En ocasión de la edición del año anterior -2018-, había hecho averiguaciones pero finalmente no pude concurrir, ya que me coincidía con La Misión en Villa La Angostura.

Por tanto, en esta oportunidad me inscribí con tiempo, y casi enseguida se sumó Adolfo (el “magistrado”) ya que no le coincidía con ninguna carrera de la Agrupación de Atletas del Uruguay. ¿Calor? Sí, claro, como sucede casi siempre en diciembre en esta zona. Disfrutamos de la tranquilidad de Colón, algunas cervezas artesanales y una buena cena, para ir a descansar temprano pues nos esperaba el viaje en taxi hasta nuestro lugar de largada. Ya destaco alguna característica de Colón: la siesta casi obligatoria de sus habitantes –típica de nuestras ciudades del interior- y la tranquilidad y seguridad reinantes, al extremo que cuando consulté por un estacionamiento para dejar mi auto, me respondieron que no hay y que lo dejara en la calle.

La competencia comprende tres distancias: 100, 50 y 15K. En su segunda edición, me inscribí a los 50K -al igual que “Adolfer Run”- ya que por razones laborales, pudimos viajar recién el día viernes 6 en la tarde, para llegar a Colón a las 18:00 horas. Los corredores de 100K largaron a las 17:00 desde el centro de la ciudad, en tanto nosotros largamos desde Termas de Villa Elisa (a unos 34 kilómetros de Colón) a las 9:00 AM del día sábado.

La Organización nos esperaba con un precioso kit. Además de la remera con el nombre a la espalda y la distancia, nos obsequiaron un termo, mate, tabla para asado, vaso térmico, gorro, buff...y una atención de primera, como si nos conocieran de toda la vida.

En la previa, encontré a amigos de otras competencias -Fabián Gustavo De Simone (Peperina Videos, compañero en 4 Refugios - Bariloche y Ultra MacchuPichu - Perú) y Vivian (de Fiambalá) que habían largado los 100K, y que habían disfrutado de tramos en kayak y a caballo durante la jornada anterior, que para algunos terminó pasada la medianoche. A partir de esos relatos, ya me cuestioné no haber hecho el esfuerzo de estar en los 100K. Junto a Miguel (el "Boca", de Tacuarembó) fuimos los únicos corredores "extranjeros", así que hicimos que la carrera tuviera un toque internacional.

Después de entregar bolso y carpa a la organización, largamos por tramos largos de senda vehicular, con el sol a pleno como solamente se puede sentir en esas zonas del litoral. Avanzamos bastante bien, a ritmo interesante, aproximadamente hasta los 8 o 9 kilómetros, encontrando cada tanto un puesto de hidratación y frutas, que disfruté con calma ya que quedaba mucho recorrido por delante. A partir de allí, tomamos por dentro del monte, bordeando arroyos, atravesando tramos con bastante agua, y tratando de espantar a los mosquitos (no había tenido la precaución de ponerme repelente de insectos).

Atravesamos alguna zona de camping, con niños jugando en el agua e incluso algún perro nos acompañó durante ciertos tramos. Dado que éramos pocos corredores, en general avanzaba bastante solo, atravesando zonas sucias, con restos de plantaciones, terrenos resecos, vegetación y mucho calor. Gran parte del recorrido me hizo recordar al "Sendero de los Carros" que se corre en las costas del Río Santa Lucía, aquí en Florida.

Allá por los 25K, cuando salí a un puente después de atravesar una zona bastante sucia, veo a un competidor siendo atendido por la emergencia médica. Era Miguel, que se había desvanecido y estaba recibiendo suero. La verdad es que el calor era bastante insoportable, así que no me exigí en ningún momento limitándome a caminar a paso firme y trotar cuando se podía.

Por los 33K, me avisan que la distancia de ese día era un poco más larga, y no los 35K esperados. Maldije a los organizadores y así se lo hice saber a cuantos encontré en el camino, pero siempre en tono de broma. En los casi 10.000 kilómetros en competencias que llevaba, he aprendido a respetar a los que están contribuyendo con la seguridad de los corredores, y a esperar siempre un poco más de dificultades y distancias, así (si resultan menores a lo pensado) me quedará la satisfacción de llegar antes de lo previsto.

