Los orígenes
No tengo claras las razones de esta pasión por
las montañas, que se me ha despertado en los últimos años. He intentado hurgar
en la memoria y en antecedentes familiares, sin tener éxito. Vengo de una zona
muy al norte de Uruguay -Artigas, allá en la frontera con Brasil-, donde
prácticamente las referencias a la “penillanura suavemente ondulada” que nos
enseñan en la escuela, encuentran evidencias claras. A nivel familiar, no
encuentro referencias a actividades de este tipo, aunque lo más cercano es la
predilección por las carreras de calle que mi padre desarrolló entre sus 50 y 70
años, hasta que dejó de correr por una operación de cadera. Hablábamos
semanalmente para ponernos al día en nuestras actividades, y era frecuente que
me preguntara si “todo estaba bien”, cuando le contaba sobre alguna de las
“locuras” de ultradistancia que encaraba. Su mayor orgullo fue haber corrido
tres medias maratones, en tanto puedo decir con satisfacción que llevo 72
competencias de 42 kilómetros y más, en Uruguay, la región y el mundo. Seguía
viviendo en Artigas, y su mayor distancia en viajes entiendo que fue hasta
Porto Alegre y alguna zona en Argentina, cerca de la frontera. Creo que nunca
estuvo en Buenos Aires, por ejemplo. Como ya lo he señalado, comencé a correr
con 46 años, cuando mi padre dejó de hacerlo -tenía 76 años en ese momento-, y
no pude parar.
Mi hermana menor -Cely Estela, con quien tuve
mucha cercanía- falleció un poco antes del ascenso al Campo Base del Everest,
después de una terrible lucha contra un cáncer. Continúa siendo una fuente de
inspiración permanente, por su impresionante capacidad y entereza frente a las
adversidades que la vida le planteaba, sin perder jamás el optimismo y la
esperanza. Recuerdo con claridad que, pese a la gravedad de su situación,
cuando le preguntaba por su estado siempre me respondía con tenacidad, entereza
y convicción, que todo andaba bien, acompañado por una sonrisa que buscaba
minimizar la lucha que estaba enfrentando. Estaba siempre al tanto de mis
aventuras y me decía que, si algún día se mejoraba, me iba a acompañar en
alguna oportunidad. No fue posible. En el campo base del Everest quedó una
hilera de banderitas (Lungta, como se denominan) en su honor.
Hurgando un poco más atrás, recuerdo que en la
niñez disfrutaba mucho de los campamentos que en alguna oportunidad hacía
acompañando a mi padre, en especial cuando íbamos a cazar perdices o salíamos
de pesquería con sus compañeros de trabajo, así como de las escapadas a las
costas del río Cuareim o algún arroyito cercano.
Las lecturas “obligadas” por ser hijo de
maestra, cuando me sancionaban sin poder salir a jugar después de volver de la
escuela, eran un refugio que disfrutaba mucho “devorando” en particular las
colecciones de Emilio Salgari y sus historias de piratas (me imaginaba cada uno
de los lugares que se describían), los libros de Julio Verne repletos de
aventuras, que se complementaron en la época liceal con las lecturas de los
clásicos. Pasé entonces de soñar con esas aventuras en la niñez y adolescencia,
a la pasión por disfrutarlas en la medida de lo posible, ya en la madurez. Hace
poco, mi hermana mayor -Graciela- me dijo que tiene en su poder todos los
libros que leía en mi niñez, así que espero rescatar esa parte de mi historia.
Descubrí en las montañas la oportunidad de
probarme al límite, de desarrollar estrategias, de identificar metas ambiciosas y trazar planes de acción con resultados parciales que sirvan como retroalimentación, de planificar y ejecutar la
logística en condiciones de relativa incertidumbre, de construir sentido de
equipo con quienes habitualmente no compartimos otras actividades y
preferencias sino que -por el contrario- somos bastante diferentes, de asumir
desafíos extremos con responsabilidad, de saber hasta dónde llegar y cuando
corresponde desistir, de tomar decisiones con escasa información, de soportar
condiciones extremas con optimismo, de ser paciente y perseverar, es decir, aprendizajes para la vida. Me
encanta también el cuidado del ambiente en el cual estoy, el respeto por las
condiciones naturales y la permanente intención de minimizar cualquier efecto
de mi pasaje por allí.
