sábado, 22 de diciembre de 2018

LA MISION 2018 - Nieve, granizo, viento y montañas para el mayor de los disfrutes

Los orígenes


Corría el año 2011. Pablo Lapaz me convenció de ir a correr La Misión en San Martín de los Andes, sobre 160 kilómetros, competencia que se hacía allí y no en su lugar habitual de Villa La Angostura, como consecuencia de las cenizas del volcán Puyehue que habían cubierto gran parte de la zona. Un par de correcciones: “correr” no, debería decir “peregrinar”; y “me convenció” tampoco, debería decir que tuvo la excepcional iniciativa de invitarme a vivir una vivencia alucinante.

A esa experiencia exitosa –donde conocí a Jean Paul Beauvois y Pablo Chichotky, que me “salvaron” la carrera-, le siguieron otras tres más, la última de ellas en 2015 que debería considerar “abandono” en el kilómetro 100 –aunque también estuvo llena de aprendizajes a partir de errores inconcebibles para alguien con mi edad y experiencia en esa competencia-, y un paréntesis hasta este año. En febrero se agregaron las distancias de 200K y 110K, con lo cual se completó una oferta interesante.

La Misión es una carrera de montaña con un formato único, inigualable, un verdadero clásico para los extraños sujetos que participamos de este desafío. Más que una carrera, es un largo peregrinaje sobre distancias de 110, 160 o 200 km, en un máximo de 80 horas, en forma autosuficiente y en contacto con la naturaleza en su versión más pura y dura, en la maravillosa y espectacular zona de Villa La Angostura.​
Ninguno de los finalistas de este desafío, vuelve como la misma persona.

Recuerdo que en 2011, me traje una remera que dice: “I run La Misión. My name is Gladiator”, que me pareció un excelente resumen. Es que tiene un formato “espartano”, en el sentido que se trata de una versión absolutamente rústica, en régimen de autosuficiencia, en las condiciones que la naturaleza ofrezca durante el tiempo de competencia, absolutamente diferente a otras competencias de trail de montaña en la región (como pueden ser Patagonia Run o El Cruce, que considero “cajetillas” -en tono de broma- por las comodidades que ofrecen).

¿Qué se necesita para completar La Misión? Sin dudas, muy buen estado físico, pero fundamentalmente mucha fortaleza mental y templanza para los momentos críticos, que siempre se presentan. No se requieren habilidades especiales. ​Pese a que se denominan “cerros” (algún día entenderé la razón, espero), se suben montañas pronunciadas con piedras y nieve, se atraviesan zonas de bosque cerrado y sucio con enormes árboles caídos, se cruzan arroyos y ríos permanentemente, se trepan piedras, se recorren valles interminables, se transita por caminos vehiculares durante varios kilómetros, y no se suspende por mal tiempo. ¿Por qué no la considero una “carrera”? Porque es posible completar el recorrido caminando, durmiendo las tres noches durante un tiempo razonable para llegar a la meta.

Esta 14º edición de La Misión volvió a Villa la Angostura, después de hacerse en febrero en San Martín de los Andes. “Llegar es ganar”, reza el eslogan del desafío, y vaya si resulta justificado. El director de la competencia, Jorge “Guri” Aznárez, es un excelente conocedor de cada rincón de la zona, y cuenta con un equipo de colaboradores realmente excepcional, lo cual asegura un formato único.

El recorrido transcurre por siete grandes valles: Cajón Negro, Ujenco, Bonito, Cataratas, La Negra, Minero y Ragintuco; el Mallín de las Nieblas y el Col Tres Nacientes, y por la cumbre de los Cerros Bayo, O`Connor, Piedritas, Buol y Newbery.