Fue efectivamente así. Los largos caminos vehiculares nos llevaron hasta el Camping del Balneario San José, donde llegué en 6 hs 55 minutos después de 41.2 kilómetros que me marcó el GPS.

Apenas llegué, encontré mi carpa ya armada y pude disfrutar de un riquísimo pollo al horno con arroz. Después de un buen baño y de disfrutar de una cerveza bien fría, fuimos invitados por la Organización a clases gratuitas de buceo en las piscinas del Balneario. Sí, hice buceo con tanque de oxígeno, y pude soportarlo sin mayores dificultades. A la noche, disfrutamos de un espectacular asado con cuero, y de videos con mensajes de algunos familiares de los corredores. Sin lugar a dudas, la Organización estuvo en todos los detalles para que pudiéramos disfrutar de una experiencia inolvidable. Ya acostado en la carpa, nuevamente vinieron los recuerdos de los campamentos a la orilla de algún río o arroyo durante la niñez y juventud, dejando los anzuelos esperando encontrar alguna captura a la mañana temprano.

Ya con los primeros rayos del sol, los cantos de los pájaros fueron la más dulce melodía que me despertó. Hubo tiempo suficiente para tomar unos mates, desayunar, desarmar las carpas y entregar los bolsos, para largar a las 9:00 rumbo a Colón. Se habían sumado los corredores de los 15K, así que ahora ya éramos un poco más. Miguel se había recuperado sin dificultades, así que también largó junto a nosotros. Hicimos una salida controlada rumbo a la costa del río, para tomar nuevamente el camino que habíamos hecho en su parte final, durante la jornada anterior. Ya apenas salimos a la zona de monte, atravesamos varios tramos con agua sucia, para posteriormente salir a zigzaguear por zonas con bastante vegetación, donde fui junto a Fabián (Peperina). Cuando encontramos la senda vehicular rumbo a Molino Aventura, nos pusimos a trotar y Fabián quedó un poquito atrás, razón por la cual nuevamente estuve corriendo en solitario (como en general me sucede).


Con 9 kilómetros de competencia, entramos al parque donde tuvimos un rato de mucha diversión. Hicimos tramos en equilibrio sobre tablas, cubiertas, cuerdas y nos tiramos en tirolesa. Fueron unos 50 minutos de preciosa actividad, donde a nadie le importaba el tiempo (que seguía corriendo). A partir de allí, seguimos por senderos bastante limpios, para salir a la costa del río. Lo atravesamos con ayuda de una cuerda, y emprendimos el tramo final ya en Colón, para llegar a la meta en el puerto con 16.1 kilómetros de recorrido en 2 hs 53 minutos.

Después de un buen baño y del almuerzo ofrecido por la Organización, participamos de la entrega de premios. El podio de 50K fue copado por los tres uruguayos, ya que Adolfo ocupó el primer lugar, yo fui segundo y Miguel quedó tercero. En resumen, completé 58 kilómetros en un tiempo total de 9 horas 48 minutos, alcanzando así los  9.977 kilómetros en competencia.

Fue una preciosa experiencia que me permitió conocer otro lugar de Argentina, con la atención de gente espectacular que nos hicieron sentir muy bien en todo momento: competencia de larga distancia, terrenos variados, diversión y sorpresas en cada etapa, excelente alimentación, descansos en preciosos lugares, “buena onda” y calidez humana. Como les dije: "volveremos, y llevaremos a varios más".

Vivimos en una permanente búsqueda de los puntos de nuestra vida que están un poco desconectados, y que en cada experiencia, nos aproximan a una mejor comprensión de los desafíos y misterios que buscamos desentrañar. Guardamos en nuestra mente y corazón, aquellos lugares y personas que nos hicieron sentir muy bien, y que nos permitieron –quizás inconscientemente- conectarnos con recuerdos que están algo ocultos, esperando la oportunidad para volver. De eso se trata.

“La vida istá cosida con pequeños momento y uno intenta encontrar dónde istá la punta del hilo que descosió el resto” (Fabián Severo, Viralata).