El ascenso al Aconcagua surgió casi sin querer,
aunque a cuatro meses de la experiencia, debo considerarla como bastante
lógica. Recuerdo que en ocasión de la expedición al Cordón del Plata -junto a
Jean Paul Beauvois, "Caroteno" Chabalgoity, Martín Zanabria y Paola Nande-,
llegamos hasta el campamento denominado Hoyada y decidimos bajar, atendiendo a
las condiciones climáticas, y desde ese momento me quedó la intención de volver
a intentarlo.
Le siguió el ascenso al Campamento Base del
Everest (5368 msnm) y cumbre del Kala Patthar (5.550 msnm) en 2017, la cumbre
del volcán Lanín (3800 msnm) en 2020 y del Mera Peak (Nepal, 6476 msnm) en 2022
con Dardo Parentini. Allí empezamos a conversar sobre la posibilidad de
intentar un “7000”, en esta loca idea de siempre buscar algo más, aunque suene
a un sinsentido, en especial si considero que ya tengo 63 años. Parecía lógico
que intentáramos algo más cerca, y por tanto la posibilidad del Aconcagua
empezó a tomar forma.
Las gestiones con Luis Fabra -guía de montaña
de San Martín de los Andes- dieron sus frutos, y nos armó una propuesta
incluyendo un período de aclimatación en el Cordón del Plata y el posterior
ascenso al Aconcagua por la denominada “Ruta 360”. Se sumaron Caroteno -que ya
había hecho un intento infructuoso en 2019 y Sebastián Peralta -a quien no
conocíamos-, así que el grupo quedó conformado. En las coordinaciones previas,
decidimos ir en dos vehículos considerando el equipaje que debíamos llevar y
los diferentes planes al retorno.
Salimos desde Montevideo a las 9:00 del día
sábado 28 de enero, para hacer un viaje placentero hasta nuestra escala en
Villa María (Córdoba), donde llegamos poco después de las 17:00, en tanto
Caroteno y Seba llegaron 18:30. Descubrimos esa preciosa ciudad cordobesa,
donde habitualmente seguimos de largo en nuestros viajes a Argentina. Al día
siguiente, continuamos hasta Mendoza en un viaje bastante rápido -llegamos
alrededor de las 14:30- en tanto Luis nos había avisado que ya estaba en el
destino, aguardando por nosotros para ir hasta la casa que habíamos alquilado
en Godoy Cruz. Durante ese domingo 29 y el lunes 30, hicimos compras de las
provisiones que necesitábamos para los días de aclimatación y alquilamos los
equipos para la alta montaña.
Aclimatación en el
Cordón del Plata
El martes 31, comenzamos el período de
aclimatación después de dejar la camioneta de Luis (en la que fuimos) en el
refugio Mausi a 2800 msnm. Durante la primera jornada subimos hasta Veguita
Superior -3460 m-, donde nos esperaba un clima bastante húmedo. Dormimos dos noches
allí como parte del proceso, en tanto el día 2 hicimos el ascenso hasta la
cumbre del Cerro Adolfo Calle, 4290 msnm, que nos llevó unas 4 horas. Fue una
jornada muy interesante, con una mañana soleada que nos permitió disfrutar de
la primera cumbre y una vista espectacular. Descendimos en 1h 40 minutos, y
volvimos a descansar con la cercanía de un grupo de guanacos que andaba cerca
de las carpas.
Al día siguiente ya en nuestra 4ª jornada,
hicimos el ascenso hasta Salto de Agua -4280 msnm- después de pasar por el
campamento Piedra Grande y la zona conocida como el “Infiernillo” (a 3950 m).
Fue una jornada dura, que hicimos a un ritmo bien suave en 3 horas 30 minutos y
un clima inhóspito con permanente llovizna que por momentos se transformaba en
una muy tenue nevada. El campamento estaba bastante concurrido, dado que
habitualmente es el punto que los montañistas usan como base para las cumbres
cercanas, en especial el Plata y el Vallecitos.