Me decidí a participar por 5ª vez, y se sumaron David Vega, Alejandra Isabella y Pablo Lapaz, con quienes compartí la experiencia. También Susana Castro hizo su debut exitoso, además de Diego González, Mari Cervini y César Roig, que fueron desde nuestro Uruguay. En Buenos Aires encontré a Federico Sivila –con quien he compartido carreras en las sierras de Córdoba- y Damián Benghiat, y allá compartí con varios amigos “misioneros”: El Gaita Gallego, Fede Sánchez Parodi, Jorge Javier Aguirre, Marcelo Maciñeiras, Fontova, Marcela Barale, los amigos de “Berni” Frau Francisco “Pachi” Somoza y Sergio Moya, los brasileños del grupo de Xandâo… ¡Qué me van a hablar de fortuna! Si a veces me siento como Roberto Carlos, cantando “Eu quero ter, um milhâo de amigos…”

Tomé la decisión de cerrar el año deportivo con este desafío, así que con tiempo más que suficiente hice una reserva para hasta 6 personas, en el Hostel La Angostura, bastante céntrico y repleto de corredores, ya que también Paola y Martín pensaban ir. El ambiente del hostel, es espectacular ya que a toda hora se “respira” el aire de la competencia, se encuentran amigos de años anteriores, se recuerdan anécdotas, se intercambian comentarios y se comparten comidas, en un clima de camaradería.

La previa

Viajamos el martes 11, y dadas las combinaciones de vuelos, fui el primero del grupo en llegar a destino -aproximadamente a las 18.30- junto a los amigos argentinos Damián y Federico. Fuimos directamente al Centro de Convenciones a chequear el equipamiento obligatorio y retirar el kit (ya encontré a José “Clavo de Hierro”, al “Colo” Kuryluk, “Tere”, “Vero” Astete y al “Guri” Aznárez), para posteriormente ir al hostel, donde me instalé a esperar a mis compañeros (llegaron a las 22.00, después de alguna demora en el viaje en bus como consecuencia de un control de la policía en el ingreso a la Villa, donde bajaron a Espinosa ya que los perros detectaron alguna sustancia extraña en su equipaje…).

El miércoles 12 fue aprovechado para hacer algunas compras, solucionar los últimos aspectos logísticos y tratar de descansar en la tarde. A las 20:00 fuimos a la charla técnica, para compartir el clima festivo y los últimos detalles del recorrido. Con el N° 58 -mi edad- registrado en la mochila y en las dos bolsas de aprovisionamiento que iban a los puestos del arroyo Estacada -Km86- y Cerro Bayo -km 148-, completé todos los preparativos. Es mentira que se puede descansar la noche previa.

La competencia

Después de un desayuno generoso servido a las 7:30 gracias a la amabilidad de la gente de Hostel La Angostura, a las 9:00 del jueves 13 entregamos las bolsas de aprovisionamiento en El Mercado, desde donde largó la competencia a las 10:00 después de las últimas instrucciones del Guri y la cuenta regresiva. Allá salimos con nuestras mochilas a la espalda de entre 7 a 8 kilos, en un día algo nublado, para transitar un kilómetro por el costado de la ruta, y posteriormente ingresar a nuestra izquierda por un sendero vehicular y comenzar a subir hacia el Cerro Bayo. Ya al final del ascenso, empezamos a ver vestigios de nieve, una leve llovizna que se transformaba en un fino granizo, y el viento que empezaba a soplar. Llegué a la cumbre -1754 msnm- en 2 horas 30 minutos (10 kilómetros de competencia), casi siempre acompañado por Ale, Fede, Damián y Susana. Ya con viento más fuerte, hicimos el corto filo del Bayo para cruzar hacia el Colorado y bajar al Cajón Negro -1450 msnm-, momento en el que recordé alimentarme, así que comí uno de los sandwiches que llevaba.

Encaramos el impresionante ascenso al Cerro Buol -complicado, con muchas piedras sueltas, nieve y pendiente pronunciada-, donde el rigor del clima se hacía sentir. El viento soplaba más fuerte, con granizo que se asemejaba a un bombardeo con alfileres... . El largo filo con un desnivel de unos 100 metros entre un extremo y otro (forma una especie de cuerno) estuvo bastante más complicado de lo imaginado. Cuando nos detuvimos con Alejandra para que se abrigara, nos superaron los uruguayos Diego González y Mari Cervini, con su “vamo'Uruguay”.

Ya en plena tarde, empezamos a bajar desde los 1850 msnm del Buol hacia el Col Tres Nacientes (1490 msnm), por zonas con muchísima vegetación. Empecé a sentir que mi estómago no estaba bien... otra vez. Sentía que me había alimentado correctamente, pero tenía dificultades hasta para ingerir líquidos. Así se lo hice saber a Alejandra, quien a cada rato me sugería comer algo. Lo intentaba, pero no conseguía tragar. Bordeamos el arroyo Cataratas para seguir bajando hacia el camino vehicular que lleva a Villa Traful, donde llegamos alrededor de las 21.30 (39 kilómetros de competencia, en 11 horas 30 minutos, una hora 30 minutos más de lo previsto en mi plan. 
Alejandra me pasó una Buscapina, y apenas la ingerí, terminé vomitando. Únicamente líquidos, pero claramente estaba teniendo dificultades -una vez más-, que me complicaron a partir de allí. El camino se hizo largo, ya con linternas frontales encendidas, para llegar al gimnasio de Villa Traful a las 23.30, con una llovizna un poquito más sostenida. No pude comer, limitándome a tomar agua. Allí encontramos a Pablo Lapaz, quien me ofreció Sertal para solucionar mi malestar.

Durante el descanso -4 horas, el tiempo previsto- sentimos llover fuerte, y los comentarios entre la enorme cantidad de corredores, era que estaba nevando en la cumbre del Piedritas. A las 3:30 de la madrugada y después de tomar un té de boldo, retomamos el camino para cruzarnos con Fede Sánchez Parodi que también subía. Salimos abrigados y con capa de lluvia, pero la noche estaba despejada, así que casi enseguida paramos a quitarnos el exceso. El largo ascenso desde los 820 a los 1830 msnm, nos llevó unas 3 horas, tiempo en el cual el tiempo volvió a descomponerse, lo que impidió disfrutar de la excelente vista que hay en esa cumbre. Con llovizna, granizo y viento fuerte, atravesamos el filo del Piedritas, para encarar el descenso también muy pronunciado, hacia el río Minero, que siempre corre con fuerza pese al escaso nivel del agua que llega a las rodillas.

Siguió la foto de la tapera donde en alguna ocasión he descansado, ubicada al margen del río. El largo valle -unos 5 kilómetros- nos llevó al campamento donde estaba José “Clavo de Hierro”, el amigo cordobés de San Javier (Traslasierra), donde estuvimos conversando y tomando una sopa instantánea, ya que seguía sin poder comer. Ingresamos al Mallín de las Nieblas por algo más de 7 kilómetros, tramo largo pero bastante limpio, aunque siempre húmedo y chapoteando en el barro. Al final, estuvimos descansando brevemente en el puesto de control, aprovechando el fuego prendido que allí había. Llevábamos 71 kilómetros y un tiempo superior al planificado, en unas 5 horas. Creo haber sido optimista en mi plan, a lo que se sumaba el problema estomacal que me complicaba bastante. Ya en ese momento le comenté a Alejandra que sin dudas, no podría hacer los 200K y que mi intención era pasarme a los 110K.

Después del mallín, siguió el muy largo tramo -12.5 km- en “descenso” (que en realidad me pareció más en ascenso, por las continuas subidas y bajadas dentro del monte), que nos llevó desde los 1420 a los 800 msnm. Resultó interminable, pero he aprendido que en estas circunstancias, corresponde asumir siempre que el final del tramo está un poco más lejos de lo que creemos o vemos. Igualmente, me encargué de “protestar” recordando a la familia del Guri Aznárez, más como forma de distensión para reír un poco con Ale.  Mi estómago seguía complicado, en tanto había empezado a sentir un fuerte dolor lumbar, que me hacía avanzar torcido, y Alejandra sufría del roce en sus dedos de los pies con el calzado.