Ya llegando a la zona más alta con manchones de
nieve a los costados del sendero, dejamos las mochilas para trepar por la muy
peligrosa zona de piedras hasta la cumbre del Vallecitos, tramo en el que Luis
nos ató con cuerdas y nos ayudó a subir y bajar de a uno. Fue la excepcional
culminación de este proceso de aclimatación, alcanzando los 5465 msnm. Al
retorno, nuevamente descansamos un poco en el col, oportunidad en la que
hicimos un almuerzo rápido, para continuar bajando hasta el campamento. Al día
siguiente, ya el lunes 6 de febrero, levantamos las carpas e hicimos el
descenso de un tirón, hasta el refugio Mausi donde habíamos dejado la
camioneta. Poco después de mediodía y habiendo disfrutado de una preciosa
remojada en el hilo de agua que baja de la montaña con la compañía de un perro
de la zona, iniciamos el camino rumbo a Mendoza. Fue una jornada que me resultó
interminable, al extremo que llegué con un malhumor que se notaba claramente,
sucio y cansado.
Aprovechamos a almorzar “como los dioses” en un
restaurante en el camino rumbo a la ciudad, y -debo reconocerlo- iba madurando
la idea de darme por satisfecho con la experiencia, renunciando al ascenso al
Aconcagua. Fue una extraña mezcla de sentimientos, con la satisfacción del
proceso de aclimatación y a la vez, la sensación de “saturación” de los días de
aislamiento en la montaña, cuestionándome sobre el sentido de lo que estaba
haciendo. Es más, recuerdo que cuando llamé a casa con la idea de avisar que
retornaba, recibí un “reto” por esa idea de volver y dejar a mis compañeros de
equipo. Recuerdo que en una conversación con Dardo, me comentó que había
percibido mi saturación y que entendía perfectamente las sensaciones que estaba
viviendo.
"Allá arriba los sentimientos se transforman
en claras sensaciones espirituales que renuncian a las palabras. La cumbre es
apreciación personal y en lo privado debe quedar la austeridad, el esfuerzo y
el sacrificio que han sido necesarios para alcanzar un sueño absurdo y feliz,
dos entidades que casan benévolamente con gran facilidad. Todo absurdo, pero,
justo por ello, quizás incluso real." (Jorge Egocheaga, médico y alpinista
español)
Por tanto, ese día 6 de febrero volvimos al alojamiento y lo dedicamos a descansar, comprar todas las provisiones necesarias para las duras etapas que íbamos a enfrentar y alquilar el resto de los equipos. En mi caso, pude cambiar las botas que había alquilado para la aclimatación en Vallecitos y que se habían despegado las suelas, además de un sobre de dormir de -20 grados, pues el que había llevado era muy grande y pesado. A la noche, fuimos a cenar a una preciosa zona de Mendoza donde encontramos a un grupo de montañistas que habían hecho cumbre en el Aconcagua.
El desafío en el
Aconcagua por Ruta 360
El día 7, ya con los permisos de ingreso al
Parque Provincial Aconcagua –“Ascenso Vacas con asistencia”-, viajamos hasta
Penitentes donde nos alojamos y terminamos de acomodar todo el equipaje, en
particular en el Refugio Cruz de Caña donde está el local de Lanko. Allí
pusimos todos los alimentos y equipo en los “petates” que viajarían en las
mulas por las tres etapas siguientes, hasta el Campamento Base en Plaza
Argentina. Fue una tarea compleja pues debíamos distribuir adecuadamente el
peso -no más de 20 kilos en cada uno y no más de 60 kilos por mula en las 3 que
habíamos pedido- además de separar los alimentos que cargaríamos nosotros.
Fuimos hasta la entrada principal del Parque por la Laguna de Horcones a dejar
la camioneta de Luis, para poder trasladarnos al retorno ya que volvíamos por
allí. A la noche, cenamos abundantemente en el restaurante que está frente al
complejo donde nos alojamos.
El día miércoles 8 de febrero después de
desayunar y dejar los vehículos en el garaje cerrado del alojamiento gracias a
las gestiones de Caroteno, fuimos a esperar el traslado hasta el ingreso por
Punta de Vacas. Una anécdota: estaba usando una camiseta de alternativa de
Peñarol, y uno de los muchachos del alojamiento, cuando abrió el portón del
garaje y al identificar esa remera, me pidió que a la vuelta se la dejara para
su hijo, que es hincha (uno más). Adelanto que, obviamente, cumplí con el
pedido.
Junto a un grupo de tres amigos argentinos (con
uno de ellos habíamos estado en Salto de Agua) -ya los voy a nombrar-, a las
11:15 iniciamos el ascenso desde Punta de Vacas con un clima espectacular y
cielo totalmente despejado. Salimos caminando a ritmo fuerte bordeando siempre
el arroyo Vacas que baja cargado de sedimentos desde la montaña. Tan fuerte iba
que en un momento pisé una piedra redonda suelta, volé y terminé cayendo casi
golpeándome la cabeza contra una roca y torciéndome un dedo de la mano derecha.
Sirvió como alerta, pues a partir de allí me lo tomé con mucho más calma.
“Venís muy calzado”, me dijo Seba. Durante el recorrido hasta el primer
campamento -Pampa de Leñas-, nos pasaron varios grupos de mulas que subían con
sus cargas. Muy cerca de la culminación de esta etapa, paramos a refrescarnos
en una bajada de agua límpida.
A las 7:50 de la mañana del jueves 9, iniciamos
el camino desde Pampa de Leñas hacia Casa de Piedra, ubicada a 3400 msnm.
Salimos temprano para evitar en lo posible, el calor que iba a comenzar una vez
que el sol se hiciera sentir. Hicimos un largo trecho por el lecho seco del
río, que se llena de agua en época de deshielo. Ya cuando estábamos muy cerca
del campamento de destino, en la zona donde ya había un caudal de agua más
importante, nos superaron las mulas que habían salido bastante más tarde. En
esa zona, ya divisamos a lo lejos la cumbre del Aconcagua en una zona de
quebradas entre las montañas. Llegamos al final de esta 2ª etapa de 16
kilómetros, en 5 horas 30 minutos (estuvimos detenidos 50 minutos para almorzar
y refrescarnos). Aproveché el buen tiempo y viento, para lavar alguna ropa y
ponerla a secar.
La jornada se hizo larga. Hicimos varias ruedas
de mate, picamos queso y bondiola, estuvimos presenciando a los muleros
mientras herraban a algunas mulas, e incluso uno de ellos recibió una patada
que lo dejó bastante mareado durante un rato.
Los amigos argentinos -Juan Martín Laborde (con
quien habíamos estado aclimatando en Salto del Agua) y su hermano Sebastián, y
“Mamuno” (Carlos Coudannes)- fueron una excelente compañía durante esas
jornadas y más adelante, aunque en algunos momentos hicimos los trayectos en
días diferentes. Incluso Mamuno se volvió un experto en “truco uruguayo” (con
muestra), ya que aprendió rápido y le ganó a todos los que lo desafiaron.
“Suerte del principiante”, diríamos.
Al día siguiente, el agua amanecía congelada así que era necesario mantener las caramañolas y botellas dentro de las carpas. Acomodamos el equipaje en las mochilas para hacer el porteo hasta el denominado Campo 1, ubicado a unos 5100 msnm. Fue un recorrido muy duro por el permanente ascenso, peligroso además por la carga que llevábamos en las mochilas, en una mañana que seguía presentándose muy despejada. Sucede que las mulas llegan hasta Plaza Argentina y por tanto el porteo a partir de ese punto, debe hacerse por parte de los montañistas (o contratar algún porteador), considerando además que la carga que se lleva debe alcanzar para todos los días de expedición que faltan, mientras se va haciendo la aclimatación. Al retorno al campo base, nos enteramos que un montañista se había accidentado y había sufrido un desplazamiento de una prótesis de cadera, razón por la cual estaba inmovilizado y aguardaban la llegada del helicóptero para bajarlo. Fue un momento de particular atención, que nos hizo vivir de cerca la experiencia de un rescate en la montaña y los riesgos que se enfrentan.