Salimos al costado de la Ruta Nacional N° 40, por donde avanzamos casi tres kilómetros, para llegar al Camp 1 Estacada. El Doc Parada, médico de la Organización, estaba allí y en cuanto me vio venir, me dijo: ¡“otra vez torcido”! Es que me recuerda de la Half Mision 80 Km en San Javier, Córdoba (2011) donde fue necesario que me dieran un inyectable. Le comenté que venía sin alimentarme, a lo que me recomendó que tomara algún antiinflamatorio para el dolor de espalda (Dipar Flex) y descansara, sin preocuparme por comer pero si por la hidratación. Recibí mi bolsa de reaprovisionamiento, tomé una Coca Cola, y me tiré a descansar. Ale quería seguir en busca de sus 160 kilómetros, así que después de alimentarse y recibir mis dos sandwiches de la bolsa de reaprovisionamiento, se enganchó con otros dos corredores y siguió su camino.

Dormí exactamente tres horas, para despertarme sintiendo la voz de Susana Castro y Marcelo Maciñeiras, quienes llegaban al campamento. ¡Qué alegría! Confieso que temía que Susana hubiese abandonado, dadas las durísimas condiciones del clima que habíamos enfrentado, y que no la había visto en el recorrido (salvo en los primeros tramos de la salida rumbo al Bayo). Había llegado alrededor de la 1:00 a Villa Traful, cuando nosotros dormíamos, así que no nos vimos.

Enseguida llegó Federico Sivila, y también comentó sobre su decisión de seguir por sus 160 Kmts. El dolor de mi espalda se había ido por completo, y pude comer unos fideos, así que decidimos continuar con Susana y Marcelo, ahora en busca de mis 110 kilómetros. Aproximadamente a las 21:30, retomamos el camino, para salir nuevamente a la ruta 40 y hacer unos kilómetros rumbo a Encanto del Río, en la zona de Puerto Manzano.

Ingresamos ya en la noche, y comenzamos a subir por senderos bastante limpios y amplios, rumbo a la base del Cerro Bayo. Mis compañeros iban un poquito más lentos, pero me venía bien para no forzar el paso y mantenerme despierto. Llegamos a la 1:30 de la madrugada del sábado, al ingreso al cerro. Nos registramos y comenzamos a subir desde los 1050 msnm por el sendero en zigzag, hacia la zona de talleres de mantenimiento ubicada a 1450 msnm. Este tramo fue interminable, ya que la monotonía de la subida, la oscuridad de la noche, la soledad y el cansancio acumulado, hacían de las suyas. Puedo afirmar que me dormí en al menos tres oportunidades mientras marchaba, al extremo que en una de esas ocasiones, me “desperté” cruzando de costado sobre un tronco caído...que no existía. Delirios, alucinaciones, peligro ya que al borde del camino hay una pronunciada caída. Me mojaba la cara para despertarme, pero igualmente me dormía. Mis compañeros venían unos 300 metros atrás. Finalmente, llegué al punto donde me registré y me senté a descansar al lado del fuego, junto a otro competidor que iba a dormir allí. Hacía frío, así que mi decisión fue esperar a Susana y Marcelo, para emprender el descenso.

El chico de la organización me ofreció mate, cosa que acepté. Cuando lo agarró, me dijo: “está congelado, pero lo caliento un poco en el fuego, lo limpio y preparo uno nuevo”. Debe haber sido de los mejores mates que disfruté -con yerba argentina, es cierto- ya que me permitió despertarme. Después de la llegada de mis compañeros y de un breve descanso, comenzamos a bajar por la zona de montes. Decidimos ir lo más juntos posible, para hablar e intentar no dormirnos. El descenso se hizo en mejores condiciones que el ascenso, pese a que ya estaba amaneciendo y habíamos pasado toda la noche sin dormir.