El martes 14 dejamos Campo 1 e hicimos el
ascenso al Campo 3 (Campamento Guanacos) ubicado a 5500 msnm. Cuando llegamos
al col que une el Ameghino con el Aconcagua, se divisaba perfectamente el
Glaciar de los Polacos hacia la cumbre del Aconcagua. Mientras descansábamos,
bajaban tres porteadores, entre ellos Oscar, el que habíamos contratado para
que nos ayudara a portear cosas hasta Guanacos, Cólera y para el intento de
cumbre. Cruzamos por una zona de penitentes -esos manchones de nieve algo
derretida formando picos que se mantienen en forma vertical- cuando ya
estábamos llegando a nuestro final de etapa, que alcanzamos a las 15:00 horas,
después de 3 horas 50 minutos de marcha.
Al día siguiente -descanso en Guanacos-,
aprovechamos para entrenar el uso de botas con crampones y piquetas en una zona
de nieve al lado del campamento, simulando caídas y formas de sostenernos. El
agua debía conseguirse en algún hilo que se derrite con el sol, bajo el hielo,
colocando un filtro de tela de esos que se usan para el café, para evitar los
sedimentos. Resultó una tarea bastante compleja, aunque también implicó un muy
interesante aprendizaje de sobrevivencia y atención a las condiciones del
ambiente, con una particular solidaridad entre los montañistas en esas
condiciones bastante extremas.
El día 17 fue el intento de cumbre, aprovechando que habíamos aclimatado muy bien y que la previsión del clima se presentaba muy razonable, con una ventana de tiempo bastante despejado. Además del abrigo en el cuerpo, mi preocupación era protegerme adecuadamente las manos, ya que en ocasión de la cumbre del Mera (Nepal) había sufrido mucho, así que salí con guantes finos, los de pluma por arriba y mitones, además de ponerme un calentador químico en la palma de la mano. Después de un desayuno rápido y de cargar café y agua caliente en las botellas, salimos en la madrugada con linternas frontales encendidas y el apoyo de Oscar, que iba abriendo camino en tanto yo trataba de ubicarme en 2° lugar para no perderle pisada. En cuanto salimos, alcanzamos zonas con permanente hielo así que nos colocamos los crampones, al llegar a la zona conocida como Piedras Blancas (6050 msnm). En un determinado momento sentí que nos habíamos retrasado un poquito así que apuré el paso para alcanzar a Oscar. Me sentí ahogado por el esfuerzo y el escaso oxígeno a esa altura, así que pedí parar un poco a recuperar aire. Casi enseguida, Seba empezó con problemas en un crampón que se le salía de la bota, en tanto Dardo comenzó también con un igual problema en las suyas. Luis estuvo haciendo intentos para solucionarlo, aunque claramente la situación era peligrosa. Cruzamos por la zona de Piedras Negras (6300 msnm) y seguíamos con muchas dificultades en los crampones; llegamos al Campamento Independencia ubicado a 6400 msnm, una muy vieja construcción en madera bastante deteriorada, chica y con el techo caído. Allí, Oscar y Luis nos plantearon la compleja situación que enfrentábamos; por un lado, Dardo y Seba con serios problemas en sus crampones y por otro, yo con el ahogo cuando me apuré un poquito. “Así no pueden seguir, es muy peligroso”, fue su sentencia. “Nos queda un tramo difícil hasta el Col del Viento” nos señaló Oscar -a escasos 50 metros de desnivel- para posteriormente seguir hacia la zona más compleja, el verdadero “comienzo del intento de cumbre” como en general se identifica esa parte final, donde ya no hay marcha atrás. “El Dedo”, “La Cueva” (ya a 6650 mnsm), “La Canaleta” (6700 msnm), el “Filo del Guanaco” (6930 msnm) y la cumbre a 6962 msnm. Eran las 7:00 AM y habíamos hecho un ascenso de 400 metros. Las estimaciones optimistas marcaban que necesitábamos un mínimo de 7 horas más para alcanzar la cumbre, así que junto a mis compañeros -con la molestia/enojo de Seba por las dificultades técnicas que tenía- decidimos volver al campamento con la compañía de Oscar, en tanto Caroteno quería seguir de cualquier manera (recuerden que era su 2° intento de cumbre) junto a Luis.
Hicimos un descenso bastante razonable hasta
Cólera, donde llegamos con algún resbalón en la nieve. En cuanto entramos a las
carpas, comenzó a nevar. Estuvimos descansando durante la tarde y
alimentándonos con lo que teníamos a mano, para evitar ir a cocinar algo hasta
el domo donde estaba Oscar. Las estimaciones eran de que nuestros compañeros
iban a retornar alrededor de las 18:00, suponiendo que habían tenido éxito en
el intento. Efectivamente, habían avisado por radio que estaban en la Canaleta
bajando a ritmo muy lento. No puedo dejar de destacar que teníamos mucho temor
de que a Caroteno le hubiese pasado algo, dado que el tiempo pasaba y no
teníamos noticias más frescas. A las 22:00 llegaron con la satisfacción de
haber alcanzado la cumbre alrededor de las 15:00 horas.
En cuanto se acostaron a descansar, confirmé
con Luis que al día siguiente y sin perjuicio del cansancio, íbamos a emprender
el descenso ya que estaba bastante saturado de la permanencia a 6000 msnm, en
condiciones tan difíciles. Efectivamente, en la mañana y después de acomodar
todo el equipaje y entregar a Oscar el porteo que iba a hacer, comenzamos a
bajar rumbo a Plaza de Mulas, el campamento base de la ruta normal, ubicado a
4300 msnm.
El inicio del descenso, ya en el día 18 -recuerden que habíamos ganado un día en el ascenso, al haber aclimatado muy bien-, fue bastante peligroso en su primer tramo, apenas salimos de Cólera rumbo a Nido de Cóndores -5300 msnm-, donde al principio tuvimos que bajar asegurándonos con cuerdas fijas en una pendiente muy pronunciada, con piedras, hielo y nieve. Cruzamos al costado del campamento y continuamos bajando hacia Campo 1, Canadá -4900 msnm-, que también bordeamos para encarar el tramo final por una zona de acarreos bastante molesta, con muchas piedras sueltas y tierra. Quería sacarme las botas dobles y ponerme las zapatillas de aproximación, pero Luis no me dejaba dado que me iba a llenar de piedritas. Me estaban molestando bastante, aunque indudablemente debía seguir con las botas dado lo difícil del terreno. En esa zona, me resbalé y rompí el pantalón en las piedras. Cuando ya estábamos llegando a Plaza de Mulas y el terreno era más firme, ahí sí pude cambiarme el calzado. ¡Qué alivio! La saturación emocional también hacía de las suyas, pues llevábamos bastante tiempo sufriendo el descenso, con la vista del campo base de Plaza de Mulas casi siempre al alcance.
Cuando estábamos llegando, siento que me gritan
“Jota”. Era Martín Olascoaga, que estaba aclimatando en el campo base junto al
grupo de montañistas con los que iba a hacer cumbre. Yo llevaba -como casi
siempre- la campera celeste de DestinOriente, así que era sencillo
identificarme a la distancia. Además, un grupo de montañistas españoles ya le
habían adelantado que nos habían visto y veníamos bajando. ¡Qué abrazo nos
dimos! En esos momentos, todos los sinsabores se olvidan.
"En numerosas ocasiones, tras mucho esfuerzo y dedicación, no he alcanzado la meta propuesta. En nuestro medio a este hecho se le llama fracaso. Pero no fracasa el que no alcanza el fin sino aquel que no intenta recorrer el camino. Fracasa aquel que se queda en la barra del bar lamentándose de todo lo que no ha hecho por circunstancias de la vida, cuando estas son en realidad las que uno escoge libremente. Aunque, como siempre, resulta más fácil engañarse con falsas excusas." (Jorge Egocheaga)
En cuanto llegamos, nuevamente comenzó a nevar así que tuvimos que armar las carpas rápidamente para poder protegernos. En la tarde, fuimos hasta un domo donde estaba instalado un bar, a conseguir conexión por internet y tomar unas buenas cervezas, mientras caía un poco de nieve. Pudimos descansar muy razonablemente, y al día siguiente armamos todo el equipaje que íbamos a despachar en las dos mulas que habíamos contratado, así que pudimos bajar con mucho menos peso en las mochilas.