Salimos nuevamente a la ruta, a un kilómetro escaso de la meta, así que me fui adelante. Saqué mi bandera uruguaya, la até a uno de los bastones y con la música de “1492 La conquista del paraíso” -te hace llorar ese momento de gloria y satisfacción con la meta alcanzada- completé el recorrido en 43 horas 31 minutos, a las 5:35 de la mañana del sábado 15. Un minuto después llegaron Susana y Marcelo. ¿Puede haber mejor descripción de “equipo”?

Después de la meta

Después de alimentarme (sin dificultades) en la meta saboreando además un par de cervezas bien heladas, resolví volver caminando al hostal ubicado a unos 1000 metros, considerando que aún era muy temprano y como forma de ir moviendo un poco los músculos a ritmo muy suave. Llegué y encontré a Pablo, que también se volcó a los 110K y había llegado la noche anterior (con 34h 40m de carrera). César Roig había llegado en 32h 05m, con un excelente tiempo. Reporté mis novedades a la familia, me duché y pude descansar hasta cerca de mediodía, cuando resolví nuevamente ir a la zona de largada para esperar a los demás compañeros.
La espera se hizo muy larga, al extremo que con Pablo hicimos de “campana” anunciando la llegada de corredores. El nerviosismo cuando no se tiene claro el tiempo de arribo de cada uno, se hace tangible. Uno piensa para sus adentros: “Montaña, por favor devuelve a mis amigos sanos y salvos”... También es cierto que tenemos un suficiente grado de confianza en sus capacidades, aunque es indudable que siempre corremos riesgos que pueden provocar algún accidente.

La larga jornada se vio matizada por la llegada de Mari Cervini que completó sus 160k en 59h 31m -¡qué grata revelación resultó, y cuánta alegría me provocó ver su enorme sonrisa entre lágrimas de satisfacción!-, y de Diego González que llegó en 60h 45m. Ante la duda sobre la hora de llegada de David -había pasado por la base del Cerro Bayo a las 10:40 de la mañana, con 148 kilómetros de competencia-, decidimos ir a dormir al hostal, después de plantearnos la posibilidad de hacerlo en los sobres de dormir que Pablo había llevado.
El cansancio acumulado hizo de las suyas, ya que el domingo nos levantamos y fuimos a desayunar, para posteriormente ir a la meta y encontrar a David, que había arribado a las 8:31 de la mañana ocupando la posición 14 después de 70h 29m de competencia, sin dormir (bueno, en realidad sería sin parar a dormir, pues estamos convencidos que todos nos dormimos incluso caminando). Después de las anécdotas y puesta al día rápida, David fue a bañarse y descansar un poquito, para volver a esperar a Alejandra.

El arribo de Ale se hizo después de 78h 22m de competencia para sus exitosísimos 160K, alrededor de las 16 horas. Alegría, lágrimas de emoción, alivio, satisfacción, fueron algunas de las sensaciones vividas. ¡Las p… montañas devolvieron a nuestra amiga, a salvo!!! No muy sana, es cierto, pero a salvo. Federico Sivila -el amigo argentino que compartía alojamiento con nosotros- llegó tres minutos después, así que el equipo quedó completo, y todos con la satisfacción de haber cumplido alguna de las distancias. “Gracias a la vida”, cantaba Violeta Parra.

Para tener una idea de la dureza de la prueba, en los 110K quedaron registrados 177 competidores, de los cuales llegaron 145 (yo me ubiqué en la posición 102). En los 160K, largaron 94 y 65 completaron la distancia, y en los 200K, fueron 60 (depurados quienes nos bajamos a distancias menores) de los cuales llegaron 22. “Llegar es ganar”, así que podemos decir que hubo un total de 232 ganadores de los 331 corredores presentes en la línea de largada. Es cierto que puede resultar un poco extraña esta posibilidad de “bajarse” a una distancia menor y no quedar descalificado, pero son las reglas de juego definidas.