Ese último día de bajada fue bastante largo, ya
que desde Plaza de Mulas (4260 msnm) hasta el ingreso principal (para nosotros
fue la salida) por Laguna de Horcones a 2700 msnm, pusimos 8 horas 25 minutos
para los casi 30 kilómetros de distancia, incluyendo un descanso de una media
hora en Confluencia (3450 msnm), donde pudimos tomar un refresco y comer algo. Fue
un recorrido bastante largo, aunque teníamos la obsesión de llegar antes de las
18:00 horas para poder hacer los trámites de salida en condiciones “normales”,
pues a esa hora cierra la oficina principal. Completamos un total de 101
kilómetros en toda la Ruta 360.
Llegamos antes que las mulas que traían nuestro
equipaje, así que tuvimos que esperar un poco para recibirlo. Nos alojamos en
el mismo lugar donde habíamos dejado los vehículos, y tal como había prometido
a la ida, me saqué la camiseta de Peñarol (toda “chivada” después de varios
días de uso) y se la entregué al amigo del edificio, quien filmó las escenas
para enviarlas a su hijo.
El retorno
Después de un buen baño y de terminar de lastimarme un dedo al retirarme las banditas adhesivas, fuimos a cenar al
restaurante que está frente al alojamiento. Milanesa napolitana con papas
fritas y abundante vino, fue la selección que hicimos. Pudimos dormir muy
adecuadamente, y al día siguiente emprendimos el retorno con Dardo, saliendo
alrededor de las 7:30. Paramos en Uspallata a poner combustible y comprar algo
para desayunar, y continuamos nuestro rumbo pensando en parar a dormir por
Victoria o Gualeguay (ya en Entre Ríos), aunque no contábamos con que era lunes
de carnaval.
El viaje fue muy tranquilo, pese al tránsito
que enfrentamos en algunos tramos. En particular, nos dimos cuenta que el GPS
nos estaba guiando por ruta 7, hacia abajo como rumbo a Buenos Aires, para
posteriormente subir, así que alrededor de las 17:00 decidimos poner rumbo hacia
Rosario. Cruzamos y cuando paramos en Victoria a poner combustible, averiguamos
por alojamientos. “No van a encontrar nada, por el feriado largo”, nos
respondieron. Decidimos seguir hasta Gualeguay, donde nos pasó algo similar, así
que empezamos a manejar la posibilidad de parar a dormir en algún puesto de
policía sobre la ruta. Dado que me sentía bien, decidimos continuar e intentar
en Gualeguaychú. Fracaso total. Continuamos y poco después de las 22:00
estábamos en el puente internacional, cruzando hacia Uruguay, ya planificando
parar en Fray Bentos. Con buen criterio, Dardo me sugiere seguir hasta Mercedes
para evitar salir de la ruta, ya que estábamos a escasos 30 kilómetros.
Finalmente, a las 23:00 conseguimos lugar en el Hotel Brisas del Hum, frente a
la plaza principal. Pudimos cenar “como los dioses” y darnos un buen baño. Al
día siguiente, después de desayunar abundantemente y preparar el mate,
continuamos hacia Montevideo, para llegar poco antes de mediodía del martes 21 de febrero.
"Cuidar la vida" es la principal premisa en esas condiciones, así que consideré más que suficiente el esfuerzo que hicimos hasta el refugio Independencia ubicado a 6400 msnm, aunque haya estado muy cerca de la cumbre. Siendo importante, entiendo que la clave en las expediciones de montaña no está allí sino en el camino, en el proceso generado hasta ese momento, en el sentido de equipo, en la responsabilidad con uno mismo y con los demás compañeros.
El futuro
En aventuras en la montaña, ya coordinamos con Luis Fabra para hacer el ascenso al Volcán Domuyo (en el Departamento Chos Malal, al norte de la provincia de Neuquén), que con sus 4713 msnm es la montaña más alta de la Patagonia, donde nace la Cordillera del Viento. Es una expedición que haremos -somos al menos 8 hasta el momento- entre el 1 y el 4 de noviembre próximo. También tengo la intención de hacer en junio de 2024, la expedición al Kilimanjaro (Tanzania) con DestinOriente, para poder coronar el techo de África.