Los resultados

En la distancia mayor -200K- los ganadores fueron Nacho Raigoso y Dalila Bosco Haussler, en tanto en la tradicional de 160K, fueron Francisco Dragone y la holandesa Anouk Baars. En la distancia “menor” de 110K (coincidirán en que suena extraño esto de decirle “menor” a 110K…), los triunfadores fueron Pablo Chiurchiu y Sofi Cantilo (que se bajó de los 160 a los 110K ya que venía con una lesión en el tobillo).
Noten que si no existiera la posibilidad de cambiar de distancia a una menor, se habría verificado un abandono superior al 50%. Es cierto que esta posibilidad puede jugar tanto a favor como en contra, pues muchos –yo soy un caso- nos anotamos en la distancia mayor, con la certeza de que muy difícilmente podremos hacerla y que podremos optar por una menor. Y también, si no existiera esta posibilidad, casi seguramente muchos harían un esfuerzo sobrehumano para completar su distancia original.

Yo
¿Qué agregar? Alguna referencia personal, así que disculpen por esta cuota (se puede saltear, si no les interesa). Con mis 58 años, debo decir que comencé a correr a los 46 años (julio 2006) en calle, para iniciar en 2009 a competir en trail y montaña. Llevo casi 9000 kilómetros en 476 desafíos oficiales, 61 de ellos de maratones y ultramaratones (42 kilómetros o más). Fue mi 5ª participación en La Misión, una especie de “ritual” que cada tanto debo cumplir, por todo lo que me brinda en lo espiritual y personal. Nací en Artigas y desde 1978 me trasladé a Montevideo a estudiar, así que mis terrenos de entrenamiento son los de una “penillanura suavemente ondulada”, como nos enseñaban en la escuela. Entreno desde 2012 con el Profe Mauricio Ramírez en “Cantero Entrenamientos”, donde hace unos meses incorporamos un grupo específico para trail y hacemos trabajos de fuerza. Me quejo bastante cuando hay trabajos de velocidad, pero disfruto enormemente de los de fuerza. “Hoy hay fartlek”, debe ser la mejor noticia que recibo cuando llego al grupo.


Después de 35 años en el Banco Central del Uruguay –los últimos años como Gerente de Sistema de Pagos- compartiendo mi tiempo con la actividad docente (Profesor Titular del Departamento de Administración), hace tres meses fui electo Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de nuestra Universidad de la República. Entiendo las razones por las cuales muchos me dicen que no soy muy “normal”, pero prefiero esta cuota de adicción, que me permite encarar con optimismo las diferentes actividades de mi vida diaria. Soy afortunado, siempre digo.

Salvo los momentos más duros provocados por el dolor de espalda en la zona lumbar, los vómitos en la primera noche y estar más de 24 horas sin poder ingerir alimentos, en los demás puedo decir que me sentí a gusto, en pleno contacto con la naturaleza en su versión más pura y dura. El calzado seleccionado en esta oportunidad –Altra- y las protecciones en dedos y pies, funcionaron de maravillas, ya que no me hice ninguna ampolla, pese a estar casi siempre con los pies mojados. Dado que no soy de los competidores “rápidos” que definen la competencia, necesito hacerla a mi ritmo, durmiendo al menos 3 horas cada noche, y por tanto llego físicamente bastante entero (al menos, en términos comparativos…), así que me dedico a tomar fotos de los paisajes, corredores y diferentes momentos que vivo en el trayecto, además de conversar bastante con los amigos con los que comparto esta travesía. 

De eso se trata: “el camino es la recompensa”, enseña el DT de la selección uruguaya de fútbol, Maestro Oscar W. Tabárez. ¿Debo agregar que volveré?

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